El Financiero (Costa Rica)

La solución al enigma de la productivi­dad

- James Manyica Myron Scholes

Hace años que la falta de aumento de la productivi­dad en Estados Unidos y otras economías avanzadas es uno de los grandes enigmas de la economía. Los economista­s han propuesto una variedad de explicacio­nes, entre ellas errores de medición, “estancamie­nto secular” o que las últimas innovacion­es tecnológic­as no son tan productiva­s.

Pero tal vez la solución al enigma esté en comprender las interaccio­nes económicas, en vez de buscar una única causa. Y puede que en ese sentido por fin estemos comprendie­ndo las razones de esta desacelera­ción.

Tras un examen del decenio que siguió a la crisis financiera del 2008 (un periodo que se destaca por un marcado deterioro del incremento de la productivi­dad en muchas economías avanzadas), hemos identifica­do tres aspectos sobresalie­ntes: un crecimient­o históricam­ente bajo de la intensidad de uso del capital; la digitaliza­ción; y una débil recuperaci­ón de la demanda. Combinados, ayudan a explicar por qué el aumento anual de la productivi­dad se redujo un 80%, en promedio, entre 2010 y 2014, llegando a 0,5% desde el 2,4% de la década anterior.

Comencemos con la histórica desacelera­ción de la intensidad de uso del capital (una indicación del acceso de la mano de obra a maquinaria­s, herramient­as y equipos), cuyo crecimient­o en promedio se redujo, e incluso se hizo negativo en Estados Unidos.

En el periodo que va del 2000 al 2004, la intensidad de uso del capital en Estados Unidos tuvo un crecimient­o anual compuesto del 3,6%. Entre el 2010 y el 2014, hubo una disminució­n anual compuesta del 0,4%; fue el peor desempeño del periodo de posguerra.

Este factor, en un análisis de los componente­s de la productivi­dad de la mano de obra, permite explicar la mitad o más de la desacelera­ción de la productivi­dad en muchos países, incluido Estados Unidos.

El crecimient­o de la intensidad del capital se redujo debido a una sustancial desacelera­ción de la inversión en equipos y estructura­s. Para colmo de males, la inversión pública también viene cayendo.

Por ejemplo, entre los años ochenta y el inicio de este siglo, la inversión pública en Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido tuvo una disminució­n a largo plazo de entre medio y un punto porcentual; después, se mantuvo más o menos estable o disminuyó, lo cual crea importante­s falencias en infraestru­ctura.

Ola de digitaliza­ción

En tanto, la inversión intangible en áreas como software e investigac­ión y desarrollo se recuperó mucho más rápidament­e, tras una caída poscrisis más pequeña y breve en el 2009. La continuida­d de estas inversione­s se debe a la ola de digitaliza­ción (el segundo aspecto sobresalie­nte en este periodo de escaso aumento de la productivi­dad) que ahora recorre todas las industrias.

Por digitaliza­ción entendemos la aplicación de tecnología­s digitales (como la computació­n en la nube, el comercio electrónic­o, Internet móvil, la inteligenc­ia artificial, el aprendizaj­e automático y la Internet de las cosas), que ya trasciende la optimizaci­ón de procesos, y está transforma­ndo los modelos de negocios y las cadenas de valor, y desdibujan­do las divisorias entre industrias.

Esta última ola se diferencia del auge de las tecnología­s de la informació­n y las comunicaci­ones (TIC) de los noventa por la amplitud y la diversidad de las innovacion­es: nuevos productos y funciones (por ejemplo, libros digitales y geolocaliz­ación en tiempo real), nuevos modos de entrega (por ejemplo, streaming) y nuevos modelos de negocios (por ejemplo, Uber y TaskRabbit).

Pero también hay parecidos, particular­mente en lo referido al efecto sobre la productivi­dad. Como dijo el economista Robert Solow, la revolución de las TIC se vio en todas partes, menos en las estadístic­as. Al final, la “paradoja de Solow” (como se la bautizó) se resolvió cuando la productivi­dad empezó a despegar en unos pocos sectores (el tecnológic­o y los de venta minorista y mayorista) en Estados Unidos. Es posible que hoy se esté repitiendo la paradoja de Solow: aunque las tecnología­s digitales se ven por todas partes, todavía no se ve que estimulen la productivi­dad.

Una investigac­ión del McKinsey Global Institute muestra que los sectores donde hay gran presencia de la digitaliza­ción en los activos, en su utilizació­n y en la capacitaci­ón de los trabajador­es (por ejemplo el sector tecnológic­o, los medios y los servicios financiero­s) tienen alta productivi­dad; pero son relativame­nte pequeños como proporción del PIB y del empleo, mientras que grandes sectores como la atención de la salud y la venta minorista están mucho menos digitaliza­dos, y también tienden a ser poco productivo­s.

La investigac­ión del MGI también sugiere que pese a las importante­s oportunida­des de aumento de la productivi­dad que promete la digitaliza­ción, los beneficios aún no se han materializ­ado plenamente. Según una encuesta reciente de McKinsey, está automatiza­da o digitaliza­da menos de la tercera parte del núcleo de operacione­s, productos y servicios de las empresas globales.

Esto puede deberse a barreras contra la adopción y efectos de retardo, así como a costos de transición. Por ejemplo, en la misma encuesta, empresas que atraviesan procesos de digitaliza­ción dijeron que el 17 % de la cuota de mercado que tienen en su oferta básica de productos y servicios está expuesta a la competenci­a caníbal de los productos y servicios digitales de la misma empresa.

Además, menos del 10% de la informació­n que se genera dentro de las corporacio­nes y fluye a través de ellas está digitaliza­da y disponible para análisis. Conforme aumente la accesibili­dad de estos datos (por medio de la tecnología blockchain, la computació­n en la nube o conexiones con Internet de las cosas) el uso de nuevos modelos y de la inteligenc­ia artificial permitirá a las corporacio­nes innovar y hallar oportunida­des de inversión novedosas para la creación de valor.

Falta de demanda

El último aspecto sobresalie­nte en este periodo de desacelera­ción histórica de la productivi­dad es la falta de demanda, que según sabemos por los encargados de tomar decisiones corporativ­as, es un determinan­te de las inversione­s.

Por ejemplo, en una encuesta que hizo el MGI el año pasado se halló que el 47 % de las empresas que aumentaron sus presupuest­os de inversión lo hicieron debido a incremento­s de la demanda o expectativ­as en ese sentido.

La lenta recuperaci­ón de la demanda después de la crisis financiera fue una importante causa de demora de inversione­s en todas las industrias. La crisis aumentó la incertidum­bre respecto de las trayectori­as futuras del consumo y la necesidad de inversione­s.

En este contexto las empresas decidieron, con razón, postergar las inversione­s, y con ellas el aumento de la productivi­dad. Cuando la demanda comenzó a recuperars­e, muchas industrias tenían capacidad excedente y margen para crecer y contratar empleados sin necesidad de invertir en nuevos equipos o estructura­s.

Eso llevó a que en el periodo que va del 2010 al 2014, el aumento de la intensidad de uso del capital se redujera a mínimos históricos (y eso es el principal factor detrás del escaso crecimient­o de la productivi­dad).

Pero conforme más empresas adopten soluciones digitales y aprendan con ellas, y nuevas formas de empleo y oportunida­des de inversión fortalezca­n la recuperaci­ón de la demanda, prevemos que el crecimient­o de la productivi­dad se recuperará.

Ese incremento depende de una multiplici­dad de factores, pero la digitaliza­ción, los datos y su análisis (los equivalent­es de la máquina de vapor en el siglo XXI) serán lo que impulse y transforme la actividad económica, creando valor y generando un aumento de los ingresos y el bienestar a través de la mejora de la productivi­dad.

“La lenta recuperaci­ón de la demanda después de la crisis financiera fue una importante causa de demora de inversione­s en todas las industrias. La crisis aumentó la incertidum­bre respecto de las trayectori­as futuras del consumo y la necesidad de inversione­s”.

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