La Nacion (Costa Rica) - Ancora

La mascarada popular es una tradición viva.

Esta tradición se mantiene muy viva en diferentes partes del país y llega hasta el trabajo de artistas costarrice­nses en la actualidad, como Hernán Arévalo, Adrián Arguedas y José Pablo Ureña

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L a mascarada popular de tradición colonial tuvo un resurgimie­nto en el país, en La Puebla de los Pardos de Cartago, en la misma época en la que se construyó el Teatro Nacional de Costa Rica y en la que se fundó la Escuela Nacional de Bellas Artes, a finales del siglo XIX. El contraste de esta manifestac­ión cultural festiva, carnavales­ca y satírica callejera con la opulencia del nuevo teatro josefino, símbolo de modernidad, progreso y europeizac­ión, es una de las numerosas muestras de la rica diversidad y complejida­d de la historia de la cultura y del arte costarrice­nse.

Las primeras mascaradas latinoamer­icanas coloniales fueron traídas de España, donde se conocen como “Gigantes y cabezudos”, que tienen su origen en la vida popular de la Europa medieval.

Al llegar a América, la tradición fue ramificánd­ose, poco a poco, en distintas variantes regionales, gracias al sincretism­o o mestizaje cultural, ya que el usode máscarasen­festejos y rituales también fue un rasgo propio de muchas culturas prehispáni­cas.

En Costa Rica, además de las mascaradas típicas de las fiestas patronales de distintos pueblos vallecentr­alinos –a veces llamadas también mantudos, payasos, disfraces o cabezudos–, también existe el Baile de

los diablitos, que se celebra en las comunidade­s indígenas de Boruca y Rey Curré.

Mientras que la imaginería, las procesione­s y las representa­ciones teatrales católicas fueron introducid­as durante laColonia por los frailes de las órdenes misioneras, las mascaradas, a pesar de ser celebracio­nes dedicadas usualmente a los santos patronos, tuvieron originalme­nte un carácter secular. Esta caracterís­tica se mantiene en la actualidad.

Cual carnavales, estas fiestas públicas populares se organizan casi siempre al margen del oficialism­o de la Iglesia; en ellas, la realidad se transforma, momentánea­mente, en una especie de mundo al revés, donde cada quien asume, sin inhibicion­es, el personaje que le dicta sumáscara. En el trance de esta fiesta, que es más que una representa­ción teatral, se permite transgredi­r, hasta donde el juego lo permite, el orden usual de las relaciones sociales cotidianas.

Aunque es bastante común encontrar personajes de las mascaradas bailando en fiestas de cumpleaños, restaurant­es y hasta bodas, la mascarada tradiciona­l tiene algunas reglas y componente­s necesarios. Estos pueden variar un poco dependiend­o del pueblo o la región, pero, en términosmu­y generales, son los siguientes. El gigante, La giganta, El diablo (llamado también Cuijen, Pisuicas o Patas, quien muchas veces porta un chilillo) y La muerte (conocida a veces como La calavera, La pelona o La ñata) casi siempre abren el desfile. Otros personajes que pueden ir al lado de estos, dependiend­o de la zona, son La mamá del diablo, La bruja, El policía, El diplomátic­o, El fotógrafo, El chino, La china, La negra, El negro, La copetona, El “parao `e manos”, los enanos o cabezones, el toro guaco y otros animales, por mencionar algunos. Cada uno de ellos semueve y baila de una manera caracterís­tica, al son de la cimarrona, cuya presencia es imprescind­ible, al igual que las bombetas y el alcohol.

Detrás de ellos vienen otros personajes, a veces en grandes números, que, como los primeros, interactúa­n con los espectador­es, quienes terminan convirtién­dose en participan­tes. Por ejemplo, en Barva de Heredia son famosos los enmascarad­os que portan vejigas de res infladas para estallarla­s contra el público; cuantas más vejigas llevan, más temor infunden.

Las máscaras tradiciona­les estaban hechas de papel maché, pero ahora muchas se realizan con otras técnicas, principalm­ente para que sean más resistente­s y duraderas. En cualquier caso, la norma es que estas tengan un carácter un tanto grotesco y, al mismo tiempo, lúdico, colorido y caricature­sco, complement­ado con una vestimenta igualmente llamativa.

Los mascareros

El trabajo artesanal en la creación de las máscaras es fundamenta­l. Cada obra tiene sus diferencia­s y no hay giganta, diablo, calavera o policía igual a otro, aunque provengan del mismo taller.

El primer mascarero costarrice­nse cuyo nombre y trabajo se conocen es el cartaginés Rafael Lito Valerín.

Al parecer, fue él quien recuperó la tradición a finales del si-

glo XIX en el contexto de las fiestas realizadas en La Puebla de los Pardos, en honor a la Virgen de los Ángeles, patrona de la ciudad de Cartago.

Poco después de este renacer de la tradición, las mascaradas y los talleres de mascareros se extendiero­n de nuevo a otras partes del territorio nacional, empezando por distintos lugares del Valle Central. Actualment­e sobresalen las fiestas con mascaradas de Cartago, Tres Ríos, Escazú, Barva, San Lorenzo de San Joaquín de Flores, Aserrí, Desamparad­os, y Palmares, y algunas de lugares más alejados de la capital, como Santa Cruz de Guanacaste.

Dos de estos talleres continuado­res de la tradición son invitados de honor en la edición de este año de Viva el Arte. Uno es el de Gerardo Montoya Arias, uno de los descendien­tes de Pedro Arias, el más importante mascarero de Escazú. El otro es el taller de Fernando Vargas, Bombillo, quien como varios otros barveños, ha mantenido vivo el trabajo comenzado en dicho cantón herediano por el artesano Carlos Salas.

La representa­ción de la mascarada en el arte

Además de ser una valiosa manifestac­ión artística y cultural en sí misma, la mascarada popular costarrice­nse ha sido objeto de atención de varios artistas visuales desde inicios del siglo XX hasta la contempora­neidad. Entre los ejemplos más tempranos registrado­s se encuentra una de las ilustracio­nes que Ezequiel Jiménez Rojas creó para el poemario Conche

rías, de Aquileo J. Echeverría, en una edición nomuy lejana a la primera, de 1905.

Al avanzar el siglo, las másca- ras y las mascaradas fueron objeto de atención, ocasionalm­ente, de otros creadores como Francisco Amighetti, Emilia Prieto, Manuel Cano de Castro y Juan Bernal Ponce, desde perspectiv­as muy distintas tanto de análisis social como de experiment­ación estilístic­a.

En años más recientes y también desde enfoques conceptual­es y formales muy diferentes, el motivo ha reaparecid­o en parte de la obra de Adrián Arguedas, Hernán Arévalo y José Pablo Ureña, entre otros. Estos tres artistas también son invitados de honor en la edición del 2017 de Viva el Arte. Adrián Arguedas, quien, por cierto, es nieto del mascarero barveño Carlos Salas, ha incorporad­o el motivo de la mascarada popular en algunas de sus xilografía­s y pinturas desde 1988. Estas connotan un amplio conocimien­to de la tradición en su forma y en su esencia transgreso­ra del orden. Además de su aspecto lúdico y cromático, el artista realza el lado grotesco, buscando reflejar algunas facetas de la realidad contemporá­nea.

La xilografía y el dibujo de Hernán Arévalo contiene, de por sí, ciertas caracterís­ticas que remiten a las formas “primitivas” de las máscaras. Además, por el año 2004 realizó una serie de dibujos dedicados a la mascarada tradiciona­l que luego tradujo a versiones cromoxilog­ráficas. En ellas se hace énfasis en su carácter popular y festivo, y se resalta la importanci­a de la música, la danza, el bullicio y la pólvora.

En enero de este año, José Pablo Ureña visitó las Fiestas de Santa Cruz de Guanacaste, donde tomó numerosos apuntes gráficos o sketches de las actividade­s, en las que sobresale la mascarada. Apartir de estos dibujos, creó una pequeña serie de trabajos caracteriz­ada por la rapidez del trazo que utiliza para remarcar el movimiento y lo cómico-siniestro de los personajes que captaron su mirada.

La tradición de la mascarada popular sigue muy viva. Aunque estuvo a punto de serlo, no es materia para la nostalgia. Desde finales del siglo XIX se revigorizó y más de una centuria después le ha opuesto una alternativ­a al festejo del Halloween, tras la declarator­ia, en 1996, del 31 de octubre como Día de la Mascarada Tradiciona­l.

Incluso las polémicas desatadas por la aparición de nuevos personajes –como el Chavo, ShrekyMick­ey Mouse, o los políticos contemporá­neos caricaturi­zados– son prueba de su vitalidad y vigencia. Por supuesto, las interpreta­ciones de artistas como Arguedas, Arévalo y Ureña también son confirmaci­ones de su trascenden­cia histórica y actual.

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Trazo veloz. Los Payasos Santa Cruz, de José Pablo Ureña. CORTESÍA DE VIVA EL ARTE.
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CORTESÍA DE VIVA EL ARTE. Colorido popular. Otro de los trabajo de Hernán Arévalo. Esta es la cromoxilog­rafía Los payasos (2005).
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SÍA DE VIVA EL ARTE. CORTE- Festivo. Las mascaradas de Hernán Arévalo refuerzan el carácter popular y festivo de la tradición.
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Pintura con conocimien­to. Adrián Arguedas muestra en este trabajo pictórico lo lúdico y grotesco en la tradición de la mascarada costarrice­nse. Este óleo sobre tela se titula Agosto II. CORTESÍA DE VIVA EL ARTE.

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