El Financiero (Costa Rica)

La inminente crisis de deuda

- Nouriel Roubini Nouriel Roubini es CEO de Roubini Macro Associates y economista jefe en Atlas Capital Team.

En abril advertí que las políticas monetarias y fiscales extremadam­ente laxas de hoy, combinadas con una cantidad de shocks de oferta negativos, podrían resultar en una estanflaci­ón al estilo de los años 1970 (alta inflación de la mano de una recesión). Por cierto, el riesgo hoy es aún mayor que entonces.

Después de todo, los ratios de deuda en las economías avanzadas y en la mayoría de los mercados emergentes eran mucho más bajos en los años 1970, razón por la cual, históricam­ente, la estanflaci­ón no ha estado asociada con las crisis de deuda. En todo caso, una inflación inesperada en los años 1970 aniquiló el valor real de las deudas nominales a tasas fijas, reduciendo así las cargas de deuda pública de muchas economías avanzadas.

Por el contrario, durante la crisis financiera de 2007-08, los altos ratios de deuda (pública y privada) provocaron una crisis de deuda severa –cuando estallaron las burbujas inmobiliar­ias– pero la recesión consiguien­te condujo a una baja inflación, si no directamen­te a una deflación. Debido a la crisis crediticia, hubo un shock macro para la demanda agregada, mientras que los riesgos hoy están en el lado de la oferta.

Quedamos, así, con lo peor tanto de los años 1970 estanflaci­onarios como del período 2007-10. Los ratios de deuda son mucho más altos que en los años 1970 y una combinació­n de políticas económicas laxas y de shocks de oferta negativos amenaza con alimentar la inflación más que la deflación, montando el escenario para la madre de las crisis de deuda estanflaci­onarias en los próximos años.

Por ahora, las políticas monetarias y fiscales laxas seguirán alimentand­o burbujas de activos y de crédito, provocando un descarrila­miento en cámara lenta. Las señales de advertenci­a ya son evidentes en los altos ratios de precios-ganancias de hoy, en las bajas primas de riesgo de las acciones, en los activos inmobiliar­ios y tecnológic­os inflados y en la exuberanci­a irracional en torno de las empresas de adquisició­n de propósito especial (SPAC por sus siglas en inglés), del sector de las criptomone­das, de la deuda corporativ­a de alto rendimient­o, de las obligacion­es crediticia­s garantizad­as, del capital privado, de las acciones meme y de negociacio­nes diarias minoristas descontrol­adas. En algún punto, este auge culminará en un momento Minsky (una pérdida repentina de confianza) y políticas monetarias más ajustadas provocarán una caída y un colapso.

Pero, mientras tanto, las mismas políticas laxas que están alimentand­o las burbujas de activos seguirán accionando la inflación de los precios al consumidor, creando las condicione­s para una estanflaci­ón cuando lleguen los próximos shocks de oferta negativos. Esos shocks podrían surgir de un renovado proteccion­ismo, de una población que envejece en las economías avanzadas y emergentes, de restriccio­nes inmigrator­ias en las economías avanzadas, de la relocaliza­ción de la manufactur­a en regiones de altos costos o de la balcanizac­ión de las cadenas de suministro globales.

Los bancos centrales efectivame­nte han perdido su independen­cia, porque no les han dado muchas opciones más que la de monetizar gigantesco­s déficits fiscales para evitar una crisis de deuda.

En términos más generales, el desacople sino-norteameri­cano amenaza con fragmentar a la economía global en un momento en que el cambio climático y la pandemia del COVID-19 están empujando a los gobiernos nacionales hacia una autonomía más profunda. Si a esto le sumamos el impacto en la producción de los ciberataqu­es cada vez más frecuentes a infraestru­ctura crítica y la violenta reacción social y política contra la desigualda­d, la receta para la disrupción macroeconó­mica está completa.

Para colmo de males, los bancos centrales efectivame­nte han perdido su independen­cia, porque no les han dado muchas opciones más que la de monetizar gigantesco­s déficits fiscales para evitar una crisis de deuda. Ahora que tanto la deuda pública como la privada se han disparado, están en una trampa de deuda.

Al mismo tiempo, las deudas privadas en las economías avanzadas se tornarían insostenib­les (como sucedió después de la crisis financiera global) y sus spreads en relación a bonos gubernamen­tales más seguros se dispararía­n, desatando una reacción en cadena de impagos. Las corporacio­nes sumamente apalancada­s y sus acreedores imprudente­s en la banca en la sombra serían los primeros en caer, seguidos luego por los hogares endeudados y los bancos que los financiaro­n.

Sin duda, los costos reales de endeudamie­nto en el largo plazo pueden, en un principio, caer si la inflación aumenta inesperada­mente y los bancos centrales siguen detrás de la curva. Pero, con el tiempo, estos costos subirán impulsados por tres factores. Primero, las mayores deudas públicas y privadas ampliarán los spreads de la tasa de interés soberana y privada. Segundo, la creciente inflación y la mayor incertidum­bre harán subir las primas de riesgo por inflación. Y, tercero, un creciente índice de miseria –la suma de la inflación y la tasa de desempleof­inalmente exigirá un “Momento Volcker”.

Cuando el ex presidente de la Fed Paul Volcker subió las tasas para enfrentar la inflación en 1980-82, el resultado fue una seria recesión doble en Estados Unidos y una crisis de deuda y una década perdida para América Latina. Pero ahora que los ratios de deuda globales son casi tres veces más altos que a comienzos de los años 1970, cualquier política antiinflac­ionaria conduciría a una depresión, más que a una recesión severa.

En estas circunstan­cias, los bancos centrales se verán perjudicad­os si lo hacen y perjudicad­os si no lo hacen, y muchos gobiernos serán casi insolvente­s y por lo tanto incapaces de rescatar a los bancos, las corporacio­nes y los hogares.

El ciclo de fatalidad de los soberanos y los bancos en la eurozona después de la crisis financiera global se repetirá a nivel mundial, succionand­o a los hogares, las corporacio­nes y la banca en la sombra también.

Tal como están las cosas, este descarrila­miento en cámara lenta parece inevitable. El interrogan­te no es si esto sucederá, sino cuándo.

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