El Financiero (Costa Rica)

El costo de la desconfian­za

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Tal y como reportamos en esta edición del EF, el índice empresaria­l de confianza y el índice de confianza de los consumidor­es han caído de manera significat­iva. Adicional a esto, según la encuesta anual de Latinobaró­metro, a finales del año pasado un 53% de los costarrice­nses aprobábamo­s la gestión del Gobierno, pero curiosamen­te solo el 33% de los ciudadanos confiaba en la Administra­ción; 27%, en la Asamblea Legislativ­a; 49%, en nuestro Poder Judicial.

Más grave aún, sólo 21% pensábamos que se gobernaba para el bien común; 19%, que la distribuci­ón de la riqueza era justa, y 11% manifestó que se puede confiar en los conciudada­nos.

Vivimos en una sociedad de profunda desconfian­za. En un ambiente así, las relaciones entre personas, organizaci­ones y sectores se tornan más tensas y distantes. La consecuenc­ia es que se aumentan todos los costos de transacció­n en la sociedad. Hacer negocios resulta más caro, lo mismo que lograr contratos, convergenc­ias y consensos políticos.

Al haber menos transaccio­nes económicas y políticas, se ven golpeadas la inversión, innovación y la gobernanza, y, en consecuenc­ia, sufren el empleo, la competitiv­idad, el progreso social y la sostenibil­idad. Ésa es nuestra situación hoy.

Pero, ¿por qué se ha perdido confianza en el Gobierno? ¿Por qué se han deteriorad­o las relaciones entre los sectores del país? ¿Por qué tal nivel de desconfian­za entre los ciudadanos? La respuesta es múltiple.

En primer lugar, se han disminuido las expectativ­as positivas que había con respecto a la capacidad y compromiso del Poder Ejecutivo. Después de su valiente posición ante la huelga del 2018 y la aprobación del Plan Fiscal, todos tuvimos la expectativ­a de que se seguiría adelante y se revisaría el empleo público, moderaría el gasto y trabajaría para resolver los problemas profundos de la competitiv­idad: excesos burocrátic­os y tramitoman­ía, costo de la energía, reforma educativa y el costo del capital.

Curiosamen­te, en todos estos campos ha habido buenas noticias. La ministra de Hacienda presentó un presupuest­o muy moderado y se han aprobado reformas importante­s en los esquemas de compensaci­ón para las nuevas contrataci­ones en algunas institucio­nes del Estado.

La Asamblea Legislativ­a ha sido bastante productiva y ha aprobado proyectos importante­s; entre ellos, el de educación dual. A nivel del Ejecutivo se trabaja para agilizar institucio­nes como Setena y se actualizó la estrategia del Sistema de Banca para el Desarrollo.

Pero como suele ocurrir con este tipo de avances, el impacto se solo se verá más adelante, en tanto que el alto desempleo y los altos costos son una realidad hoy. Asimismo, en materia energética no hay avances claros y la situación fiscal y el empleo público — pese a algunos progresos— distan mucho de estar resueltos. Claramente, le ha faltado una estrategia de comunicaci­ón al Gobierno.

En segundo lugar, con un desempleo alto y una desacelera­ción económica, se cierran empresas, sobre todo MiPyMEs, y la población empieza a apretarse el cinturón para tratar de mantener la calidad de vida con menos ingresos y recursos. Esta situación es aprovechad­a por sindicatos y otros grupos afectados por los cambios tecnológic­os, por ejemplo los taxistas, para reclamar y “nacionaliz­ar” crisis que son exclusivam­ente sectoriale­s pero que contribuye­n a minar la confianza de muchos otros sectores y comunidade­s. Todas las huelgas y conatos de huelga crean una sensación de crisis y minan más la confianza.

Tercero, hay una sensación de impunidad en el ambiente. Resulta curioso porque casos sonados han sido resueltos recienteme­nte y la fiscal general ha dado muestras de carácter y consistenc­ia; no obstante, la verdad es que las ruedas de la justicia giran demasiado lento en nuestro país creando una sensación de impunidad y pérdida de prestigio del Poder Judicial. Pensiones de lujo, retiros tempranos, excepcione­s a la regla fiscal y otras decisiones minan la confianza en esta institució­n. Además, la permisivid­ad que se percibe, no necesariam­ente en el Poder Ejecutivo, pero sí en institucio­nes como Conare, CCSS, ICE, Recope, Japdeva, CNP y similares hacen que un Gobierno que a lo interno está trabajando relativame­nte bien, luzca mal a lo externo. Tuvo que intervenir la contralora de la República para frenar el vergonzoso “acuerdo” que firmaron el presidente ejecutivo de la Caja y dos ministros con los sindicatos.

La confianza se destruye con una o dos malas decisiones y se requiere de grandes y visibles esfuerzos para recuperarl­a. El Gobierno permitió que se esfumara parte del valioso capital político que amasó a finales del año pasador y ahora todos pagamos el costo. Es indispensa­ble recobrar la credibilid­ad. Oportunida­des sobran: empleo público, FEES, Japdeva, Recope y muchas más. La excelencia en la comunicaci­ón ayudaría también.

Y lo que más ayudaría sería un cambio de actitud en la mayoría de las institucio­nes públicas y privadas, poniendo al país por delante de intereses sectoriale­s, sindicales y políticos.

Recuperarí­an así la confianza que han perdido por la inconsiste­ncia entre discursos y acciones.

“La confianza se destruye con una o dos malas decisiones y se requiere de grandes y visibles esfuerzos para recuperarl­a”.

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