UE necesita unión energética
Desde la invasión no provocada de Rusia a Ucrania en febrero del 2022, los frenéticos esfuerzos de la Unión Europea para adaptar sus mercados energéticos e infraestructura a las nuevas realidades geopolíticas han ocupado los medios y los círculos políticos.
Cada día trae consigo una plétora de comentarios y discusiones sobre los dilemas a los que se enfrenta Europa. Pero, tras casi diez meses, la UE sigue muy lejos de formular una política energética coherente.
Cierto es que la UE ha conseguido avances este año. La brutal guerra de agresión del Kremlin contra Ucrania ha obligado a Europa —por fin— a reconocer las consecuencias de su (autoimpuesta) dependencia de la energía rusa.
La respuesta inicial de la UE a la agitación del mercado energético fue caótica. Al igual que al principio de la pandemia: cada Estado miembro buscándose la vida por su cuenta. En la apresurada cacería individual de suministros alternativos, más de una vez, los Estados miembro terminaron compitiendo entre sí por los contratos.
De nuevo, surgió una acción comunitaria. Se hicieron numerosas propuestas y planes, comenzando por REPowerEU, la hoja de ruta de la Unión para reducir el consumo de energía, desarrollar fuentes renovables y diversificar el suministro más allá de Rusia. La UE también ha aprobado un impuesto temporal a los beneficios imprevistos de las empresas energéticas, y se ha propuesto un plan para la compra conjunta de gas.
Hoy la situación energética de Europa se ve algo más sólida. De no haber un invierno particularmente frío o prolongado, la Unión cuenta con un suministro de gas suficiente. En general, los miembros del bloque están buscando cómo trabajar juntos para dar respuesta al desafío energético.
Pero no hay que exagerar la unidad de propósito europea en el área de la energía. De hecho, en muchas instancias, vemos que los socios comunitarios han vuelto a su condición habitual: tensiones, disputas y el «salir del paso».
Esto ha quedado de manifiesto, por ejemplo, en el intento de aplicar un límite de precios al petróleo ruso. Al final, se logró acordar un tope de $60 por barril (que sentó las bases para un acuerdo más amplio en el G7); eso sí, tras muchas riñas siguiendo las líneas de falla habituales, además de batallas bizantinas por los detalles. Si bien el proceso sirvió para resaltar el importante potencial de las políticas de la UE (sobre todo en el ámbito de la energía, en el que Europa mantiene influencia notable), también subrayó has
“Los líderes europeos deben comprometerse no sólo a llegar a un acuerdo definitivo para estabilizar los precios del gas y garantizar la seguridad del suministro, sino también a hacer balance de su política energética. De igual importancia, deben encarar decididamente los fracasos que han impedido el avance hacia una unión energética”.
ta qué punto la dinámica interna en temas energéticos sigue siendo discordante.
Paradigmático de la estrategia europea de salir del paso es el intento de crear una unión energética europea. Como la misma UE, la unión de la energía es un proyecto a gran escala nacido de una idea brillante. Pero el proceso de hacerla realidad avanza con grandes dificultades, a fuerza de políticas reactivas y resoluciones a última hora, en vez de claridad táctica y habilidad en el arte de gobernar.
Cuando lo que estaba en juego era la cuestión comercial, al menos, los contornos de la visión europea quedaron bien definidos. Pero en el ámbito de la energía (igual que con la Unión Económica y Monetaria), la actuación del bloque, incluido el marco regulatorio, sigue siendo -en el mejor de los casos-.
Los primeros intentos de abrir los mercados eléctricos europeos se hicieron durante la cumbre de Barcelona en 2002. Aunque no tuvieron ningún resultado, la idea fue cobrando impulso en los años posteriores, hasta que en 2015 se lanzó una estrategia para una unión energética, tomando como modelo el diseño del mercado interno.
Fue de ayuda que la UE se hubiera convertido en una superpotencia regulatoria global (sobre todo en el ámbito de la sostenibilidad). La determinación europea de liderar la lucha contra el cambio climático ha sido un tema central durante los dos últimos mandatos de la Comisión Europea, que han hecho hincapié en la influencia y competencia excepcionales de Europa en el área.
Con esta iniciativa, la UE ha consolidado la primacía de la transición energética en su narrativa política, y ha fomentado compromisos de descarbonización global. También ha impulsado avances en fuentes de energía renovables.
Pero la estrategia europea también muestra una falta de visión de futuro lamentable, ejemplificada por la insuficiente inversión en infraestructura en este ámbito. Además, la sostenibilidad sólo es uno de los pilares de la unión energética europea; los otros dos (la seguridad de suministro y la asequibilidad) siguen siendo competencia de los Estados miembro; la protegen ferozmente (aunque en la práctica, las responsabilidades asociadas no se tengan en cuenta). Así, nunca se ha formado una visión coherente para la transición energética de la UE.
*La autora fue ministra de Asuntos Exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.