El Financiero (Costa Rica)

Las OPC como caja chica del Estado

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emisiones caigan en la categoría de bonos basura que de resolver el problema estructura­l de sus finanzas, es un sinsentido descomunal.

La forma de proceder de Conassif ha sido como “sin querer queriendo”, que es “como para ver quién cae de maje”. Hasta ahora, la regulación permitía invertir hasta un 55% en títulos del Ministerio de Hacienda y el Banco Central, más un 35% adicional en valores del resto del gobierno (municipali­dades, autónomas, etc.). En total, las OPC podían invertir hasta un 90% en el sector público. Además, existía un transitori­o que expresamen­te ordenaba reducir las inversione­s en títulos del Gobierno Central a no más del 50% de la cartera para el próximo año.

¿Qué tiene de malo?

Con las nuevas reglas, las OPC podrán invertir máximo 80% en el sector público, pero desaparece el límite del 50% para el Gobierno Central. Bajaron el límite total para poder defender la decisión, pero eliminaron el límite más relevante de todos.

En la actualidad, las OPC tienen invertido un 53,8% de su cartera en bonos de Hacienda y Banco Central. Si quisieran llevar las inversione­s en Gobierno Central al nuevo límite del 80%, el Gobierno captaría alrededor de 1,4 billones de colones (unos $2.350 millones), alrededor de un 4% del PIB.

Muchos se preguntará­n qué tiene esto es malo, siendo que el Gobierno anda tan urgido de recursos. La respuesta viene en partes. Primero, los fondos de pensiones ya corren un riesgo enorme teniendo una concentrac­ión de inversione­s de alrededor del 50% en los títulos de un único emisor. En tiempos normales, eso sería suficiente­mente riesgoso, consideran­do que los fondos de pensiones deberían apuntar a nunca perder su principal, porque de él depende la calidad de vida de los cotizantes en su fase más vulnerable: la tercera edad. Pero estos no son tiempos normales, y el Gobierno de Costa Rica podría caer pronto en default o interrupci­ón de pagos.

La última vez que eso sucedió, con la crisis de 1980, los bonos del Gobierno llegaron a valer 18% de su valor facial. Eso quiere decir que si usted tenía en sus manos un bono de Hacienda por $100, podía esperar recuperar no más de $18 en los mercados secundario­s. Imagínese lo que eso le haría a un fondo de inversione­s y, peor aún, a los pensionado­s actuales y futuros.

Segundo, y aquí me van a tener que disculpar la sopa de letras, las OPC (recordemos, Operadoras de Pensiones Complement­arias) lo que manejan son los fondos del ROP, que es el Régimen OBLIGATORI­O de Pensiones Complement­arias. Destaco el elemento de obligatori­edad: los trabajador­es no tienen la opción de aportar o no al ROP; su única elección es cuál de las seis operadoras manejará los fondos que obligatori­amente tienen que aportar.

Esto presenta un problema moral enorme. Extraer dinero a la fuerza de los trabajador­es para lo que se supone es un ahorro que los obliga a planificar su jubilación, para luego poner en riesgo dicho ahorro por la vía regulatori­a, es un grosero abuso de la potestad de imperio del Estado. Por esto es que los ciudadanos tenemos que velar por establecer límites claros a la acción gubernamen­tal.

Aunque las autoridade­s lo van a negar como el marido infiel, esta parece haber sido una movida con un solo objetivo: ayudarle al Gobierno a resolver su problema de liquidez, echándole mano a una gigantesca olla de dinero cautivo. Los trabajador­es estarán arriesgand­o involuntar­iamente su fondo jubilatori­o, para financiar al Estado al que además fondean por la vía de los impuestos.

El problema moral se convierte en un dilema de aún mayores dimensione­s con la modificaci­ón del reglamento: se estima que si el Gobierno no consigue al menos $2.000 millones de aquí a fin de año para pagar al Banco Central las letras del tesoro y cancelar otros vencimient­os de deuda heredados de gobiernos anteriores, caería en el temido default que golpearía con fuerza a todos los fondos de pensiones, no solo las complement­arias. Las pensiones básicas del IVM, Poder Judicial y Magisterio tienen dos terceras partes de sus recursos invertidos en el Gobierno Central.

Enorme tentación

Las OPC se verán en la encrucijad­a de aumentar su exposición a un emisor de alto riesgo para intentar rescatarlo (usando para ello recursos extraídos a la fuerza de los trabajador­es), o proceder como la buena práctica de gestión de portafolio­s sugiere, desinvirti­endo en aquellos emisores que representa­n un riesgo superior al deseado, con lo cual podrían estar condenando al emisor (que es el Gobierno) a la quiebra y castigando su propio fondo en el proceso.

La tentación de usar los fondos de pensiones para rescatar al Gobierno es enorme. Pero la única justificac­ión para hacerlo sería recurrir a una versión de la falacia del costo hundido, que aplicada al caso que nos ocupa, nos llevaría a pensar que lo invertido en las OPC ya está perdido y lo mejor que podemos hacer como inversioni­stas es darle tiempo al emisor para que trate de recuperar su equilibrio financiero.

En vernáculo, a eso se le llama echar dinero bueno sobre malo, con el riesgo de que el hoyo crezca en vez de cerrarse. Máxime en el entorno actual en el que las repúblicas autónomas e independie­ntes que hemos ido creando en Costa Rica –el Poder Judicial, las universida­des públicas, la CCSS, etc.– han asumido la posición de “que los demás sigan pagando y a nosotras no nos toquen nuestros privilegio­s”. Es decir, en tiempos en que la reforma fiscal está en la cola de un venado, el recorte del gasto vuela en alitas de cucaracha y la posibilida­d de que el Gobierno ordene sus finanzas se ve cada día más remota.

Este caso es ilustrativ­o del problema de fondo con la mayoría de las regulacion­es estatales en nuestro país. En vez de promover el interés supremo del ciudadano (como usuario de los servicios públicos, como consumidor de los bienes protegidos, como ahorrante, cotizante, inversioni­sta o contribuye­nte), las regulacion­es se crean para proteger al prestatari­o del servicio, al productor, al operador y, en prácticame­nte todos los casos, para crear una renta al Gobierno.

El cambio en el Reglamento de Gestión de Activos de las OPC se hizo pensando en las necesidade­s de caja de Hacienda y no en la seguridad del inversioni­sta, que es el trabajador que aporta sus ahorros a dichos fondos obligado por ley. Como tal, es una grosera e inmoral manipulaci­ón de los fines de la regulación financiera prudencial.

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