El Financiero (Costa Rica)

Los celulares apagan la televisión

El poder pasó de la pantalla a los usuarios. La “dictadura” de la TV abierta finalmente ha sido derrotada

- Alberto Barrera NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS

Hace tres semanas, a través de un comunicado, la empresa Univisión confirmó lo que ya era un sonoro rumor: la posibilida­d de su venta. Se trata de la cadena pionera de la televisión en español en Estados Unidos y, junto a Telemundo, una de las dos pantallas que se disputan el público hispano en ese país.

Más allá de los elementos puntuales, entre los que destaca una deuda millonaria, la gran pregunta es si realmente existe alguien interesado en comprar hoy en día un canal de televisión abierta. ¿Para qué?

Desde hace años, la aparición de Internet, los cambios en las plataforma­s comunicaci­onales y las consecuent­es variacione­s en los hábitos de consumo de las nuevas generacion­es han terminado produciend­o una revolución involuntar­ia: es una transforma­ción radical y casi inesperada, sin dirección política, sin otro sujeto protagonis­ta que la tecnología.

De pronto, el poder pasó de la pantalla a los usuarios. El control sobre lo que puede o no se puede ver cambió de manos.

La “dictadura” de la TV abierta —como la llamó el escritor mexicano Carlos Monsiváis— finalmente ha sido derrotada.

Dejará de existir

No es aventurado afirmar que en el futuro, la palabra “televisión” dejará de existir. Se quedará sin referencia­s. Tan sola e inútil como la palabra “betamax” o la palabra “casete”.

Un cambio tecnológic­o ha producido una crisis en una de las industrias aparenteme­nte más sólidas y bien cimentadas.

Y se trata de una alteración que escapa a la moralidad con la que frecuentem­ente se enjuicia a la televisión. No se trata de dilucidar si el cambio es bueno o malo. Simplement­e es inevitable.

Su propia dinámica le ha dado más libertad a los contenidos, ha redimensio­nado las posibilida­des de la narrativa audiovisua­l. No está en crisis el relato. Todo lo contrario. Lo que está en crisis es su forma de producción, distribuci­ón y consumo.

El televisor y la industria que respira tras él de repente comenzaron a convertirs­e en una antigüedad.

El día a día, con su urgencia de llenar veinticuat­ro horas de programaci­ón, tal vez no permite mostrar tan nítidament­e lo radical que en el fondo está siendo el cambio.

La tele abierta tenía un poder casi absoluto. La única defensa posible ante ella consistía en apagarla. No había más opciones.

Desde su trono emisor, administra­ba y distribuía no solo la sentimenta­lidad y la moral sino que, incluso, también organizaba los tiempos del gusto y de la angustia, los horarios para reír o para informarse. Era el centro de la casa. Y muchas veces lo era de manera literal, física.

Mandan los usuarios

Ahora somos los usuarios quienes podemos elegir y decidir qué, cómo y cuándo consumir los contenidos audiovisua­les. Ya hace dos años, una encuesta mostraba cómo en España el 72% de los jóvenes ven más YouTube que televisión.

La migración de la audiencia hacia las plataforma­s de transmisió­n en línea ha producido un cambio vertiginos­o e irreversib­le. No solo se trata de un asunto de ratings y de ventas. El propio contenido que definía la ficción audiovisua­l también ha cambiado. También la palabra “teleculebr­a” se está quedando huérfana.

La telenovela fue el género emblemátic­o de la televisión abierta latinoamer­icana. Está ligada genéticame­nte a ella, tiene que ver con su origen, con su naturaleza.

Ese folletín cotidiano e interminab­le —que empezó versionand­o algunos clásicos de la literatura del siglo XIX y que se desarrolló canibaliza­ndo el relato sentimenta­l de la mujer pobre que se enamora de un hombre rico— fue durante años el producto estrella de nuestra tele. Su garantía de origen, su marca.

Culebrones...

Hoy en día los culebrones son animales en vías de extensión. No me refiero al melodrama sino a esa forma específica del melodrama, a ese formato de largo aliento, asentado sobre estereotip­os y desarrolla­do narrativam­ente bajo la premisa de la reiteració­n y del falso suspenso.

Ninguna de las plataforma­s (Netflix, Amazon Prime, etc.) que definen hoy el mercado está buscando una “María la del Barrio” de 150 horas.

Las llamadas plataforma­s de transmisió­n libre (OTT) han impuesto un modelo y un ritmo de ficción mucho más diverso, que se desperdiga abriendo cada vez más segmentos de la audiencia, ampliando sus límites.

Lo que define a las nuevas plataforma­s no son sus productos sino su infinita posibilida­d de tener más productos. Siempre. De cualquier tipo. Por eso una de sus condicione­s esenciales es la velocidad.

Cada vez son más frecuentes los formatos seriados, con un máximo de ocho o diez capítulos. No es azaroso que Televisa, la productora de telenovela­s más importante del mundo, apueste ahora por transforma­r su grandes clásicos de siempre en series modernas e innovadora­s de 25 capítulos.

No solo es un tema de contenidos. También, como objeto, la televisión está muriendo. Cada vez más, los jóvenes consumen el contenido audiovisua­l a través de sus teléfonos.

TV manual

El futuro está en esa pantalla que también es una extensión de la mano. Es una nueva TV, tan personal que te la llevas al baño o te la guardas en el bolsillo. Su relación con el cuerpo crea incluso una intimidad y un poder que antes no existía.

De pronto, incluso las pantallas planas, de última generación, comienzan a parecer dinosaurio­s lejanos e inútiles.

Por supuesto que en los contextos latinoamer­icanos, donde la pobreza y la desigualda­d sigue definiendo drásticame­nte la realidad, este proceso avanza con más lentitud y dificultad­es.

Pero, en general, la vida de la tele abierta parece tener sus días contados. Su margen de acción se va estrechand­o, se va concentran­do cada vez más en territorio­s claramente delimitado­s: los concursos en vivo, los deportes, las noticias.

El populismo mediático se alimenta de esta crisis, vive su mejor momento. Quizás pronto llegue el día en que la política sea la única ficción que se transmita por la televisión abierta.

Cada vez son más frecuentes los rumores sobre la venta, o posible venta, de canales de televisión tradiciona­les. Sin embargo, en general, nunca se concretan. Nadie parece ahora estar interesado en un comprar un canal.

Su única posibilida­d de sobrevivir es cambiar. Necesitan reinventar­se como productore­s de contenidos, al servicio de las nuevas plataforma­s. Su reino se acabó. Otra señal de los tiempos: ningún poder es eterno.

Alberto Barrera Tyszka es escritor y colaborado­r regular de The New York Times en Español. Ha escrito guiones para la televisión y una decena de libros, el más reciente, la novela “Mujeres que matan”.

“AHORA SOMOS LOS USUARIOS QUIENES PODEMOS

ELEGIR Y DECIDIR QUÉ, CÓMO Y CUÁNDO CONSUMIR LOS CONTENIDOS AUDIOVISUA­LES. YA HACE DOS AÑOS, UNA ENCUESTA MOSTRABA CÓMO EN ESPAÑA EL 72% DE LOS JÓVENES VEN MÁS YOUTUBE QUE TELEVISIÓN”.

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SHUTTERSTO­CK PARA EF Cada vez más, los jóvenes consumen el contenido audiovisua­l a través de sus teléfonos. Es una nueva “televisión”, más personal.

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