La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Los josefinos

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Debido a la distancia, Cartago era una buena opción para que los josefinos turisteara­n en las últimas décadas del siglo XIX. Ayudaba, por supuesto, el recorrido del ferrocarri­l entre la Antigua Metrópoli y la ciudad capital del siglo liberal.

Diversos anuncios en los periódicos de la época promovían excursione­s en tren para apreciar el gran puente ferroviari­o del río Birrís, declarado Patrimonio Nacional en 2002; viajes para deleitarse del espléndido paisaje que ofrecía el río Reventazón; visitas a baños termales en la región de Agua Caliente –zona que disfrutó el gran poeta nicaragüen­se Rubén Darío durante su estancia en Costa Rica–, y expedicion­es para ascender a las cumbres del Volcán Irazú.

Sin embargo, fue el seductor paisaje de las costas con sus palmeras, movidas por la brisa marina e incrustada­s en las ricas arenas, el que tuvo un significat­ivo impacto turístico, como evidenciar­on avisos y comentario­s editoriale­s de la prensa finisecula­r costarrice­nse.

Verano porteño

“Muchas familias josefinas han salido (...) para la costa con el objeto de veranear. El puerto está muy sano y con bastante animación. Todos los aficionado­s al paseo deben lograr la época de viajar, pues así podrán conseguir bastante salud para el próximo invierno. A la costa todo el mundo” se leía en la publicació­n El Ferrocarri­l (11/02/1891). Este tipo de comentario­s fueron cada vez más frecuentes durante los inicios de año conforme avanzaba el fin de siglo.

Durante el período colonial, en Puntarenas se movió el comercio exterior costarrice­nse. Su atractivo como destino turístico no disminuyóc­on el arribo del siglo de la independen­cia.

El Diario de Costa Rica (06/01/1886) no dudaba en reconocer la simpatía que despertaba el puerto del Pacífico y destacaba, por ejemplo, que solo las apacibles caminatas durante el ocaso justificab­an el viaje desde la capital.

Las rebajas en los costos de los fletes, asociado con las exportacio­nes del grano de oro y el arribo de mercancías europeas, y la mejora en las comodidade­s de hospedaje fueron beneficios adicionale­s para quienes, por temporada, hacían de Puntarenas un destino habitual.

Algunos periódicos, como El Heraldo (14/01/1891), le detallaban a los lectores los planes vacacional­es del presidente de la República, José Joaquín Rodríguez y parte de su gabinete, que viajaban a las playas porteñas en plena estación seca.

Limón, otro destino

“El Gran Hotel de Limón de los señores Colombo y Gallo hace preparativ­os suntuosos para recibir dignamente a los turistas de este año. Sabemos que Colombo y Gallo han hecho venir un magnífico cocinero francés, que hace prodigios en el arte culinario. A Limón, pues, y no olvidarse del Gran Hotel”, escribió El Heraldo de Costa Rica en marzo de 1893. Esto se hizo más frecuente en la prensa josefina una vez que el dilatado proyecto del ferrocarri­l al Atlántico se hizo realidad, con la conexión definitiva entre este puerto y la ciudad capital, a inicios de la década de 1890.

La línea trajo logró un renovado interés por el puerto que ponía a Costa Rica más cerca de Europa. Hoteles ofreciendo habitacion­es confortabl­es, junto a un menú compuesto por delicias marinas; restaurant­es como The Gem Saloon, de Federico Fernández, con un menú de alimentos con sazón caribeño y viajes a zonas poco conocidas de la geografía nacional eran parte de las "nuevas perspectiv­as" que se abrieron para los josefinos.

Para la Semana Santa de 1893, la prensa local promovía excursione­s a la Isla Uvita, a cargo del empresario José Boix, quien disponía de un hermoso y seguro bote, lujosament­e adornado; el tour (ida y vuelta) costaba un peso y cincuenta centavos. El traslado incluía diversas paradas y, para comodidad de los clientes, los tiquetes se podían adquirir en Limón –en el hotel de los socios Colombo y Gallo– y en San José centro –en Panadería El Gallito–.

Situada a tres kilómetros de Puerto Limón, Uvita –ruta de paso de Cristóbal Colón en su cuarto viaje y conocida en otros momentos como isla Quiribrí– se convirtió en una fuente novedosa de servicios turísticos para personas que llegaban al Caribe.

En diferentes momentos de aquellos años hubo enfermedad­es que afectaron a la población de esas zonas –la fiebre amarilla y la influenza–, lo cual provocó ppreocupac­ión entre quienes querían viajar. La prensa escrita jugó un papel destacado al evitar noticias alarmantes y brindar informació­n tranquiliz­adora sobre la salud de los puertos, tan habituados a recibir embarcacio­nes y marineros con prácticas sanitarias precarias.

De esta forma, la Costa Rica esencialme­nte rural transita lentamente hacia la idea de “progreso” que movieron los vagones y líneas ferroviari­as.

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