El Financiero (Costa Rica)

En las mujeres se acrecienta­n los impactos del COVID-19

- Natalia Morales Aguilar

La atención de la pandemia del COVID-19 profundiza la crisis del mercado laboral costarrice­nse, que desde años atrás venía mostrando signos de deterioros importante­s. Casi todos los sectores y grupos están afectados, directa o indirectam­ente, aún entre quienes por fortuna logran conservar sus empleos. Sin embargo, la situación es más crítica entre las mujeres, lo cual ensancha las brechas de género, aún cuando los hombres también tienen fuertes impactos.

En una definición justa del trabajo, las mujeres sufren múltiple afectación, tanto desde el ámbito remunerado como del no remunerado. A muchas las despidiero­n, a otras les aplican la suspensión temporal del contrato o la reducción de jornadas, las que ejercen desde el ámbito informal ven reducidos o disueltos sus ingresos, las más afortunada­s continúan sus tareas desde el hogar, es decir, en teletrabaj­o.

Pero la gran mayoría de ellas, además, tiene a su cargo la responsabi­lidad de ocuparse de numerosos quehaceres domésticos, tales como limpiar la casa, el cuido de los niños y niñas y sus tareas escolares, cocinar, lavar, y hasta realizar las compras. Esta combinació­n agotadora pone en evidencia la desigualda­d en la distribuci­ón del tiempo diario con la que se enfrenta el distanciam­iento social a lo interno de las familias.

En todas las áreas del mundo del trabajo, la situación para las mujeres siempre ha sido más difícil. Por ejemplo, cada vez que se desacelera la economía y desmejora el desempeño del mercado de trabajo, las mujeres se ven más perjudicad­as, no importa si trabajan o no remunerada­mente. Si a la economía le va mal, a las mujeres les va peor. Pero si la economía mejora, son menos favorecida­s.

El golpe

La Encuesta Continua de Empleo (ECE) del segundo trimestre del 2020 (II-2020), realizada por el Instituto Nacional de Estadístic­a y Censo (INEC), arrojó los “números rojos” que experiment­ó el país en los meses de abril, mayo y junio. En comparació­n con el 2019, se perdieron 437.938 puestos, de los cuales el 52,5% fueron mujeres (229.728), mientras que 208.210 hombres.

El problema es que la cantidad de mujeres ocupadas (846.261) en el 2019 era considerab­lemente menor a los ocupados (1.336.934), por lo que el impacto es aún más significat­ivo. Eso equivale a que perdieron su empleo el 27% de las mujeres versus el 16% de los hombres. La cantidad de ocupadas se sitúa ahora en 616.533 mujeres, similar a la cifra observada en el 2011, es decir, casi una década de retroceso.

Pero quizás el dato más alarmante es el récord en el desempleo del II-2020 (hasta este momento): 24% de la población económicam­ente activa, la cual se duplicó con respecto al año anterior, tanto en la total, como para ambos sexos. La tasa masculina subió a un 20%, es decir, uno de cada cinco hombres no tiene trabajo. En las mujeres llega a un 30,4%, es decir, casi una de cada tres mujeres está desemplead­a.

Al combinar los resultados del desempleo y el subempleo, este último mide la afectación en las jornadas laborales, al trabajar menos horas de las deseadas, los datos sugieren que, ante la crisis, las mujeres sufren los despidos con mayor intensidad, mientras que a los hombres se les aplica más la reducción de jornadas.

Una de cada dos mujeres busca empleo o trabaja menos de lo que desea, en contraste con la proporción de los hombres, que resulta en dos de cada cinco. No hay que olvidar lo más importante: detrás de esas altas cifras hay rostros humanos angustiado­s por la situación que viven.

Volviendo a los hogares, dentro de ellos también se dan brechas importante­s en el reparto de las tareas y los cuidados. El trabajo doméstico no remunerado -antes de la pandemia- ya lo realizaba en su mayoría las mujeres, lo que les limita su disponibil­idad de horas para dedicarse a un trabajo remunerado en el mercado.

Según estimacion­es del Banco Central de Costa Rica, el valor económico del trabajo doméstico no remunerado en el año 2017 ascendía a 8,3 billones de colones (equivalent­e a un 25,3% del PIB), de los cuales el 71,4% era aportado por las mujeres.

Estas diferencia­s están directamen­te relacionad­as con la cantidad de horas que reporta dedicarle las mujeres versus los hombres a estas tareas: aproximada­mente 3 horas más por día en las mujeres urbanas y 4 horas más en las rurales. Trabajo poco reconocido en nuestras familias, del que poco se habla en las discusione­s políticas, y que muy probableme­nte se incrementó en esta época de distanciam­iento social.

Además, muchos trabajos remunerado­s se trasladaro­n al hogar. La ECE del II-2020 indaga sobre el teletrabaj­o y muestra que un 14% de la población ocupada está bajo esta modalidad, un 51,9% son mujeres. La mayoría se desarrolla en ocupacione­s “profesiona­les y técnicas”, lo cual podría indicar que beneficia más a los hogares de mayor ingreso y de zonas urbanas. Adicionalm­ente, tres de cuatro ocupadas son madres con hijos a su cargo. Es evidente la enorme y creciente carga de trabajo que les genera la situación actual a la mayoría de mujeres en el país. Y si se trata de hogares monoparent­ales, escala aún más, porque absolutame­nte todo recae en una sola persona.

¿Es posible mejorar las condicione­s para las mujeres? Sí, siempre y cuando la equidad de género se sitúe como una prioridad y eje estratégic­o en las políticas que se diseñen en la fase de recuperaci­ón para mitigar los efectos negativos de la crisis, que impulsen el crecimient­o económico con equidad. Efectivame­nte es todo un reto, pero a la vez, es una oportunida­d única para lograr avances sustantivo­s en el cierre de las brechas entre mujeres y hombres.

En todas las áreas del mundo del trabajo, la situación para las mujeres siempre ha sido más difícil. Si a la economía le va mal, a las mujeres les va peor. Pero si la economía mejora, son menos favorecida­s.

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