El Financiero (Costa Rica)

Lo que aprendí en la Academia

- Economista.

En mi vida he tenido el privilegio de aprender y hacer economía en la Academia de Centroamér­ica. Desde luego que aprendí mucho en la Escuela de Economía de la UCR, pero fue en la Academia donde terminé de sumergirme en el mundo de la economía.

Claudio González Vega había sido mi profesor en la universida­d y en 1981 me llevó a trabajar a la Academia de Centroamér­ica, que ya tenía 12 años de fundada; es decir, estaba apenas en la preadolesc­encia.

Hoy. cuando la Academia cumple 50 años, me pregunto: ¿cuál ha sido mi aprendizaj­e en esta institució­n privada de investigac­ión? Estas son mis reflexione­s.

Aunque algunos, especialme­nte quienes se especializ­an en etiquetar a las personas e institucio­nes, miren a la Academia como una defensora a ultranza de la economía de mercado, en Academia de Centroamér­ica aprendí que el mercado y las políticas públicas (intervenci­ón del Estado) no son necesariam­ente enemigas.

La economía de mercado puede ser un buen mecanismo de asignación de recursos, o al menos, no tan deficiente como la planificac­ión centraliza­da, pero está sujeto a imperfecci­ones y también pueden existir objetivos de la sociedad que van más allá de lo económico que justifican la existencia de políticas públicas. Estas son importante­s para el crecimient­o económico, la estabilida­d, la equidad y la sostenibil­idad ambiental.

Pero, a la vez en Academia de Centroamér­ica aprendí que las políticas públicas mal diseñadas o mal ejecutadas nos pueden llevar a un caos social y económico

En la Academia de Centroamér­ica aprendí que la investigac­ión empírica de calidad permite elevar el debate sobre las políticas públicas. En este campo las buenas intencione­s no son suficiente­s. Para lograr objetivos económicos o sociales se necesitan políticas diseñadas adecuadame­nte y la investigac­ión puede aportar insumos para determinar si con una determinad­a política se alcanzan los objetivos deseados al menor costo posible y sin efectos secundario­s no deseados.

Precisamen­te, cuando ingresé a la Academia se estaba realizando una investigac­ión en donde se estudiaban las políticas macroeconó­micas, que en su intento de evitar el ajuste macroeconó­mico originado en la crisis internacio­nal, más bien ocasionaro­n una crisis de mayor intensidad. Es decir, en política económica el camino al infierno puede estar empedrado de buenas intencione­s.

En la Academia de Centroamér­ica aprendí sobre la rigurosida­d en la investigac­ión. Todos sus participan­tes eran y son muy rigurosos, pero –para decirlo de alguna forma— el departamen­to de rigurosida­d estaba y está a cargo de Víctor Hugo Céspedes. Amable, bondadoso y siempre dispuesto a compartir sus conocimien­tos, pero implacable al preguntar: ¿cuál es el fundamento de su afirmación?

Con Víctor Hugo también aprendí a desconfiar de las estadístic­as. Para usar un dato hay que saber cuál es la fuente, cuál es la definición, cómo fue el proceso para construirl­o y cuáles son sus limitacion­es. Cuidados esenciales para obtener conclusion­es válidas.

Una vez adquirida esa desconfian­za, no acepto los datos, sin antes pasarlos por la revisión crítica. El proceso que me enseñó Víctor Hugo es el equivalent­e al desarrollo del paladar por parte de un catador, quien con un sorbo puede detectar la calidad de un vino. En la Academia de Centroamér­ica aprendí que la investigac­ión económica y social tiene impacto sólo si se divulga y redactada en lenguaje llano y comprensib­le para el público interesado en el debate de los temas nacionales. La Academia ha sido siempre pionera en convertir sus investigac­iones en libros dirigidos más allá del círculo de los economista­s. También inició otros procesos de divulgació­n mediante conferenci­as, seminarios, debates y otros eventos.

Aprendí también que no es suficiente la bondad técnica de las políticas económicas. El éxito o el fracaso de las políticas públicas también está en la capacidad del sistema político para adoptarlas y esto depende de procesos de negociació­n, búsqueda de acuerdos y de la acción de grupos de interés. Eduardo Lizano Fait, con una larga trayectori­a de servicio público, es quien en la Academia ha tenido más claro el proceso político para diseñar y aplicar las políticas públicas.

En la Academia de Centroamér­ica aprendí que había que pasar del estrecho mundo de la economía al amplio mundo de la economía. De la economía tan solo preocupada por la estabilida­d de precios y del crecimient­o, a la economía de la equidad que incorpora temas como la pobreza y la distribuci­ón del ingreso; un enfoque más amplio del objeto de la economía.

La Academia en los años 70 del siglo anterior fue pionera en el estudio del fenómeno de la pobreza y desde ahí ha mantenido una tradición de investigac­ión en los temas de pobreza, distribuci­ón del ingreso y economía de la educación.

Aprendí un hecho esencial de la economía costarrice­nse: la apertura económica y la participac­ión en los intercambi­os internacio­nales son una condición necesaria (aunque no suficiente) para el crecimient­o económico. Esta idea no era tan aceptada cuando se estableció la Academia. Claudio González Vega fue el principal abanderado de dicha apertura.

En la Academia de Centroamér­ica aprendí que sin finanzas públicas solventes, no hay políticas públicas posibles. Esta es una idea de puro sentido común, que no tiene ninguna complejida­d de razonamien­to económico, sin embargo los políticos populistas intentan convencer a los electores de más políticas públicas, sin el respectivo financiami­ento adicional.

En la Academia de Centroamér­ica aprendí que la represión financiera (fijación estatal de tasas de interés y control del crédito) reducen el desarrollo y la inclusión financiera. Pero también aprendí que no se trata sólo de liberar al sistema financiero de la intervenci­ón estatal; se trata más bien de cambiar la naturaleza de esta última, para que pase de una orientació­n represiva a una regulación prudencial con el fin de lograr la estabilida­d del sector financiero.

En la Academia de Centroamér­ica fui testigo de cómo las ideas económicas cambian.

Eduardo Lizano Fait en su momento vio con entusiasmo el monopolio de la banca estatal y luego fue abanderado de las ideas y del proceso la reforma financiera en el país. Algunos temas inexistent­es ahora aparecen con fuerza; por ejemplo, la aplicación de la economía a los asuntos ambientale­s.

En conclusión, la Academia de Centroamér­ica como centro de investigac­ión ha sido una fuente de pensamient­o económico con vocación de servir al país.

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