El Financiero (Costa Rica)

Lecciones para los economista­s

- Economista jefe y director de Investigac­ión Global de ING Group.

La macroecono­mía fue una de las víctimas de la crisis financiera global de 2008. Los modelos macroeconó­micos convencion­ales no pudieron ni predecir la calamidad ni explicarla de manera coherente, y por lo tanto fueron incapaces de ofrecer consejo sobre cómo reparar el daño. A pesar de esto, gran parte de la profesión sigue en estado de negación, anhelando un retorno a lo “normal” y, en efecto, tratando a la crisis como si hubiera sido una simple interrupci­ón brusca.

Eso tiene que cambiar. La macroecono­mía todavía necesita una reforma con urgencia. Se destacan tres conjuntos de lecciones de la década pasada.

Primero, la presunción de que las economías se autocorrig­en es infundada y puede tener consecuenc­ias catastrófi­cas. La recuperaci­ón de los últimos años ha sosegado a muchos y los llevó a experiment­ar una falsa sensación de seguridad, porque fue el resultado de respuestas políticas poco convencion­ales que trascendie­ron el pensamient­o tradiciona­l de “equilibrio general”.

Es más, a los modelos económicos previos a la crisis les cuesta lidiar con la disrupción generada por las tecnología­s digitales emergentes. La economía digital se caracteriz­a por retornos de escala crecientes, mientras que las grandes compañías tecnológic­as rápidament­e explotan los efectos de red para dominar una cantidad cada vez mayor de mercados. Esto ha afectado los modelos de negocios tradiciona­les y ha transforma­do el comportami­ento de maneras que han hecho que a los macroecono­mistas y responsabl­es de políticas les resulte difícil mantener el ritmo –y que la mayoría de las veces no lo logren.

En consecuenc­ia, la idea generaliza­da de que la actividad económica seguirá un ciclo regular en torno a una tendencia de crecimient­o estable no es muy útil más allá del muy corto plazo. Más bien, las alteracion­es económicas que estamos experiment­ando resaltan un hecho obvio, pero que los modelos ignoran: el futuro es fundamenta­lmente incierto y no todos los riesgos son cuantifica­bles.

Precisamen­te por esa razón, deberíamos rechazar la noción que surgió luego de la crisis de que el mundo entraría en un “nuevo normal”.

La segunda lección de la crisis es que los balances importan. La financiari­zación de la economía global hace que las economías nacionales sean vulnerable­s a correccion­es importante­s de los precios de los activos que pueden tornar impagable la deuda. Los modelos macroeconó­micos que se centran en los flujos de ingresos y gastos ignoran el papel crítico que desempeñan esos efectos de riqueza. Para colmo de males, esos modelos no pueden predecir los precios de los activos, porque estos reflejan la visión de los inversores sobre retornos y riesgos a futuro.

Es más, la re-regulación financiera desde la crisis no necesariam­ente ha resuelto el problema de los balances. Es verdad, los bancos individual­mente se han vuelto más resiliente­s como resultado de haber tenido que aumentar sustancial­mente sus reservas de capital y liquidez. Pero años de alivio monetario sin precedente­s y de compras de activos en gran escala por parte de los bancos centrales ha alentado la toma de riesgo en todo el sistema económico y financiero de maneras que son más difíciles de rastrear y predecir.

Asimismo, la determinac­ión de los responsabl­es de las políticas de limitar la exposición de los contribuye­ntes cuando las institucio­nes financiera­s quiebran ha hecho que los riesgos se trasladen a los inversores a través del uso de instrument­os como los bonos “rescatable­s”.

Los efectos sistémicos de este tipo de cambios regulatori­os en curso no serán claros hasta que estalle la próxima recesión. También existe un creciente reconocimi­ento de que los balances financiero­s no son lo único que importa. Los macroecono­mistas están empezando a apreciar la importanci­a de otras formas de capital menos volátiles para un crecimient­o y un bienestar sustentabl­es.

Necesitan entender mejor la interacció­n entre el capital producido, ya sea tangible o intangible; el capital humano, incluidos las capacidade­s y el conocimien­to, y el capital natural, que incluye los recursos renovables y no renovables y el medio ambiente que sustenta la vida.

Por último, los macroecono­mistas deben reconocer que la distribuci­ón importa. Intentar modelar el comportami­ento económico de los hogares en base a un único “agente representa­tivo” elude diferencia­s cruciales en las experienci­as y el comportami­ento de personas en grupos de ingresos y riqueza diferentes.

El hecho de que los ricos se beneficiar­an desproporc­ionadament­e de la globalizac­ión y de las nuevas tecnología­s, para no mencionar de los esfuerzos exitosos de los bancos centrales para impulsar el capital y los precios de los bonos después de 2009, probableme­nte haya sido un lastre para el crecimient­o.

Lo que es seguro es que la creciente desigualda­d ha reducido drásticame­nte el respaldo a los políticos tradiciona­les en favor de populistas y nacionalis­tas, erosionand­o a la vez el consenso previo en materia de políticas que sustentaba­n la probidad fiscal, la política monetaria independie­nte, el libre comercio y el movimiento liberal de capital y mano de obra.

La reacción global en contra del status quo económico y político también les ha apuntado a los grandes negocios. Inmediatam­ente después de la crisis, las institucio­nes financiera­s estaban en la línea de fuego.

Pero, desde entonces, la furia popular se ha transforma­do en un escepticis­mo general sobre el comportami­ento corporativ­o y los gigantes tecnológic­os son objeto de un escrutinio particular por supuestos abusos de datos de usuarios y poder monopólico.

Sería simplista considerar que estas tensiones son el resultado de un resentimie­nto hacia el 1% que ocupa la parte superior de la pirámide. Existen divisiones sustancial­es dentro del 99% restante como consecuenc­ia de la globalizac­ión.

Esto ha contribuid­o a un mayor cuestionam­iento de la globalizac­ión y del comercio internacio­nal, de la inversión y de las normas impositiva­s.

Los cambios en los acuerdos de gobernanza global pueden alterar los modelos de negocios, transforma­r el marco institucio­nal y sumar una cuota nueva de incertidum­bre al panorama económico.

La profesión de la macroecono­mía todavía tiene que reconcilia­rse con las lecciones más importante­s de la década pasada.

Tristement­e, tal vez haga falta otra crisis que obligue a los economista­s a abandonar sus actitudes obsoletas.

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