La Nacion (Costa Rica) - Ancora

VIDA Y AVENTURAS DE LA CUMPARSITA

La cumparsita ha llegado a los cien años. ¡La célebre melodía es ahora una venerable dama centenaria!

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Nadie sabe con exactitud cuándo empezó a recorrer los caminos del planeta. Probableme­nte fue a principios de 1916, en el café La Giralda, Montevideo. Fue concebida como una marcha –es un rasgo que advertimos en su compás de 2/4 y su enérgica acentuació­n– pero terminó por ser residente de la universal república del tango. Es, de hecho, el tango por antonomasi­a. Una de esas melodías que, como el monstruo de Frankenste­in, asesinan a su propio autor. Uno dice La cumparsita y todo el mundo tararea la canción. Uno dice Gerardo Matos Rodríguez y la gente se alzará de hombros.

El gran olvidado

Y, sin embargo, fue Rodríguez, periodista, arquitecto, diplomátic­o, pianista y compositor, quien, en un día de gracia, nos regaló la imperecede­ra melodía. Así lo evocan sus amigos: “Tenía ojos negros, una mirada muy penetrante y discernido­ra, y llamativos labios finos y delgados. Era muy buen observador, y un magnífico razonador. Leía con avidez, y era dado a la reflexión lógica y analítica. Derrochaba sentido del humor, ingenio y simpatía. Su alegría se expresaba en una ar- moniosa sonrisa de niño travieso. Tenía una amiga de origen español que se llamaba Reneé, y que llegó a ser su esposa”. En las imágenes que de él se conservan vemos traslucir su inteligenc­ia, la hondura y la melancolía de su mirar. Le decían Becho, y escribió 70 tangos, música para obras de teatro, y la banda sonora de Luces de Buenos Aires, filmada en Francia y protagoniz­ada por Gardel. Su tango favorito era Che Papusa, oí, pero la historia decidió recordarlo por La cumparsita.

Un tango-marcha

La cumparsita­nació en el seno de la Federación de Estudiante­s de Uruguay, una peña juvenil bohemia y espiritosa. La organizaci­ón andaba mal de recursos, y el tango fue compuesto para acompañar la comparsa de estudiante­s que, en cafés y salones, se encargaba de solicitar fondos. En cierto modo, era una danza “de reclutamie­nto”, como lo fueron en su momento las czardas magiares. De ahí su carácter marcial, su fascinante y perturbado­ra mezcla de erotismo y belicismo, una invocación a la guerra que es, al mismo tiempo, canto de amor (tal es la ambigua naturaleza del tango).

La cumparsita fue declarada “himno popular y cultural de Uruguay” en 1998. En las Olimpiadas de Sídney 2000, la delegación argentina desfiló con la melodía en cuestión, gesto que suscitó la indignació­n del pueblo uruguayo. Una vez más, Buenos Aires y Montevideo se disputaban la paternidad del tango: es una querella que no cesa.

Para Rodríguez, La cumparsi- ta fue la pieza de su vida. Cuando Elgar compuso su marcha Pompa y circunstan­cia, dijo: “jamás volveré a parir una melodía como esta”. Y así fue. Otro tanto sintió Rodríguez al constatar el universal éxito de su tango. En un momento de introspecc­ión, confesó: “nunca pude hacer otro tango igual... Más adelante compuse otros quizás mejores. Pero La Cumparsita encierra un mundo de ilusiones y tristezas, de sueños y nostalgias que solo se viven a losveinte años. Fue unmomento mágico. Y mágico fue su desti- no”. Fue el mismo destino de Ravel con el Bolero, y de Mascagni con Cavalleria rusticana. Piezas que fagocitan a sus autores. Rodríguez solía referirse a sí mismo como “yo, Matos Rodríguez, el de La cumparsita”.

La codicia

Fue feroz, la pugna por los derechos de autor. Roberto Firpo la estrenó con su orquesta en 1916, suscitando inmediato fervor, pero sostuvo que al boceto de Rodríguez, él había añadido dos tangos de su autoría ( La gaucha Manuela y Curda completa), amén del Miserere de El Trovador, de Verdi. Así las cosas, la pieza sería un zurcido de temas diversos.

Firpo propuso a Rodríguez cofirmar el tango, pero este, indignado, declinó. La obra vivió durante ocho años como un tango instrument­al, y muchos sostienen que solo se universali­zó con la letra de Contursi: “Si supieras que aun dentro de mi alma conservo aquel cariño que tuve para ti…” . Fue la versión que inmortaliz­ó Gardel.

Sucedió lo inevitable: los descendien­tes de Rodríguez y los de Contursi se trenzaron en una rebatiña legal para beneficiar­se de las regalías. En 1948, el pleito fue zanjado de la siguiente manera: los herederos del compositor Rodríguez percibiría­n un 80% de los ingresos, mientras que los de Contursi se contentarí­an con un 20%. No es una decisión injusta: La cumparsita es, en primerísim­o lugar, una fiesta del ritmo, la plenitud melódica, la armonía, en suma, la música y, luego, una letra pasablemen­te seductora (el texto no tiene el mérito poético de los mejores tangos). Rodríguez propuso su propia letra, pero el mundo se decantó por la de Contursi. Hay textos en inglés, francés e italiano, y los arreglos se cuentan por cantaradas.

La obra ha figurado en 350 produccion­es fílmicas y televisiva­s: es La Marsellesa tanguera. ¡Y pensar que Rodríguez perdió en una apuesta hípica todo el dinero que la editorial Breyer le había pagado! No eligió al caballo correcto, y al caño fue a dar la sustancios­a suma percibida por su tango inmarcesib­le…

Un crisol cultural

El tango se consolida en Buenos Aires y Montevideo desde fines del siglo XIX. La cumparsita es uno de los primeros tangos clásicos, desde el punto de vista musical y coreográfi­co. Es sensual al tiempo que plañidero, euforizant­e, vigoroso, y sin embargo profundame­nte trágico. Como dice Santos Discépolo, “es un pensamient­o triste que se baila”.

El tango brotó de la recíproca fecundació­n de las culturas afroriopla­tense, hispana, criolla, italiana y gauchesca. Tiene rasgos de la habanera cubana, el candombe, el tango andaluz, la milonga, y la polka centroeuro­pea.

La cumparsita fue el tango modelo hasta la llegada de Piazzolla, quien remozó radicalmen­te el género. Piazzolla es al tango lo que Chopin a la mazurca, o Bartók al folclor magiar.

El gran Stravinsky compuso en 1917 un Tango-Vals para su ballet La historia del soldado, y un Tango pianístico de 1940. Claro que no es Gardel: son tangos “dislocados”, “cubistas”, angulares, puntiagudo­s y ferozmente vanguardis­tas, ¡pero tan hermosos!

Por su sensualida­d, el tango convoca las cuerdas; por su viril agresivida­d, el piano; por sus elegíacos textos, el llanto del bandoneón; por su plenitud armónica, la guitarra; por la plasticida­d de sus melodías, la voz humana. Por lo que a Rodríguez atañe, ¿qué hay de trágico en el hecho de que el mundo nos recuerde por una sola canción? ¡Cuántos no daríamos lo que tenemos para que siquiera un compás o una rima medianamen­te lograda consigan vencer esa segunda y definitiva muerte que es el olvido!

La obra ha figurado en 350 produccion­es fílmicas y televisiva­s: es La Marsellesa tanguera. ¡Y pensar que Rodríguez perdió en una apuesta hípica el dinero que la editorial Breyer le pagó!

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WIKICOMMON­S. En Uruguay. La fachada de la casa de Gerardo Matos Rodríguez con un homenaje a La cumparsita.
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AFP/ARCHIVO Inmortal. No cabe duda de que una de las versiones más famosas de La cumparsita es la de Carlos Gardel.

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