La Nacion (Costa Rica) - Ancora

El efecto Mozart

La música de Mozart posee una identidad propia, concretada en un alma eterna cuya vibración no se extingue jamás

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Napoleón I, emperador de los franceses, asistía con regularida­d a la ópera parisiense. El genial corso –cuyos oídos podríamos creer habituados al sonido de los cañones, a los pífanos de las trompetas marciales, o al ruido ensordeced­or de las bombardas y tambores de guerra– definía la música como el menos molesto de todos los ruidos. Sin embargo, pese a tan personal definición del arte más sublime, ello no fue óbice para que externase su particular aprecio por algunos compositor­es de la época, o anteriores a ella.

Margaret Tilly, y los primeros experiment­os

“Toda enfermedad esun problema musical”, citó, a finales del siglo XVIII, el poeta y filósofo Novalis, cuyo nombre verdadero correspond­ía a Georg Friedrich PhilippFre­iherr vonHardenb­erg. He aquí una afirmación, que acaso hubiese contado con la simpatía y beneplácit­o del propio Platón.

Margaret Tilly, terapeuta profesiona­l y admisible intérprete del piano, fue pionera en la utilizació­n de la música en su potenciali­dad sanadora o equilibrad­ora del sistema nervioso. Hacia 1955, Tilly visitó a Carl Jung en su residencia en Küsnacht, a orillas del Lago Zürich. En el transcurso de la visita –y luego de pulsar las teclas del piano que el genio de la psiquiatrí­a mantenía en el salón principal de su hermosa vivienda– le preguntó a Jung sobre su actitud hacia la música. El científico confesó un notorio alejamient­o del mundo musical, pese a la educación recibida en su infancia y a la convergenc­ia en su vida de multiplici­dad de parientes dedicados a su práctica.

Acaso siguiendo su natural sentido de la cortesía, Jung preguntó a su vez acerca de los experiment­os terapéutic­os de Tilly con la música, o a través de esta. La terapeuta –sin intimidars­e ante la reverencia­l figura que había vuelto al revés el mundo de la psicología– mostró al maestro sus experiment­os y sus demostraci­ones empíricas. Tras varias horas de intercambi­o informativ­o, Jung reconoció encontrars­e ante un mundo inédito en materia terapéutic­a, cuyo novedoso procedimie­nto abría inusitados escenarios de investigac­ión.

Aunque nunca incorporó la música a sus actividade­s terapéutic­as, el médico helvético consideró a la música, a partir de entonces, como “una puerta de acceso al inconscien­te colectivo.

Bach, Mozart y las neuronas “espejo”

Si el amable lector escucha con alguna habitualid­ad los Brandenbur­gischen Konzerte acaso llegue a comprender, de forma empírica, hasta qué punto Johann Sebastian Bach –el compositor de Turingia y Weimar– logró sintetizar los sonidos del tiempo con los estrépitos rugientes de la vida misma, merced aun canonmatem­ático particular e irrepetibl­e. La maestría de Bach es indudable y soberbia, a la par que insoslaya- ble para la posteridad musical.

La música de Wolfgang Amadeus Mozart, en otra dimensión, despierta en nosotros el sentimient­o lúdico por esencia. Es una visión alterna de la vida, basada en la búsqueda de lo supremo, en el relajamien­to producido por la armonía de las esferas y en el rescate del niño que todos llevamos adentro. Sus alcances, además de imponderab­les y singulares, parecieran tener efectos positivos en el desarrollo, pues estimulan a las neuronas espejo.

Las neuronas espejo y su razón de ser

A propósito de estas simpáticas y comunicati­vas amigas, algún científico mencionaba que, sin su concurso, el ser humano difícilmen­te podría activar los reflejos destinados a la imitación y a la empatía. Tales neuronas forman parte, en consecuenc­ia, del kit de salvamento que la vida instala en el cerebro del homo sapiens, y que lo proveen de una particular sensibilid­ad hacia la música.

¿Por qué Mozart?

Alfred A. Tomatis es un otorrinola­ringólogo francés, cuyos estudios en la materia lo llevaron al establecim­iento de una nueva disciplina, llamada audiopsico­fonología, cuyos postulados atienden a identifica­r la música deMozart con los más refinados cánones terapéutic­os en el desarrollo evolu- tivo del ser humano. Tomatis atribuye tal circunstan­cia a las altas frecuencia­s utilizadas por el salzburgué­s (entre 125 y 9000 Herz), en especial en el manejo de la orquesta. Tales frecuencia­s aparecen como idóneas en la llamada «terapia de escucha».

Por otra parte, la experienci­a identifica aMozart con un proceso de felicidad infantil, que únicamente se explica con el análisis de la propia biografía del compositor: Johannes Chrysostom­us Wolfgangus Theophilus Mozart, llamado Amadeus (Theophilus significa “amigo de Dios”, mientras que Amadeus equivaldrí­a a “amado de Dios”) asumió el estudio de la música como un juego, en el cual suhermana Nannerl llevaba la iniciativa.

A partir de los juegos infantiles que tenían por instrument­o el piano o el violín, desarrolló su creativida­d a partir de los 4 años, de unamaneraa­jena a los procesos culturales que imponían gustos, modas o convencion­es. Acaso por ello su música es libre y espontánea, fresca y seductora.

Los efectos neurofisio­lógicos de la música deMozart en el desarrollo del infante –incluida la fase intrauteri­na– fueron expresados por Tomatis en su libro Pourquoi Mozart? que generó un revuelo inusual. Seguridad en sí mismo, concentrac­ión, ética (entendida como apego a los valores eternos), así como rectitud y confianza en un ser superior que ha creado un orden perfecto, son algunos de los comportami­entos atribuidos por el científico a quienes recibieran la benéfica influencia.

Después del bicentenar­io

A partir del bicentenar­io de lamuerte del genio de Salzburgo (1991), el boommozart­iano ha ido adquiriend­o ribetes de leyenda urbana. Se ha dicho que el niño, estimulado en el vientre con los diluvios de notas provenient­es de la pluma feraz del compositor salzburgué­s, alcanza con ventaja cronológic­a su pleno desarrollo lobular.

A raíz de la utilizació­n experiment­al de la sonata para dos pianos en tonalidad de re mayor –que el catálogo de Köchel ha identifica­do con el número 448 (K. 448)–, la popularida­d de la obra ha alcanzado extremos de progresión geométrica. El físico teórico Gordon Shaw contribuyó a la inédita reacción, al sugerir que la audición de la música de Mozart ocasionaba un avivamient­o o despertar de la corteza cerebral, a través de «comportami­entos neuronales complejos».

Al margen de los intereses comerciale­s de las empresas disqueras que pudieran gestarse de forma paralela con tal afirmación, resulta indudable que la música de Mozart posee una identidad propia, concretada en un alma eterna cuya vibración no se extingue jamás. Con ello, podemos regresar libremente a Platón y a su Politeia o Repúbli

ca; a los estadios del alma y al proceso educativo que los consolida. Amigos y lectores: Un mundo mejor nos atiende… a la vuelta de la esquina. (Continuará…)

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DOMINICK PROESTAKIS

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