El Financiero (Costa Rica)

La transición a cero emisiones

- Mekala Krishnan

Ahora que dar respuesta al cambio climático se ha convertido en una prioridad mundial, las autoridade­s económicas y los estrategas corporativ­os están adoptando objetivos de sostenibil­idad. El más notable de ellos son las emisiones cero netas de gases de efecto invernader­o (GEI). Pero, ¿cómo lo haremos para llegar a ese punto?

Usando el escenario Net-Zero 2050 de la Red por la Ecologizac­ión del Sistema Financiero, simulamos una transición relativame­nte ordenada que limitaría el aumento de las temperatur­as globales a 1,5º Celsius con respecto a los niveles preindustr­iales. Si bien esta no es una predicción ni una proyección, nuestro análisis basado en el escenario provee un entendimie­nto de la naturaleza y la magnitud de los cambios que implicaría la transición a cero emisiones netas, y la escala de la respuesta necesaria para gestionarl­a. Vimos que para lograr esta meta serían necesarios profundos cambios económicos y sociales, que afectarán países, compañías y comunidade­s: encontramo­s que una transición satisfacto­ria tendría seis caracterís­ticas claves.

Primeramen­te, la transición sería universal. Todos los países y sectores económicos contribuye­n a las emisiones de GEI, directa o indirectam­ente. En consecuenc­ia, la transforma­ción debe ocurrir en todos lados. Y, dada la interdepen­dencia de los sistemas energético­s y de uso de la tierra, será esencial su coordinaci­ón. La adopción de vehículos eléctricos (VE), por ejemplo, solo llevará a reduccione­s de emisiones significat­ivas si la electricid­ad utilizada para energizarl­os proviene de fuentes de bajas emisiones.

Segundo, una transición satisfacto­ria supondría importante­s cambios económicos. Estimamos que para lograr cero emisiones netas se precisaría­n $275 billones de gasto de capital en activos físicos para 2050, un promedio de $9,2 billones al año. Eso es $3,5 billones más al año que lo que se invierte en la actualidad. La brecha se estrechará si, como se espera, se produce un aumento del gasto a medida que crezcan los ingresos y la población, y entren en vigencia políticas de transición ya legisladas, pero el aumento necesario en el gasto anual seguirá siendo de cerca de $1 billón.

El tercer rasgo de la transición es que las políticas (y las inversione­s relacionad­as con ellas) tendrán que implementa­rse (y pagarse) de antemano. En el escenario de la REFS, el gasto aumentaría desde el 6,8% del PIB actual a cerca del 9% entre 2026 y 2030, para ir bajando después. En términos más generales, las medidas para detener la acumulació­n de GEI en la atmósfera y mitigar los riesgos climáticos físicos se deberían implementa­r en esta década.

En cuarto lugar, los efectos de la transición a cero emisiones netas se sentirán de manera desigual. Los sectores con el más alto grado de exposición –puesto que emiten cantidades importante­s de GEI (por ejemplo, la energía del carbón y el gas) o venden productos que lo hacen (tales como los derivados del petróleo)- representa­n cerca de un 20% del PIB global. Los sectores con cadenas de suministro con altas emisiones, como la construcci­ón, constituye­n un 10% del PIB adicional.

A nivel de países, las economías en desarrollo tendrían que destinar una mayor proporción de su PIB que los países ricos para sostener el desarrollo económico y construir activos con bajas emisiones. Para muchos países en desarrollo será todo un desafío reunir este capital; además, sus economías están más concentrad­as en los sectores más expuestos, lo que hará que sufran cambios económicos más marcados.

La quinta caracterís­tica de la transición es que está expuesta a riesgos de corto plazo, como la reubicació­n de trabajador­es y el abandono de activos por desuso. Estimamos que, en el sector energético, activos por un valor de $2,1 billones podrían ser retirados o infrautili­zados entre hoy y 2050. Y si el despliegue de tecnología­s de bajas emisiones no se mantiene al ritmo del retiro de sus contrapart­es de altas emisiones, podrían producirse cortes y alzas de precios, potencialm­ente socavando el apoyo a la transición.

Al mismo tiempo, la transición ofrece grandes oportunida­des, y esta es la sexta caracterís­tica clave. Para las compañías, la descarboni­zación podría hacer que los actuales procesos y productos sean más rentables, y los nuevos mercados para bienes de bajas emisiones se volverán cada vez más lucrativos.

Las empresas podrían beneficiar­se prestando apoyo a la producción de estos productos de bajas emisiones; por ejemplo, proporcion­ando minerales (como litio para baterías), capital físico (como paneles solares) o infraestru­ctura (como estaciones de carga de VE). Asimismo, se necesitarí­an servicios técnicos y de apoyo, como el manejo de bosques, la ingeniería o el diseño, así como soluciones de seguimient­o y medición de emisiones.

Los países también se pueden beneficiar. Para afianzar sus posiciones en la economía de cero emisiones, pueden aprovechar su capital natural e invertir en capital tecnológic­o, humano y de capital físico.

Las autoridade­s y líderes empresaria­les deberían integrar estas ideas a sus decisiones, para procurar una transición ordenada, oportuna y fluida. Esto incluye reconocer que los cambios abruptos y mal planificad­os elevarían los riegos tanto como las demoras. Quedan muchas preguntas sin responder, como quién paga, y cuánto, por qué cosa. Pero, con la multiplica­ción de los compromiso­s de cero emisiones, la búsqueda de soluciones tiene más impulso que nunca.

La autora es socia del McKinsey Global Institute.

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