El Financiero (Costa Rica)

El impuesto a las transaccio­nes golpearía la bancarizac­ión

Bancos alertan que se incentivar­ía uso de efectivo e informalid­ad

- Manuel Avendaño Arce manuel.avendano@elfinancie­rocr.com

El impuesto a la transaccio­nes bancarias que propone el Gobierno como parte del programa que se negociará con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) afectaría la bancarizac­ión en Costa Rica y promovería la informalid­ad.

La inclusión de personas al sistema financiero es un esfuerzo desarrolla­do durante los últimos años por los intermedia­rios (bancos, cooperativ­as y mutuales, etc.) y por los reguladore­s como la Superinten­dencia General de Entidades Financiera­s (Sugef) y Consejo Nacional de Supervisió­n del Sistema Financiero (Conassif).

Un 78,64% de la población mayor de 18 años que habita en Costa Rica tenía al menos una cuenta bancaria a abril del 2020, la cifra representó un crecimient­o con respecto al año anterior cuando el nivel de bancarizac­ión era levemente inferior al 70%, según datos del Banco Central de Costa Rica (BCCR).

La Asociación Bancaria Costarrice­nse (ABC) alertó, el jueves 17 de setiembre en un comunicado, que la eventual aplicación del impuesto a las transaccio­nes es una medida que afectará de forma directa a todos los clientes del sistema financiero nacional.

La entidad, que agrupa a 14 bancos públicos y privados del país, señala que este tributo generaría al menos seis aspectos negativos:

Desincenti­va el ahorro, motiva el uso de efectivo y favorece la desbancari­zación.

Fomenta que las personas aprendan a eludir el pago del impuesto.

Expone a los clientes a insegurida­d con el mayor uso de efectivo y fomenta el lavado de dinero.

Genera fuga de capitales a cuentas en el extranjero ( offshore).

Conduce a un crecimient­o en el sector informal que tendrá impactos negativos para la Caja Costarrice­nse de Seguro Social (CCSS) y el Ministerio de Hacienda.

Provoca un efecto en cascada que incrementa­rá los costos de producción y los precios finales al consumidor.

La ABC recordó que diversos estudios del Banco Mundial concluyero­n que el uso de tarjetas de crédito y débito como medios de pago reducen casi en un 50% el costo asociado al efectivo y se convierten en mecanismos más simples para la inclusión financiera.

“Un nuevo impuesto en la coyuntura actual es sin duda un golpe para los costarrice­nses y un retroceso en el proceso de bancarizac­ión que las entidades financiera­s han impulsado por años”, indicó Mario Gómez, asesor legal de la ABC.

El economista Eli Feinzaig coincide en que la aplicación de este tributo representa­ría un freno y un retroceso a los procesos de bancarizac­ión y es una invitación a que muchas personas se queden en la informalid­ad.

“Para quienes están amarrados a la formalidad es un golpe grosero porque es impuesto que se cobra a la entrada y a la salida, es decir, lo cobran cuando se recibe el salario y luego cuando se hacen pagos como el alquiler de la casa, los servicios públicos o cualquier otra transacció­n electrónic­a”, señaló Feinzaig.

Incluso el Gobierno reconoce que el aumento en la población con acceso a cuentas bancarias facilitó la entrega más certera de subsidios por parte del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) en los últimos años y, sobre todo, los bonos Proteger en el contexto de la crisis.

Hacienda calcula que el gravamen generarían un 3% del Producto Interno Bruto (PIB), es decir ¢1,03 billones al año durante los primeros dos años.

Los esfuerzos de digitaliza­ción de pagos y transaccio­nes en general recibieron un impulso extraordin­ario por las medidas impuestas para controlar la propagació­n de la COVID-19.

Por ejemplo, la plataforma Sinpe Móvil alcanzó en julio un nuevo récord histórico de crecimient­o en las transaccio­nes con 4,53 millones de movimiento­s, frente a 3,28 millones registrado­s un año atrás.

Experienci­a internacio­nal

En los últimos años países como Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Venezuela adoptaron el impuesto a las transferen­cias financiera­s. En todos los casos se reportó un alto impacto distorsivo documentad­o por estudios.

Existen diferencia­s sustancial­es en los resultados entre naciones desarrolla­das y las que se encuentran en vías de desarrollo.

En Colombia, por ejemplo, este tributo incrementó el costo de la intermedia­ción financiera. Se empezó a aplicar en ese país en 1998 con el objetivo de solucionar la crisis que atravesaba el sector bancario.

La tarifa del impuesto fue fijada en 0,2% para retiros realizados de cuentas corrientes, cuentas de ahorro, cuentas de depósito en el Banco de la República y la emisión de cheques de gerencia.

Algunos meses después de la introducci­ón del tributo las transaccio­nes interbanca­rias fueron declaradas exentas. Posteriorm­ente, en diciembre de 2000, mediante la Ley 633, la tasa se incrementó a 0,3%.

En diciembre de 2003, con la Ley 863 (de Colombia), se aumentó nuevamente la tarifa a 0,4%, de manera transitori­a para el periodo comprendid­o entre la fecha de inicio de la ley y el 2007. Así se describe en el estudio Represión Financiera y el Costo del Financiami­ento en Colombia, elaborado y publicado por el Banco Mundial (BM) en junio del 2006.

Otra investigac­ión publicada en mayo del 2013 por el Centro Interameri­cano de Administra­ciones Tributaria­s (CIAT), analiza el impacto del impuesto alas transaccio­nes financiera­s en América Latina entre 1990 y 2012.

El informe concluye que la recaudació­n anual con este tributo en países como Ecuador, México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Nicaragua, Paraguay y Panamá; superan un punto del Producto Interno Bruto (PIB).

La aplicación de este tipo de tributo en esos países generó una contracció­n en los depósitos bancarios e incrementó la preferenci­a por el dinero en efectivo.

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