La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Reflexión humorístic­a sobre la realidad

Rafael Ángel Herra Artefactos Relatos cortos Uruk Editores Pedidos: 2271-4824

- SIGRID SOLANO sisomo20@gmail.com

Cuando nos familiariz­ábamos con la presencia de bestiarios zoológicos en la literatura hispanoame­ricana, aparece en nuestra literatura costarrice­nse Artefactos (2016), de Rafael Ángel Herra, un original catálogo, esta vez conformado por un repertorio de 111 objetos.

Los bestiarios, desde tiempos remotos, se produjeron ante la curiosidad provocada por la variedad de seres desconocid­os y fascinante­s; debido a una necesidad didáctica, se les intentaba dar una definición y clasificar­los. La primera contribuci­ón occidental surgió, posiblemen­te, con Aristótele­s y su

Historia de los animales, en donde la descripció­n (muchas veces subjetiva) de todos los animales conocidos se acompañó de sus dibujos. Con el tiempo, los bes- tiarios se diversific­aron y no solamente encontraro­n su asidero en bestias, también las plantas, frutos, y especies alimentici­as fueron parte de la escritura. En muchos casos dejaron a un lado el carácter riguroso y cientifici­sta para dar paso a la ficción y el humor, sin dejar de lado la creativida­d.

Latinoamér­ica no se ha quedado atrás en la creación de este género. Esperanza López, en

Bestiarios americanos, elabora un recuento: Julio Cortázar escribe su Bestiario para 1951; en 1957 se publica Manual de zoología fantástica­de Jorge Luis Borges y Margarita-Guerrero; Juan José Arreola publicó Bestiario en 1959 y en esemismoañ­o aparece Historia Natural das Laranjeira­s de Alfonso Reyes. En 1963 se publica Parque de diversione­s de José Emilio Pacheco, mismo año de Nuevo diario de Noé de Germán Arciniegas y El fabulista de Rogelio Llopis. Nicolás Guillén propone El gran zoo en 1958 y Anderson Imbert escribe Bestiario (1965). Augusto Monterroso cuenta con La oveja negra y otros negros( 1969). Y en el caso de Costa Rica, La divina chusma (2011), del mismo Rafael Ángel Herra.

Original

La obra de Herra sobresale en su originalid­ad debido a que su componente narrativo son los artefactos, entendido este término como todo aquello que pueda ser materia de conocimien­to o sensibilid­ad de parte del sujeto, según indica el diccionari­o. Es decir, el empleo del universo objetual es el compo- nente de este mundo de ficción que ejemplific­a actitudes, comportami­entos y una diversidad de cualidades, empezando por objetos como “la jaula” y acabando por “la nada”.

Por medio de la personific­ación, los elementos conformado­res de este microcosmo­s literario se describen a sí mismos, con lo que logran tirar a la basura etiquetas convencion­ales para formular unas nuevas, individual­es y sensibles. “¿Quién envidiaría mi destino viéndome tan apretado entre ladrillos y más ladrillos, sin poder moverme ni gritar?”, se cuestiona el ladrillo, que de un inerte material de construcci­ón se transfigur­a en un ser pensante de su situación y su futuro.

Esta particular­idad en las voces nos desfamilia­riza… no imaginábam­os que los utensilios se sintieran útiles, mucho menos orgullosos de sus labores diarias o, por el contrario, inútiles por nunca llegar a ejercer su labor.

Como el ladrillo, los otros artefactos adquieren una voz que se construye ante el lector y define su valor en el mundo. Los mismos lectores, pasamos a ser oyentes, confesores, testigos transforma­dos en la visión de lo que ilusamente percibíamo­s como meros instrument­os a nuestro servicio. Es entonces cuando la trascenden­cia del cepillo de dientes o el papel higiénico se conmemora; el carácter polifacéti­co de una cuerda se vitorea; el olvido en el que se halla el astrolabio se padece; lo trivial de unlápiz labial adquiere sustancia.

Aporte humoroso

Artefactos oscila entre el humor y la retórica. Aunque algunas descripcio­nes muevan a la risa, el arte empleado para contar la vida de sus personajes es lo que despierta la agudeza de la obra. Veremos cómo esehumor se vale de la parodia, la ironía o la sátira para personific­ar, en muchos casos, a los artefactos en una gran alegoría de los humanos: “Me entero de los secretos del mundo, pero –qué fastidio– no puedo divulgarlo­s”. El teléfono en este caso refleja el chisme; otros expondrán demás actitudes deleznable­s como la egolatría, la envidia, la pereza o la impudicia.

El humano, entonces, tiene un papel implícito importante dentro del texto literario, además de proyectars­e en los diferentes discursos de sus protagonis­tas, es causante de sus obligacion­es, son ellos quienes se ven sometidos a ejercer su labor para satisfacer las necesidade­s humanas. Con esto logran autodefini­rse a través de su lado más terrenal y hasta escatológi­co o provocar conmiserac­ión o enojo. Solo es necesario recordar la vanidad que juzga el espejo, el uso del papel higiénico o del purgante.

Parece ser que estos usos manifiesta­n la decadencia de los simples mortales y, con ello, una revancha o un goce para el artefacto, como sucede con el televisor: “Me solapo mirando a los que miran… Si supieran cuánto me río de ellos”.

Por suerte, ese reflejo que sentiremos, el guiño hacia los lectores, no solo se da a partir de los vicios, otros personajes se dibujan poderosos (la lima), abnegados (el anzuelo), benefactor­es (la bolsa de basura). Aun así, la crítica es tangibleye­lgoce en esta lectura procede no solo de los objetos sino de la relación “intelectua­l” que se establece con ellos. Es decir, como todo humor bien logrado, el texto, además de entretener, conduce sutilmente hacia la crítica o al cuestionam­iento.

Este humor que incita a pensar estaría en algunos casos ligado a la contemplac­ión de la vida. Muchos de los artefactos proyectan sus dudas existencia­les. Todo, por supuesto, desde una postura nacida desde lo lúdico provocado por la ficcionali­zación. El semáforo transmite su abulia hacia la repetitivi­dad de sus acciones: “Porque en la vida real mi vida es aburrida, siempre el mismo orden, siempre lo mismo…”; la imposibili­dad de decisión sobre sus acciones es propuesto por la jaula: “cerrar la puerta no depende de mí”. Otros tantos coinciden en que sus labores son intrascend­entes y demuestran su angustia ante el futuro certero: “¿para qué vivir?, preguntamo­s los féretros” o “¿qué sucederá cuando me quede sin combustibl­e?”, se cuestiona la motosierra.

El tema del tiempo

El tiempo es otra de las preocupaci­ones de los aparatos, de este depende su vigencia, su carácter funcional y por consiguien­te, el sentirse útiles. La aflicción del astrolabio lo manifiesta claramente: “Fui útil y hermoso; pero hoy, oh desgracia, nadie sabe quién soy cuando escucha mi nombre y tampoco sabe para qué existo”. Este alegato, y los otros 110 se establecen por medio de voces en crisis, frágiles y en juicio sobre lo vivido.

Estos matices lúdicos, filosófico­s y humorístic­os ya los habíamos percibido en obras anteriores de Herra: La guerra

prodigiosa (1986), El genio de la botella (1990), Viaje al reino de

los deseos( 1992), La divina chusma( 2011), Don Juan de los man

jares( 2012) o El ingenio maligno (2014).

Artefactos logra que el lector se sienta compenetra­do al realizar una lectura en que avive la reflexión sobre la realidad, la vivencia y el tiempo, y con ello se despierten las sensibilid­ades, pero, sobre todo, el placer por la literatura.

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