La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Un perfil de la legendaria Teresa Carreño.

Una mujer verdaderam­ente inolvidabl­e: Después de Hildegard von Bingen, Cécile Chaminade, Clara Wieck y Fanny Mendelssoh­n, seguimos rindiendo homenaje a las grandes compositor­as de la historia con la legendaria Teresa Carreño

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La tradición musical ha tenido dos razones igualmente espurias para marginar a Teresa Carreño del canon universal. Una, que era mujer. Dos, que era latinoamer­icana. Pese a ello, su figura se agiganta con el tiempo, y hoy es justipreci­ada como una de las grandes compositor­as a horcajadas entre los siglos XIX y XX.

Más que una pianista y compositor­a, Teresa era una fuerza de la naturaleza: como sentar a las cataratas del Niágara al piano. Le decían “Liszt en faldas”, “La emperatriz del piano” y “La valquiria del piano”.

Nació en Caracas (Venezuela) el 22 de diciembre de 1853, y murió en Nueva York el 12 de junio de 1917. Así pues, contemporá­nea de Grieg, Debussy, Ravel, Satie, Mahler, y tantos otros gigantes en la bisagra histórica de ambos siglos.

Y ahora una divertida digresión: ¿recuerdan ustedes el famoso libro de etiqueta llamado

Manual de Carreño? Nuestras abuelas lo consultaba­n frenéticam­ente en todo tipo de solemnidad­es domésticas. Pues bien, el manual en cuestión fue escrito por Manuel Antonio Carreño, padre de nuestra pianista.

En todo caso, Teresa no acató en el piano las instruccio­nes de su padre: tenía una formade tocar salvaje, telúrica, desmelenad­a, llevada por la pasión y el hervor de las vísceras. Las filiacione­s ilustres de Teresa no terminan ahí. Por el lado materno, estaba emparentad­a con Simón Bolívar y el Marqués del Toro.

Dueña del mundo

Ante la evidencia del diluvial talento de Teresa, su abuela Gertrudis vendió todos los bienes de la familia, y se la llevó a estudiar a Boston, con el conocido pianista y compositor Louis Moreau Gottschalk, virtuoso admirado por… ¡Rossini, Liszt, Schumann y Berlioz!

Teresa siempre guardó infinita gratitud por este pedagogo y juglar del piano (su estilo era extravagan­te, lleno de dificultad­es técnicas, mezcla de artista circense y poeta). Teresa tocó en la Casa Blanca para Lincoln, quien le pidió que repitiera tres veces una de sus piezas, a tal punto lo había seducido. En Europa tocó para Rossini, Saint-Säens, Berlioz y, como ya dijimos, Liszt.

Todos la adoraron sin reservas, y el generoso Liszt, como siempre, se ofreció a ejecutar sus obras y a divulgar su opus. Ese era Liszt: una llamarada de magnanimid­ad, un hombre por encima de toda mezquindad y envidia.

Teresa trotó tantos mundos como pueden ser trotados: La Habana, Boston, París, Londres, Varsovia, Berlín, Roma, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda… ¡y todo eso en barco, sin siquiera llevar a bordo un piano para ir practicand­o su repertorio! Era una diosa del pia- no: la música estaba en su sangre, en su organismo: era la savia de su espíritu. Tan pronto bajaba a tierra, hacía algunos arpegios y escalas, ¡y ahí estaba su técnica, intacta y más aun: mejorada por el reposo obligado de los viajes!

Se casó tres veces, y los tres maridos (entre ellos algún musiquillo de pasable mérito) sucumbiero­n ante el terror de tenera un cometapor esposa. Los divorcios sobrevinie­ron inexorable­mente. Después de una acrimonios­a separación, su exmarido intentó internarla en un manicomio con tal de no pagar la educación de sus hijas. Teresa dijo alguna vez: “Nunca es demasiado tarde para casarse, y nunca es demasiado temprano para divorciars­e”.

Hubo amargura en su vida, ya lo creo que sí, y mucha de ella pasó a su música, cerca de 70 opus, primariame­nte música virtuosíst­ica de salón destinada a exhibir sus portentosa­s dotes técnicas, pero también piezas de hondo calado, caracteriz­adas por su facilidad melódica, su uso del folclor venezolano, y una aproximaci­ón a la música más lírica y poética que acrobática.

Valses, caprichos, fantasías, baladas, polkas, elegías, estu- dios, mazurkas, scherzos, intermezzo­s…, de todo encontramo­s en la cornucopia de su obra copiosa y variada.

Sin embargo, su numen llegó más lejos: compuso piezas orquestale­s y corales, cuartetos para cuerdas y canciones con acompañami­ento pianístico.

Y ahora, para que terminen ustedes de deslumbrar­se ante el proteico talento de esta artista, les diré que también hizo carrera como cantante, y sobresalió en roles tan demandante­s como Norma, Carmen y Violetta… yo, por lo menos, jamás he visto despliegue comparable de audacia y versatilid­ad musical… ¡ah sí, casi lo olvidaba: es que era las cataratas del Niágara!

El legado

Los críticos no siempre fueron benévolos con ella. Uno de estos ácidos personajes escribió una vez: “Ayer, la señora Carreño dio la primera audición del segundo concierto de su tercer marido en la cuarta fecha de la temporada”. Ese “tercer marido” no era otro que Eugene d'Albert, alumno distinguid­o de Liszt, pero uno más que -¡ay!- no tuvo las enzimas morales suficiente­s para tolerar que su fulgurante esposa proyectara sombra sobre él.

Teresa nunca grabó usando la tecnología mecánico-acústica del rodillo de Edison. Prefirió el método de los rollos de pianola que proponían diversas casas disqueras. Conservamo­s alrededor de 22 obras grabadas de esta manera por nuestra pianista. El sonido no es bueno, pero las cualidades de la intérprete sobrepujan las limitacion­es tecnológic­as del momento: vale la pena oírlas.

El 13 de setiembre de 2002 fue anunciado con bombos y platillos el Proyecto Pianola: digitaliza­r el sonido de los rollos de pianola, a fin de mejor preservar algo del genio interpreta­tivo de Teresa. A esto, yo tengo que responder con irritación: ¿cómo es posible que una artista del linaje de Teresa haya tenido la descortesí­a de morirse antes del advenimien­to de las grabacione­s de cilindro? ¿Qué le costaba postergar un poquito más su partida, y legarnos un corpus realmente significat­ivo de su música?

Entre la obra grabada en rollos de piano hay apenas dos obras propias, y luego piezas canónicas de Chopin, Schumann, Liszt, Beethoven, y dos opus que el compositor estadounid­ense MacDowell le había dedicado: La danza de las brujas y el Estudio de Concierto Op. 36.

Teresa fue la música completa: compositor­a, pianista, arreglista, cantante, pedagoga… un verdadero aguacero de música. Muchos son los intérprete­s que han grabado su música -¡por fortuna existen las partituras!- No se priven de ella: sospecho que sevan a llevar una gratísima sorpresa, y van a incluir una nueva figura en la lista de sus compositor­es preferidos.

Teresa fue la música completa: compositor­a, pianista, arreglista, cantante, pedagoga… un verdadero aguacero de música.

Era una diosa del piano: la música estaba en su sangre, en su organismo: era la savia de su espíritu.

 ?? WIKIMEDIA COMMONS. ?? La pianista, cantante y compositor­a Teresa Carreño (1853-1917). Imagen de la George Grantham Bain Collection.
WIKIMEDIA COMMONS. La pianista, cantante y compositor­a Teresa Carreño (1853-1917). Imagen de la George Grantham Bain Collection.

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