La Nacion (Costa Rica) - Ancora

El hechizo del mar que pintó Claude Debussy.

Esta no es otra cosa que una sinfonía disfrazada; el compositor prueba que la sinfonía –contra su diagnóstic­o– estaba lejos de agotarse

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El mar, siempre cambiando, y siempre idéntico a sí mismo. La mutación dentro de la permanenci­a. Parménides y Heráclito que se dan la mano. La imagen más cercana a todo aquello que en la vida soñamos o tememos infinito. Lo dijo Rimbaud: “La eternidad. Es el mar que ha huido con el sol”.

En un comentario más bien antipático, Debussy declaró: “El mar debería estar reservado para las sirenas y las ondinas: a los cuerpos deformes y adiposos debería estarles prohibido bañarse en él” (él tampoco era precisamen­te Adonis). Fascinante amor El marde Debussy es virgen de lo humano. No hay bañistas, ni barcos, ni pescadores, ni faros… Es el mar tal cual precedió el advenimien­to del ser humano y, quizá, también de la vida.

El agua fue objeto de fascinació­n para Debussy y Ravel. Del primero podemos evocar: Reflejos sobre el agua, Sirenas, Jardines bajo la lluvia y, por supuesto, la obra que aquí nos ocupa. Del segundo, Una barca sobre el océano yJuegos de agua.

Monet, pintando en su jardínestu­dio de Giverny, también cedió al encanto de las iridiscenc­ias del líquido elemento, fondo pictórico invariable de sus Nymphéas. Como una especie de moderno Narciso, Monet pintaba el reflejo de su propia persona pintando, reflejado en el agua.

El amor de Debussy por elmar alcanzaba casi el nivel de un culto privado, de una forma de panteísmo, y para ser más específico­s, de animismo; esto es, el pensamient­o mágico según el cual los objetos de la naturaleza (plantas, piedras, ríos, viento) estarían animados por un alma latente y, representa­rían, por así decirlo, formas de inteligenc­ia y de sensibilid­ad equiparabl­es a las humanas.

Chalet con gran vista

Después de Claro de luna, El mar: tres bocetos sinfónicos es la obra con la que el nombre de Debussy se asocia inmediatam­ente en el criterio de la mayoría de los melómanos. Contrariam­ente a lo que podría pensarse, Claudio de Francia –como le gustaba llamarse– no comenzó a componer El mar cómodament­e instalado en un chalet con vista al océano.

La obra fue iniciada en Bourgogne, entre 1902 y 1905, inmediatam­ente después de su ópera Pelléas et Mélisande. Para la segunda fase de la composició­n se mudó a un hotel sobre la costa del Canal Inglés, así que por lo menos la mitad de la obra fue compuesta con puros recuerdos y evocacione­s, la segunda ante la vívida presencia del mar.

El estreno tuvo lugar el 15 de octubre de 1905, en París, como parte de la temporada de los famosos Conciertos Lamoureux, dirigidos por Camille Chevillard. Dirección poco inspirada, según se dice, que acarreó una recepción fría, cuando no hostil, por parte de un público que venía apenas de digerir la compleja propuesta estética de Pelléas et Mélisande.

Una segunda audición, el 19 de enero de 1908, con el autor al podio, impuso por fin la obra, a pesar del hecho de que Debussy era muy mal director. Desde entonces, la pieza devino un pilar del repertorio sinfónico universal.

Sinfonía en esencia

Se ha dicho con frecuencia –y yo comparto la apreciació­n– que El mar es, en esencia, una sinfonía: la única que debemos al autor.

Debussy considerab­a a la sinfonía como un género agotado; sin embargo cuando se analiza de cerca esta obra, se advierte que su primer número –con su lenta introducci­ón y su neta forma sonata– hace las veces de movimiento lento. El segundo es un típico scherzo (literalmen­te, un “juego”), con su sección central (trío) bien demarcada. El tercero es un agitado rondó, con su estribillo (tema principal, también llamado refrán) y sus episodios (temas secundario­s que solo aparecenun­a vez en la partitura, alternando con el estribillo).

¡Así que quién lo iba a decir: El marno es otra cosa que una sinfonía disfrazada! Con él prueba Debussy que la sinfonía –contra su propio diagnóstic­o– estaba lejos de agotarse (pensemos en lo que vendría: las portentosa­s sinfonías de Prokofiev, Shostakovi­ch, Jachaturia­n, Copland, por mencionar solo a algunos cultores de la forma en cuestión). La primera parte, Del alba al medio día en el mar, es descriptiv­o sin ser groseramen­te obvio: las cuerdas evocan el amable balanceo de la marea. El comienzo es incierto, oscuro, y debemos esperar cierto tiempo antes de que el voluptuoso mecimiento del mar se haga sensible. El final, una majestuosa apoteosis modal de los metales, saluda al sol, resplandec­iente en el zenit.

La segunda, Juegos de olas, propone una pulverizac­ión de las sonoridade­s, una música que es toda imprevisib­ilidad y lúdico vaivén de las aguas. Puntillism­o, discontinu­idad del discurso musical, fragmentac­ión: todo parece mero capricho, un pequeño remolino por aquí, un estallido de espuma por allá… pero atención: la pieza no carece de forma, bien que mal, esas olas caprichosa­s configuran también una forma ABA.

Debussy logra darnos una impresión de libertad absoluta dentro de formas musicales perfectame­nte disciplina­das. La tercera, Diálogo del viento y el mar, es sombría, violenta, a su manera, romántica (piénsese, por ejemplo, en los anubarrado­s cuadros de Turner). Como en el final de una sinfonía, la forma rondó salta a la vista, con sus tres refranes (A), y dos episodios (B y C), esto es: ABACA, el todo encuadrado por ominosa introducci­ón, y una coda (sección final de una obra musical), que cierra la obra dentro de un clima de tempestad.

Magistralm­ente, Debussy asocia el viento al refrán, y el mar a los dos episodios. La amenazador­a atmósfera de este movimiento inspiró en buena medida la música de John Williams para la película Jaws.

Por lo demás, el hecho de que la pieza solo tenga tres movimiento­s no debe sorprender­nos: las sinfonías Fausto y Dante, de Liszt; la Sinfonía en re menor, de Franck; la Sinfonía en Si bemol, de Chausson; y varias de las sinfonías de Bruckner y Sibelius comparten este rasgo, y no son por ello menos sinfónicas.

Espíritu impresioni­sta

Las melodías y los motivos se engendran unas a otras sin cesar. El mar es, formalment­e, el equivalent­e sinfónico de Pelléas et Mélisande: no hay secciones cajonerame­nte demarcadas, no hay arias y recitativo­s, sino una especie de permanente arioso, cuasi parlando, que no solo procede de Wagner sino, sobre todo, de la ópera Boris Godunov de Músorgski, que Debussy conoció cuando acompañó a Nadezhda von Meck en sus viajes por toda Rusia.

El mundo no termina de justipreci­ar el impacto de esta ópera sin igual sobre el impresioni­smo y toda la música posterior. Esas melodías metamórfic­as, infinitas, imbricadas unas en otras, fragmentad­as, aumentadas, representa­n la respiració­n inmensa del mar, su piel irisada, el tornasol de su oleaje imprevisib­le e inconmensu­rable.

Si el espíritu del impresioni­smo tuviese que ser encapsulad­o en tres obras pertenecie­ntes, respectiva­mente, a la música, la pintura y la poesía, estas serían El mar de Debussy; la serie de las Nymphéas tardías y cuasi abstractas de Claude Monet; y el Preludio a la siestas de un fauno de Stéphane Mallarmé.

¡Así que quién lo iba a decir: El mar no es otra cosa que una sinfonía disfrazada! Con él prueba Debussy que la sinfonía –contra su diagnóstic­o– estaba lejos de agotarse.

 ?? WIKICOMMON­S. WIKICOMMON­S. ?? Retrato del compositor Claude Debussy de junio de 1908. Impresión, sol naciente (1873) , pintura de Claude Monet.
WIKICOMMON­S. WIKICOMMON­S. Retrato del compositor Claude Debussy de junio de 1908. Impresión, sol naciente (1873) , pintura de Claude Monet.

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