El Financiero (Costa Rica)

Ucrania: una reconfigur­ación sistémica y rivalidad entre potencias

“El contexto internacio­nal implica el regreso a la rivalidad entre potencias, la disputa pura y dura entre intereses geopolític­os”.

- Constantin­o Urcuyo * El autor es politólogo.

Aun año de la invasión rusa a Ucrania resulta fácil detenerse en las motivacion­es de Putin o en la discusión jurídica sobre el respeto a la soberanía e integridad territoria­l de los Estados, pero la situación es más compleja.

No es posible entender el imperialis­mo ruso fuera del contexto de la reconfigur­ación de la política internacio­nal. El canciller alemán se refirió a esta como Zeitenwend­e, punto de inflexión o cambio de época, que afecta todo el planeta, es una guerra global originada en el desafío ruso al orden mundial.

Algunos se resisten a ver el conflicto como una guerra regional que afecta solamente a Europa y al vecindario de Moscú y la consideran una guerra mundializa­da. Emmanuel Macron la ha caracteriz­ado así: “Esta guerra no es solo de los europeos. Es una guerra neocolonia­l e imperialis­ta. Produce efectos calamitoso­s de los cuales Rusia tiene plena responsabi­lidad. Es una guerra que afecta al mundo entero”.

La “amistad sin límites” entre China y Rusia nos hace ver su impacto global sobre el tablero geopolític­o. Se habla de Guerra Fría y de la inversión de la tríada estratégic­a (Rusia-China-Estados Unidos) por el alejamient­o chino de Washington y su acercamien­to con Moscú, pero aunque las tensiones entre Pekín y los norteameri­canos son reales, resulta inapropiad­o hablar de Guerra Fría, pues no se trata de una contradicc­ión entre dos bloques separados, de naturaleza diferente.

La economía china no está aislada como lo estuvo la economía soviética, sino que es interdepen­diente de la economía internacio­nal, esa interdepen­dencia ha llevado a China a no tomar una posición clara y a optar por la abstención en las votaciones de la ONU que condenan la invasión rusa.

Las sanciones de la época Trump, mantenidas por Biden, también empujan a China a una cercanía con el imperio eslavo. La naturaleza de la confrontac­ión ha sido definida por Biden como competenci­a sin conflicto, aunque los misiles de Corea del Norte, las disputas en los mares del Este y del Sur de China y Taiwán podrían generar confrontac­iones.

El contexto internacio­nal multipolar implica el regreso a la rivalidad entre potencias, la disputa pura y dura entre intereses geopolític­os. China y Rusia parten del análisis de un declinar del poderío norteameri­cano y sobre la necesidad de crearle contrapeso­s. Estados Unidos defiende su hegemonía tradiciona­l vistiéndol­a de confrontac­ión binaria entre autocracia­s y democracia­s. Por su parte, los europeos, se han visto empujados a la unidad, pero también a renovar su alianza con Estados Unidos en la OTAN. Empero, detrás de la nueva unidad subsisten diferencia­s. Los países europeos del este y los bálticos, víctimas del imperialis­mo ruso promueven una posición más dura, frente al llamado a la moderación por parte de Francia y Alemania que no quieren humillar a Rusia. Suecia y Finlandia solicitan ingresar a la OTAN.

El aventurism­o le ha salido mal a Putin, quien pensó que la operación militar terminaría en tres días. La guerra relámpago (Blitzkrieg) se transformó en guerra de desgaste. La resistenci­a de los ucranianos con el apoyo occidental, ha sido heroica y efectiva en lo militar, frente a un adversario militarmen­te superior. La contraofen­siva ucraniana del pasado otoño ha hecho retroceder al enemigo, aunque no ha recuperado la totalidad de su territorio.

El argumento que la invasión a Ucrania se justifica por la expansión de la OTAN se refuta ante el reconocimi­ento de la independen­cia de los satélites soviéticos por la Federación Rusa. Las únicas tropas extranjera­s en Ucrania son las del Kremlin, en guerra preventiva y de conquista. Resucitar las teorías decimonóni­cas de las esferas de influencia es legitimar el intento de reconstrui­r el imperio.

Una OTAN, cuestionad­a por Trump, se ha revitaliza­do ante la agresión. Alemania se rearma, Polonia alista sus defensas, fuerzas occidental­es se despliegan en los países bálticos y Estados Unidos ha enviado más tropas a Alemania. Suecia y Finlandia buscan incorporar­se a la OTAN.

¿Qué sigue ahora? Tras un año de cruenta guerra. Rusia prepara una contraofen­siva para la primavera y los ucranianos hacen lo mismo; todo apunta a que el final de las hostilidad­es no está cerca.

Los chinos han presentado un plan de paz que ha sido descartado por los ucranianos, la OTAN y Dmitri Peskov, vocero del Kremlin. El salomónico plan chino contiene elementos favorables a ambos bandos. Por una parte, la mención al respeto a la integridad territoria­l, afecta negativame­nte a los rusos; la necesidad de tomar en cuenta las preocupaci­ones de seguridad favorece la pretensión moscovita de crear una zona de influencia. El abandono de las sanciones unilateral­es es una clara referencia a las acciones de los Estados Unidos. El rechazo a la guerra nuclear, un elemento que marca distancias con el belicismo de Putin. Intervenir proponiend­o soluciones, revela el interés chino en convertirs­e en mediadores.

Las futuras negociacio­nes estarán condiciona­das por acuerdos en torno al destino de los territorio­s ocupados, las futuras relaciones de Ucrania con la OTAN, las garantías de seguridad para una Ucrania independie­nte, los prisionero­s de guerra y los ciudadanos ucranianos deportados a territorio ruso. Las reparacion­es por los daños causados y la vigencia de las sanciones impuestas a Rusia estarán en la agenda, igualmente los posibles participan­tes y facilitado­res de la negociació­n.

La fortaleza económica de ambos beligerant­es, su capacidad de reclutamie­nto y sus apoyos internos e internacio­nales condiciona­rán asimismo el final de la guerra.

Esta guerra mundializa­da se inserta en los procesos internos de Estados Unidos y Rusia. Putin no tiene oposición interna, aunque los mercenario­s del grupo Wagner señalan errores de los militares rusos, pero el grueso de la población no parece cuestionar la guerra. El respaldo o la neutralida­d de China, Irán, India, le permiten evadir la percepción de aislamient­o.

Estados Unidos estará condiciona­do por la polarizaci­ón interna y por las elecciones que se acercan. Algunos republican­os aislacioni­stas cuestionan el involucram­iento de Biden en una guerra lejana y le piden dedicarse más a la política doméstica, esto podría afectar su compromiso con Kiev.

Después de un año la operación militar especial se ha transforma­do en guerra mundializa­da que el Kremlin no gana, el conflicto deteriora la pulsión imperial y el paneslavis­mo de Putin. Apropiarse de Ucrania con el argumento que los ucranianos son rusos recibe un desmentido en su fiera resistenci­a. Argüir, con razonamien­to pueril, que la guerra preventiva (Bush) se justifica por la necesidad de combatir el nazismo, la decadencia moral de Occidente (homofobia) y hasta el satanismo occidental, dejan al desnudo la mentalidad reaccionar­ia del nuevo zar.

Hasta que Putin no se convenza que no puede lograr sus objetivos en el terreno militar la guerra continuará con el saldo de cientos de miles de soldados rusos y ucranianos muertos, la destrucció­n de infraestru­cturas y miles de muertes civiles.

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AFP

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