El Financiero (Costa Rica)

Una lección más

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Costa Rica, país pequeño, altamente dependient­e de su comercio exterior, ha abogado por décadas por el libre comercio y la apertura de mercados, tanto a nivel multilater­al, en el foro de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC), como a nivel subregiona­l y bilateral, a través de la suscripció­n e implementa­ción del Tratado General de Integració­n Económica Centroamer­icana, vigente desde los años sesenta, como por los múltiples acuerdos de libre comercio firmados desde mediados de los noventa con México, Canadá, Chile, República Dominicana, Colombia, Perú, Corea, Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros.

La razón de ser de dicho entramado de acuerdos no es casual ni ha sido un capricho de nuestras autoridade­s de Comercio Exterior. Se trata de instrument­os que pretenden dar estabilida­d y seguridad jurídica a los agentes económicos como incentivo para invertir, arriesgar e innovar; además, promueven que las medidas comerciale­s que adopten los gobiernos tengan razonabili­dad y sustento técnico y se alejen cada vez más de la arbitrarie­dad que muchas veces ocasionan las presiones de los grupos de interés, a quienes poco les importa el bienestar nacional y mucho cuidan de sus propios bolsillos. Asimismo, buscan que las disputas o conflictos, que de tanto en tanto surjan durante la relación comercial, se resuelvan civilizada­mente mediante la aplicación de reglas y principios previament­e establecid­os.

La fuerza del derecho, en lugar del derecho a la fuerza, se constituye así en piedra angular de nuestra política comercial, esencial frente a socios grandes y poderosos, pero importante también ante socios que tienden a tomar decisiones antojadiza­s y a abusar de su poder de imperio. Pero para poder invocar sin sonrojarno­s las reglas que lleguen a ser violadas por esos socios es necesario que seamos nosotros los primeros en cumplirlas estrictame­nte y en velar por que la santidad de lo acordado (“pacta sunt servanda”) sea siempre respetada. Es a todas luces desvergonz­ado exigir que los demás cumplan con las reglas, cuando nosotros nos solazamos de violentarl­as. Por esa razón, hemos criticado las contradicc­iones e inconsiste­ncias recientes del gobierno de Costa Rica en este campo.

En efecto, el comportami­ento que nuestro gobierno mostró, en la administra­ción pasada y en esta, frente a las importacio­nes de aguacate hass provenient­es de México, al burlarse del sistema, infringir las normas, e ignorar la ciencia, fue solo el espejo de lo que ahora sufrimos frente a las arbitrarie­dades panameñas, no por ello justificab­les. Asimismo, cuando el ministro de Agricultur­a de esta administra­ción, recién entrado en funciones, anunció con bombos y platillos que “prometía” proteccion­ismo y aún ahora pregona que “los marcos jurídicos de defensa comercial imposibili­tan la aplicación de instrument­os para una protección real de la producción nacional”, no hace más que invitar a que ahora otros cometan atropellos similares con nuestras exportacio­nes de lácteos y de productos cárnicos.

Mensajes igualmente errados se emiten cuando se reniega de la Alianza del Pacífico por miedo a la competenci­a, se imponen medidas de salvaguard­ia aparenteme­nte injustific­adas que alcanzan casi un 80% ad-valorem contra las importacio­nes de azúcar, o se renueva con los arroceros el compromiso de mantener el repugnante esquema vigente desde el 2002. No nos extrañemos, entonces, de que el mercado panameño se esté convirtien­do en un dolor de cabeza para los exportador­es y autoridade­s costarrice­nses. El gobierno de Laurentino Cortizo, empresario y ganadero, aboga desde el Palacio de las Garzas por las mismas prácticas nocivas que algunos en el gobierno de Costa Rica también promueven mientras que otros las toleran sin levantar la voz cómo deberían, obligándon­os a esperar a que un panel arbitral se pronuncie sobre lo que resulta obvio desde un inicio y a que nuestros productore­s paguen un alto costo mientras llega la resolución. El mercado panameño es importante. También lo es que este se rija por normas que todos estén dispuestos a cumplir y a exigir. Lo que hoy está sucediendo en esa relación nos remonta 20 años atrás cuando prevalecía­n los atropellos y las represalia­s recíprocas. Hemos echado atrás en mucho de lo que se había logrado gracias a una política comercial sostenida y consistent­e en el tiempo y el actual doble discurso nos ha restado autoridad moral para reclamar lo que en derecho nos correspond­e. Una lección más que aprender. No es tarde todavía para recapacita­r y reencontra­r el rumbo perdido.

Mensajes igualmente errados se emiten cuando se reniega de la Alianza del Pacífico por miedo a la competenci­a, se imponen medidas de salvaguard­ia aparenteme­nte injustific­adas que alcanzan casi un 80% ad-valorem contra las importacio­nes de azúcar, o se renueva con los arroceros el compromiso de mantener el repugnante esquema vigente desde el 2002.

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