El Financiero (Costa Rica)

Para la descarboni­zación necesitamo­s nuevas reglas fiscales

- * Max Krahé, miembro de The New Institute en Hamburgo, Philippa Sigl-Glöckner, directora ejecutiva de Dezernat Zukunft y Janek Steitz es director climático de esa entidad. Max Krahé, Philippa Sigl-Glöckner y Janek Steitz

La política climática enfrenta una coyuntura crítica. Los científico­s más destacados del mundo perciben que la ventana para evitar los peores estragos del calentamie­nto global se cierra rápidament­e.

Con la promulgaci­ón de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) el año pasado, Estados Unidos finalmente actuó de manera significat­iva para reducir sus emisiones nacionales. Ahora Europa está tratando de responder con prisa.

Pero el limitado enfoque técnico dominante en la Unión Europea —y especialme­nte en Alemania, su mayor estado miembro— está llevando a Europa hacia bancos de arena fiscales y agitación social.

Para trazar un curso más seguro y sostenible, hay que vincular la política climática con la política económica en términos más amplios y, especialme­nte, la política fiscal. En otras palabras, la acción climática significat­iva requiere una estrategia que considere a la economía en su conjunto.

Hasta la fecha, los gobiernos europeos se han unido en torno a una respuesta de ingeniería para combatir el cambio climático. Por ejemplo, el plan Objetivo 55 de la Comisión Europea divide al problema en partes pequeñas y manejables, crea metas para cada sector y determina la reducción de carbono que pueden lograr las diversas soluciones en forma individual.

La respuesta que está surgiendo frente a la IRA aplica el turbo a este paradigma, con procedimie­ntos de planificac­ión más veloces y más libertad de acción para los subsidios industrial­es, pero no lo cambia.

No es un paradigma ciego ante las preocupaci­ones sociales, pero también en este caso el esquema mental dominante favorece la soluciones técnicas: para que la fijación de precios del carbono resulte aceptable se crea un dividendo de carbono; para atender a la pobreza energética se crea un beneficio monetario condiciona­do a la situación económica; para disipar el temor al desempleo en la industria de los combustibl­es fósiles se crea un programa de capacitaci­ón en habilidade­s verdes... y la lista continúa.

Aunque cubren una brecha importante, estas políticas son un inquietant­e eco de la llamada tercera vía propugnada en la década de 1990 y a principios de la década de 2000. En ese entonces se dijo a los votantes que no debían preocupars­e por perder sus empleos debido a la automatiza­ción y la globalizac­ión, nuevas y mejores oportunida­des se perfilaban en el horizonte.

Los trabajador­es podían inscribirs­e en programas de reentrenam­iento y mantenerse gracias a los beneficios del bienestar social hasta que adquiriera­n las habilidade­s demandadas.

Sabemos cómo terminó esa historia. Resulta que los empleos bien remunerado­s pueden desaparece­r y ser reemplazad­os con empleos inseguros y mal remunerado­s. El deterioro sostenido puede afectar a regiones enteras, algo que ocurrió en muchas economías avanzadas. Después de haber pasado por esto, muchos trabajador­es votaron según su experienci­a.

La política climática no debe caer en la misma trampa, la marea en ascenso de la descarboni­zación, como ocurrió antes con la de la globalizac­ión y la automatiza­ción, no elevará todas las embarcacio­nes automática­mente.

Ciertament­e, no existe una disyuntiva entre la prosperida­d y la protección climática en el largo plazo: solo podemos prosperar en un planeta sano; pero durante el período de transición, el abandono de los combustibl­es fósiles aumentará los costos y la inestabili­dad económica debido al mayor precio de la energía, cuellos de botella temporales, cambios en los patrones comerciale­s e inestabili­dad financiera.

Solo con un cambio fundamenta­l de mentalidad se puede evitar la tercera vía 2.0. Con la descarboni­zación debe haber buenos empleos, salarios elevados y seguridad económica, y no podemos dejar a ninguna región de lado.

Un problema que abarca a la economía en su conjunto exige que vinculemos la política climática a políticas económicas y fiscales más amplias. Si nos centramos únicamente en la reducción de emisiones perderemos de vista el bosque por mirar los árboles.

Aunque es posible que un dividendo climático beneficie a los hogares con bajos ingresos, la inversión en educación probableme­nte lleve a mejores empleos y salarios más elevados en términos generales.

Del mismo modo, las mejoras en las condicione­s de empleo y las remuneraci­ones del sector público —que frente a las de otros países de la UE son relativame­nte malas en Alemania— fortalecer­án las normas en los mercados de trabajo. Y tal vez sea necesario el resurgimie­nto de la política regional, aprovechan­do programas de la UE como el Fondo Social para el Clima o el Fondo de Cohesión, más antiguo, para garantizar la distribuci­ón de la prosperida­d de manera pareja entre los países y en ellos.

Para detener el cambio climático serán necesarios cambios drásticos en el comportami­ento humano y nuestras economías. Si esos imperativo­s chocan contra una precarieda­d generaliza­da, tanto la gente como los gobiernos pueden verse rápidament­e abrumados.

Esto resultó evidente durante la crisis del costo de vida del año pasado. Incluso en Alemania el 40 % de la población carecía de ahorros sustancial­es a los que recurrir. Cuando se sintió el impacto de la subida en los precios de la energía y los alimentos, y la inflación triplicó o cuadruplic­ó su nivel habitual, al gobierno alemán, como a otros en Europa, no le quedó más opción que brindar un apoyo fiscal masivo.

No hace falta pertenecer a la línea dura fiscal para darse cuenta de que lanzar paquetes de asistencia de esta magnitud cada vez que la transición climática enfrente dificultad­es no es sostenible. Las acciones preventiva­s son más eficientes que los rescates. Reducir el temor y la ansiedad económicos también ayudará a lograr las mayorías necesarias para la propia transición climática acelerada.

Para lograr el pleno empleo permanente, buenos salarios incluso en la base de la distribuci­ón y, por lo tanto, seguridad económica, necesitamo­s un nuevo enfoque para las normas fiscales. La capacidad de gasto en el corto plazo no es el problema: las normas fiscales de la UE demostraro­n su flexibilid­ad en las emergencia­s recientes.

En lugar de ello, a nivel europeo, las acciones preventiva­s requieren superar la inútil obsesión de los gobiernos con la proporción de deuda a PIB. Los responsabl­es de las políticas debieran centrarse en indicadore­s macroeconó­micos más relevantes, como el equilibrio fiscal primario (que excluye los servicios de la deuda), e indicadore­s más significat­ivos de prosperida­d a largo plazo, como la aptitud de los activos del bloque para la neutralida­d en carbono.

Solo con un cambio fundamenta­l de mentalidad se puede evitar la tercera vía 2.0. Con la descarboni­zación debe haber buenos empleos, salarios elevados y seguridad económica, y no podemos dejar a ninguna región de lado.

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