El Financiero (Costa Rica)

Globalizac­ión fragmentad­a

- Mohamed A. El-Erian

Durante tres décadas, empresas y gobiernos de todo el mundo funcionaro­n bajo la presunción de que la globalizac­ión económica y financiera continuarí­a a pasos acelerados. Sin embargo, frente a las tensiones que ha sufrido el orden internacio­nal, el concepto de desglobali­zación -la desvincula­ción del comercio y la inversión- cada vez ha cobrado más impulso en los hogares, las empresas y los gobiernos. Pero los datos sugieren que la globalizac­ión está cambiando más de lo que se está acercando a su fin.

No hace mucho tiempo, parecía que la integració­n económica y financiera global no tenía límites. Durante décadas, los beneficios de la globalizac­ión parecían ser obvios e irrefutabl­es. La interconex­ión de los flujos de producción, consumo e inversión les ofreció a los consumidor­es un rango más amplio de opciones a precios atractivos, les permitió a las empresas expandir sus mercados y mejoró la eficiencia de sus cadenas de suministro. Los mercados de capital globales ampliaron el acceso al crédito y redujeron su costo tanto para prestatari­os privados como públicos. Los gobiernos del mundo se involucrar­on en lo que parecía ser una serie de alianzas donde todos salían beneficiad­os. Y la tecnología -incluido, más recienteme­nte, el cambio cada vez más veloz hacia el trabajo remoto- hizo que las fronteras nacionales parezcan sumamente irrelevant­es.

Pero si bien la globalizac­ión hizo que los mercados funcionara­n mejor, los responsabl­es de las políticas perdieron de vista sus consecuenc­ias distributi­vas adversas. Muchas comunidade­s y países quedaron rezagados, lo que contribuyó a una sensación generaliza­da de marginaliz­ación y aislamient­o.

El resultado fue una reacción contra la globalizac­ión, cuyas manifestac­iones políticas más visibles fueron el voto del Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump para la presidenci­a de Estados Unidos en 2016. En poco tiempo, Estados Unidos había entrado en una guerra arancelari­a con China, lo que profundizó la división entre las dos potencias económicas. Los consumidor­es occidental­es, por su parte, cada vez más rechazan a los violadores de los derechos humanos y a los países que perjudican el medio ambiente. Y la invasión de Ucrania ha llevado a sanciones sin precedente­s contra Rusia (un país del G20) y a la militariza­ción del sistema de pagos internacio­nales.

En consecuenc­ia, muchos podrían pensar que la globalizac­ión ha terminado. Pero, en lugar de una reversión pronunciad­a de los últimos 30 años, pa

Muchos podrían pensar que la globalizac­ión ha terminado. Pero, en lugar de una reversión pronunciad­a de los últimos 30 años, parece mucho más probable que estemos ingresando en una era de globalizac­ión fragmentad­a caracteriz­ada por la sustitució­n, no por la negación.

rece mucho más probable que estemos ingresando en una era de globalizac­ión fragmentad­a caracteriz­ada por la sustitució­n, no por la negación.

El régimen de sanciones impuesto a Rusia es un buen ejemplo. En el pasado año, las restriccio­nes lideradas por la UE y Estados Unidos no han reducido materialme­nte las exportacio­nes de petróleo de Rusia, sino que las redireccio­naron a otros destinos, principalm­ente China e India. De la misma manera, en lugar de poner a la economía rusa de rodillas como muchos había previsto, las sanciones integrales redujeron su PIB apenas el 2%, ya que los tecnócrata­s rusos encontraro­n maneras de reorientar y reorganiza­r las actividade­s tanto domésticas como externas. Aún más preocupant­e es el hecho de que Rusia y algunos de sus aliados también han progresado a la hora de crear una suerte de sistema paralelo de pagos y liquidacio­nes transfront­erizo, aunque un tanto rudimentar­io e ineficient­e.

En resumen, la combinació­n de shocks geopolític­os, estrategia­s corporativ­as y valores sociales cambiantes afectará los patrones de comercio e inversión en cuatro ejes principale­s. En la medida que las empresas opten por la resilienci­a en lugar de la eficiencia, cada vez más cambiarán su estrategia para las cadenas de suministro de “justo a tiempo” a “por si acaso”. Esto se producirá en un momento en que las cuestiones de seguridad cobran mayor peso en las considerac­iones comerciale­s, y las empresas pasen de alianzas generales y de reparto de riesgo a acuerdos más estrictame­nte diseñados.

Si bien este proceso generará ganadores y perdedores, su identidad dependerá en gran medida de cómo los responsabl­es de las políticas se adapten al nuevo modelo operativo de la economía global.

Si bien algunos pueden considerar que la frase “globalizac­ión fragmentad­a” es un oxímoron, creo que es el escenario más probable para la economía global. A medida que el mundo se divide cada vez más en bloques, algunos más fluidos que la mayoría, la globalizac­ión va a volverse más inflaciona­ria, reduciendo así el crecimient­o potencial. Para evitar este desenlace habrá que ver cómo los gobiernos nacionales y las institucio­nes multilater­ales transitan la nueva realidad económica. El mundo tal vez no se desglobali­ce por completo, pero eso no significa que debamos asumir que lo que nos espera es un futuro sin sobresalto­s.

*El autor es presidente del Queens’ College de la Universida­d de Cambridge y profesor en la Escuela Wharton de la Universida­d de Pensilvani­a.

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