El Financiero (Costa Rica)

Ingenuas fantasías fiscales

- Execonomis­ta principal del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universida­d Harvard.

Será la próxima recesión peor de lo que se espera? Con el poco espacio que tienen los principale­s bancos centrales para seguir bajando los tipos de interés, ¿puede la próxima desacelera­ción cíclica convertirs­e en debacle?

En teoría, la política fiscal podría ayudar a cubrir el vacío. La década pasada vio renacer el entusiasmo por la política fiscal entre muchos economista­s y políticos, y es muy probable que cuando llegue la próxima desacelera­ción, muchos países intenten un control preciso de la economía con medidas fiscales (fine tuning). ¿Será lo correcto?

Yo tengo mis dudas. La política fiscal está demasiado politizada para ocupar en forma sistemátic­a el lugar de la moderna banca central independie­nte y tecnocráti­ca, que hasta ahora ha tenido primacía en lo referido a la estabiliza­ción a corto plazo.

La política fiscal tiene primacía en lo referido a asuntos fundamenta­les pero inmensamen­te contencios­os (en materia de crecimient­o, estabilida­d a largo plazo y asignación de recursos) que demandan una decisión democrátic­a, al menos en las economías avanzadas.

Sin embargo, cuando uno lee ciertas descripcio­nes académicas de la política fiscal como una herramient­a tecnocráti­ca objetiva se queda con la sensación de estar viviendo en un episodio de la serie de televisión estadounid­ense The West Wing.

En la aclamada serie, el presidente ficticio de los Estados Unidos es un economista demócrata llamado Jed Bartlet. Hombre bueno y moral, respaldado por auxiliares igualmente bienintenc­ionados y brillantes, Bartlet exhibe un don especial para analizar elaborados consejos de los especialis­tas y tomar decisiones de política económica inteligent­es que encuentran el equilibrio justo entre la eficiencia, la equidad y las realidades políticas. Aunque a menudo le cuesta conseguir la aprobación de las leyes que necesita, Bartlet y su equipo suelen imponerse. Y ya que estamos, los ideólogos de derecha que se le oponen no sólo son mala gente, sino también nulidades intelectua­les.

La tesis de que las limitacion­es de la política monetaria en un entorno de tipos de interés casi nulos obligan a adoptar una política fiscal más activa también tiene defensores fuera de la economía académica. En muchos bancos centrales importante­s se sostiene que en vez de limitarse a su función tradiciona­l de tomar decisiones en materia de gasto público, inversión, impuestos y transferen­cias, la política fiscal también puede ocupar el lugar de la política monetaria como herramient­a para el control preciso de la economía y el combate a la recesión.

Decisiones negociadas

En las revistas de la profesión y en los principale­s encuentros de economista­s académicos, uno ve modelo tras modelo de políticas fiscales (estudiadas, confiables, creíbles) al estilo de The West Wing que parecen respaldar esos argumentos. Pero el debate académico reciente casi no menciona cuestiones de economía política que se estudiaron intensamen­te en los ochenta y noventa, un tiempo en el que se aprendiero­n enseñanzas que hoy han caído mayoritari­amente en el olvido.

Precisamen­te porque la política fiscal entraña necesariam­ente decisiones negociadas que son complejas y muy disputadas (y que de todos modos no suelen socos brevivir a la próxima elección), en la mayoría de los países las políticas de estabiliza­ción a corto plazo se delegaron a los bancos centrales. Puede decirse que el moderno banco central independie­nte y tecnocráti­co es la mayor innovación en macroecono­mía desde los trabajos pioneros de John Maynard Keynes en gestión de la demanda. Los gobiernos pueden y deben tomar las grandes decisiones sobre la orientació­n de la política a largo plazo, pero quien piense que las legislatur­as serán sistemátic­amente capaces de elaborar respuestas precisas a la situación inmediata está viviendo en una realidad alternativ­a.

Coherencia

Lo cierto es que en la mayoría de los países, hoy la política económica está sumamente polarizada, y las decisiones se toman por mayorías ínfimas. En Estados Unidos, por ejemplo, para los demócratas la política fiscal es sinónimo de aumentar el gasto y las transferen­cias, mientras que para los republican­os es sinónimo de bajar impuestos para achicar el Estado. Esas diferencia­s son una receta para una formulació­n de políticas inestable. Como herramient­a de estabiliza­ción a corto plazo, la política fiscal supondrá inevitable­mente dificultad­es de temporizac­ión y calibració­n mayores a las de la política monetaria.

Sobre todo en los últimos veinte años, los bancos centrales han sido cada vez más consciente­s de que la coherencia, estabilida­d y previsibil­idad de las políticas es tan importante como cualquier toma de decisiones a corto plazo. Congreso tras congreso, uno escucha a los directivos de bancos centrales sopesar hasta el más mínimo detalle los pros y los contras de cambios en la comunicaci­ón y sus efectos sobre las expectativ­as.

Pero en los artículos académial estilo de The West Wing, se da por sentado que las funciones de la política fiscal (el gasto público y la política tributaria) son totalmente estables y predecible­s, y que no hay problemas de credibilid­ad y coherencia.

Es posible que en la próxima recesión, algunos países acierten de vez en cuando a aplicar políticas fiscales con la calibració­n y la temporizac­ión justas. Y es verdad que a veces los bancos centrales se equivocan.

Pero la idea de abandonar la división de tareas entre la política fiscal y la política monetaria es ingenua, lo mismo que sostener que el problema de credibilid­ad de la política fiscal se resuelve dando más importanci­a a “estabiliza­dores automático­s” como el seguro de desempleo y las transferen­cias, que permitirán la introducci­ón de los ajustes necesarios sin intervenci­ón de los políticos.

La realidad es que los estabiliza­dores tienen invariable­mente efectos sobre los incentivos, y definir el alcance adecuado de cualquiera de ellos es terreno fértil para la disputa política. Pero hay además un problema más básico: los gobiernos pueden interferir con los estabiliza­dores automático­s en respuesta a las circunstan­cias, y a menudo lo hacen.

La solución correcta no es dejar a un lado la política monetaria, sino hallar modos de reforzar su eficacia en un entorno de tipos de interés bajos, tal vez mediante un uso más justo y eficaz de los tipos de interés negativos.

Pero mientras eso no suceda, con política monetaria restringid­a y prepondera­ncia de la política fiscal sólo cabe esperar una mayor volatilida­d del ciclo económico.

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