Que el BCR nos devuelva la alegría
La calidad de vida y la cordura de los ciudadanos se están desmoronando.
Ya las presas son crisis nacional. El costo asociado con la pérdida de productividad y competitividad por la falta de avance en infraestructura es inmenso e incalculable.
Podría argumentarse que ya se torna indefendible e ilógico mantener un portafolio tan amplio de empresas estatales, en particular de bancos, cuando vemos el altísimo costo de oportunidad y capital atado que esto implica, el cual podría destinarse a temas más urgentes y prioritarios en beneficio de la ciudadanía.
La decisión de vender el Banco de Costa Rica (BCR) no debería por qué tener matices ideológicos. No, aquí el tema ideológico no juega. Esto es puro y duro sentido común y necesidad.
Ese banco tiene un patrimonio de aproximadamente $1.000 millones, y un valor estimado no menor a los $1.500 millones en caso de venderse, si vemos parámetros de transacciones en este sector. Y el Estado, salvo partidas de ley con destinos muy específicos, no recibe un centavo de dividendos de ese banco.
Vendamos el BCR
y usemos esos fondos para construir un tren eléctrico (una inversión de aproximadamente $800 millones) y la autopista San José-San Ramón (unos $600 millones).
Y de feria, se puede crear una figura de fideicomiso que reciba, una vez operando, los ingresos netos de estos dos proyectos (los peajes y los pasajes), que probablemente superará los $150 millones anuales entre ambos, para seguir invirtiendo año a año en mejor infraestructura.
Que el Estado sea dueño del BCR no mejorará la situación de los ciudadanos, pero mejores calles y mejor transporte público sí tendrán un profundo impacto inmediato.
Y es la manera que el BCR le devuelva al país aunque sea un poquito de la alegría que nos robó con “el cementazo”. Nos la debe.