La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Orfebrería poética

Carlos Francisco Monge

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Carlos Francisco Monge tiene casi cinco décadas de inteligent­e forcejeo con la poesía. El suyo es un trabajo lento y cuidadoso con los versos

Es un autor que concibe la poesía como manualidad: como un trabajo de bajo perfil, sí, pero también como un arte lento, de práctica intensa, de orfebrería

Carlos Francisco Monge se tomó 12 años, entre 1990 y el 2002, para publicar poemas nuevos. En el ínterin apenas hizo el gesto de reunir una selección de poemas tempranos, a manera de retrospect­iva. Publicado en el 2000, Biogra

fía de unas palabras fue antes que nada una necesaria revisión, en plena mitad de su carrera, de las ideas y el estilo particular del autor durante su primer cuarto de siglo como poeta; un ejercicio que probableme­nte explica la proliferac­ión y desarrollo de su obra tardía y las preocupaci­ones que la acompañan.

Fruto de esa maduración y producción lenta pero sostenida son los dos libros que ha publicado este 2017: Nada de todo aquello (Euned), y El amanuen

se del barrio, publicado en España por Círculo Rojo.

Se trata, en el caso del primero, de un gran despojo estilístic­o, pero también de la expresión, a veces sarcástica, de una amargura vital: “Los poemas del yo nacen como alimañas, / se quejan, se consumen, / solo ven por doquier los cuartos solitarios, / el humo del pitillo, los fantasmas, / las luces minusválid­as, la carroña del otro, / la inmundicia de quienes no te ven, no te contemplan, / la decepción de que no te hacen caso / con tus versos dramáticos, inertes, / que escribes para ti, / que solo existes solo, / sin demás, sin demases” ( Los egoemas).

Por su parte, el segundo libro parece burlarse de la altivez de esos gestos para volver a lo concreto, a lo urgente y lo real: “(…) Aquí se escriben cosas / como palomasmue­rtas, / como cuentas bancarias, / como espinos; / los ínclitos se acercan a la estatua, / le dejan flores, dictan homilías, / mientras espera y desespera un perro” ( Ante el monumento urbano de un prócer).

Monge es lo suficiente­mente lúcido como para detenerse a contemplar sus poemas y verse a sí mismo “quieto entre sus papeles y sus dudas, / casi siempre inventadas” ( La ven

tana), y detectar que en ellos “hay olores, sabores, metáforas, imágenes, / lejanías, olvidos, transparen­cias / (es decir, los vocablos que ya inspiran respeto / y tufo a trascenden­cia)” ( Lugares comunes).

Vicios consciente­s

Es difícil encontrar en los libros de Monge un vicio estilístic­o del cual él mismo no esté consciente. En Enigmas de la

imperfecci­ón (2002), por ejemplo, el poeta recomienda “cuidado con las letanías”, pero en Fá

bula umbría (2009) se deja chorrear, entre otras cosas, “una brújula rota, / ríos caducos, pro- fecías, / bares y chulos que envejecen pronto, cables, ceremonial­es, / cenizas del vecindario, piedras / y palabras y espejos”.

En ese último libro, el poeta confiesa: “Cuánto he soñado prescindir del adjetivo deslumbran­te”, y en efecto casi cualquier página de sus libros pone en evidencia cuán infructuos­o ha sido ese deseo.

Como muestra estos botones, provenient­es todos del poema Prevencion­es de biblioteca, en Poemas para una ciudad inerme (2009): insidiosa alegría, profe centellean­te, nombres antediluvi­anos, solemnes césares, señores distinguid­os, representa­ntes dignos, voces omnipresen­tes.

A estas vacilacion­es y contradicc­iones profundas habría que agregar un elemento más evidente de distanciam­iento entre el poeta y su entorno, y es el del mismo vocabulari­o en que se expresa: vendimia, arqueros, veleidad, galante... palabras propias de unmundo literaturi­zado que se presta mal para algo que uno siente como una necesidad en Monge, por más inconscien­te o repudiada que sea: escribir una poesía que pueda ser cifra de un sentir colectivo, retrato de una época y espejo oral de una comunidad.

Entre tradición y experienci­a

Las razones de esta tensión quizá tengan menos que ver con una pose personal del autor y más con un problema radical del cual él mismo se ha ocupado en su trabajo como académico y crítico: la contigüida­d (que no siempre continuida­d) de la tradición literaria española y la experienci­a poética local.

En su discurso de ingreso a la Academia Costarrice­nse de la Lengua, en el 2006, Carlos Francisco Monge se propuso trazar un mapa de las relaciones entre la poesía española y la costarrice­nse, un tema que de entrada parece tan obvio como la relación entre un limonero plantado en un patio y ciertas esferas cítricas que aparecen cada mañana a su alrededor, pero que es un punto neurálgico en su obra.

Aunque Monge no ha dejado nunca de ser un poeta de su entorno, lo mismo tributario de Isaac Felipe Azofeifa que vecino, en su autonomía, de Mía Gallegos, su poesía se entiende mejor dentro del marco evolutivo de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.

Alumno de Carlos Bousoño y heredero local de su crítica, la poesía más juvenil de Carlos Francisco Monge contiene menos del trascenden­talismo de Laureano Albán o Julieta Do-

bles que del neoromanti­cismo de Antonio Colinas.

Es el poeta leonés quien suena detrás de líneas del libro Rei

no del latido (1978), de Monge, como “Por ti es respiració­n la aurora errante, / raíz desposeída mi piel lenta”.

La música de esos endecasíla­bos es hermosa, su prosodia es clásica; y la tentación de imitarla y domesticar­la ha sido perenne entre nosotros. Y sin embargo la atmósfera está rarificada y obedece más a “las poéticas de la ensoñación” que el mismo Monge advertiría en un poema posterior de su libro Fábula umbría.

Versos elementale­s

El mejor Monge es un poeta elemental, menos preocupado por la reciedumbr­e de las palabras que por la fragilidad del tiempo y los objetos, capaz de hacer un aleph con una silla de madera y refundar el amor al prójimo en la figura de un perro callejero.

Se trata de un hombre con tendencias a sublimar lo concreto: “La felicidad / es como esa vieja escoba triste; / es flaca, es seca, / se detiene ante el menor silbido del polvo”.

Cuando el poeta saca la cara de entre sus papeles y mira la calle, surgen las iluminacio­nes más contundent­es en sus poemas, sin ceder ni al realismo ni a la sublimació­n: “Cuántos breves momentos de salvación pueden caber / en esta ingrata ciudad, sucia, desencanta­da, / fétida entre sus muros, / agrietada por la necesidad, / ávida de belleza”.

Iluminació­n es la palabra. Toda esa bruma conceptual, ese anquilosam­iento expresivo y esa necedad tópica del “Ideal” de los primeros poemas de Monge tuvieron su cura en las claridades más sutil es de otros españoles de posguerra como Francisco Brines o Claudio Rodríguez.

Es de Brines esa incursión de la luz en los poemas de Monge, su correspond­encia con la imagen de las manos que tantas veces aparece en la obra del costarrice­nse.

Un orfebre

Es una obviedad decir que la escritura es una actividad que se hace con las manos, pero el asunto tiene menos que ver con la metáfora que con la ética. Carlos Francisco Monge es un autor que concibe la poesía como manualidad: como un trabajo de bajo perfil, sí, pero también como un arte lento, de práctica intensa, de orfebrería.

Brines no apaga la luz de su pupilo; simplement­e le esconde los reflectore­s, lo deja ver por sí mismo. Hace que su prosodia tenga tradición, pero que esté anclada en el día a día. Su idea de las sombras no es un antagonism­o melodramát­ico, sino un contraste natural.

Ya en Los fértiles horarios, de 1982, escribía Monge: “La luz queconocí fue unpanfecun­do. / La sombra que vivieron mis estrellas”.

Hijo de su tiempo, Monge también hizo su incursión en la poesía “política” pero, al igual que la mayoría de practicant­es de ese género en Costa Rica, tiende a convertir sus poemas en ocasiones para verbalizar el dolor y el horror, más que para pensar o entender una crisis.

Más que política, su filiación es histórico-intimista. En los breves momentos en que sus versos se vuelven sentencios­os o generaliza­dores, el tono nunca se vuelve abiertamen­te exhortativ­o. La política, para Monge, ofrece una oportunida­d de refrendar una moralidad privada, muy al estilo de ese otro gran observador de los trabajos y los días que fue Jaime Gil de Biedma.

Quien quiera adentrarse en esta larga relación de afecto y desapego poético en nuestra historia literaria no puede eludir el ensayo de Monge La imagen separada: Modelos ideológi-

cos de la poesía costarrice­nse

1950-1980, el cual, a pesar de la limitación temporal de su título, sigue siendo el diagnóstic­omás lúcido para entender nuestra evolución expresiva, así como los retos particular­es de una obra indispensa­ble y luminosa como la de su mismo autor.

Sus dos últimos libros son un testimonio de lucidez y asombro, a pesar del tiempo, y una insistenci­a por “hallar en la hermosura una pizca de misericord­ia”, como dice uno de los poemas de El amanuense del barrio.

Son pocos los autores que aguantan casi cinco décadas solitarias forcejeand­o tan necesaria e inteligent­emente con las palabras.

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ALBERT MARÍN / LA NACIÓN
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ALBERT MARÍN. Detallista. Monge trabaja sus textos en su casa en Heredia.
 ?? ALBERT MARÍN. ?? Destacado ensayista. Además de su obra poética, Carlos Francisco Monge es conocido por sus ensayos en literatura, historia y cultura.
ALBERT MARÍN. Destacado ensayista. Además de su obra poética, Carlos Francisco Monge es conocido por sus ensayos en literatura, historia y cultura.
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