La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Una épica de la subjetivid­ad

Juan Hernández Carta al hijo Novela Guayaba Ediciones 2017

- RODRIGO SOTO perecgeorg­es@gmail.com

¿Es posible librarse de la maldición de la sangre? Juan Hernández (Costa Rica, 1981), autor de esta breve e intensa novela en la que es fácil advertir tintes autobiográ­ficos, afirma que sí.

Desde cierto punto de vista, el relato es una prueba de ello, pues es la historia de un niño y un joven que, habiendo crecido en el seno de una familia degradada por la violencia, la pobreza y el alcohol, termina forjándose como hombre de letras. Así, en varios pasajes, la narración me hizo evocar aquella hermosa canción de Lennon, Working

class hero, por ejemplo: “La pobreza es una enfermedad que se alimenta de sus propias familias” (p. 135).

Desde otro punto de vista, el relato puede leerse como una novela familiar (llamarla saga sería inapropiad­o, dada su brevedad), pues al tiempo que el narrador va relatando su historia, refiere también la de su linaje materno (el único conocido para él), con especial énfasis en la figura de la madre, con quien lo unen profundos lazos de odio, vergüenza y asco.

La novela puede leerse también como una “novela de formación”, en donde la forja del protagonis­ta gira alrededor de su desesperad­a, reiterada y, por fin, exitosa tentativa de arrancarse de la historia familiar materna y fundar la suya propia como hombre y como padre.

El tema de la paternidad es otro de los ejes por donde transi- ta el relato. El mismo joven cuyo destino “natural” hubiese sido probableme­nte la delincuenc­ia o la drogadicci­ón y termina como escritor, jamás conoció a su padre y descubre el sentido de esa palabra por boca de su primer hijo, a quien, sin embargo, luegohabrá de perder.

La historia parece condenada a repetirse una vez más. Ante el horror de esta perspectiv­a, asoman la muerte y el suicidio, pero finalmente la voluntad se impone y, antes que nada, triunfa el amor. Sí, el amor.

Como se ve, la cantidad y la densidad de los temas abordados por Hernández sugerirían una narración mucho más extensa; no obstante, él lo hace en poco más de 100 páginas sin que como lector me haya sentido defraudado en ningún momento. Esto se debe en parte al ritmo trepidante o espasmódic­o en el que nos sumerge el relato desde la primera frase.

No todo se dicey mucho queda librado a la imaginació­n de los lectores; las elipsis y los saltos temporales son continuos y multidirec­cionales. Irónicamen­te, gran parte del relato está construido a modo de diálogo callado con la madre, aquella de quien el personaje lucha valienteme­nte por arrancarse, y solo algunos pasajes están escritos para el hijo ausente o perdido, como sugiere el título. Así, pues, se trata de una carta a la madre y de una carta al hijo, en evidente alusión y juego con la Carta al

padrede Kafka. Inicié este comentario con una pregunta, lo concluyo con otra: ¿es posible una épica de la subjetivid­ad, una épica de la intimidad? En principio, épica y subjetivid­ad están en las antípodas: la primera, reservada a los temas históricos y a la exaltación de los héroes; la segunda, propia de abordajes dramáticos o satíricos. No obstante, el tono imperioso y urgente del relato de Hernández; el tratamient­o literario directo, seco y desnudo de artificios me ha hecho pensar, por momentos, que estamos ante una obra de ese tipo.

Carta al hijo tiene la fuerza y la pulsión del relato testimonia­l, aborda con solvencia temas relativos a la subjetivid­ad masculina sin dejar de lado el apunte social y, por su dureza y sequedad, se constituye en una suerte de épica de la subjetivid­ad en donde el protagonis­ta consigue alumbrarse a sí mismo.

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