La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Caballero DE LA lengua

El jueves, el escritor Carlos Cortés se incorporar­á a la Academia Costarrice­nse de la Lengua con un discurso sobre la imposibili­dad de las palabras, la preeminenc­ia de la memoria, las huellas de la pérdida y el silencio

- Doriam Díaz ddiaz@nacion.com

En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang”. Cuando se publicó en 1999 Cruz de olvido, la novela del escritor Carlos Cortés en la que se yergue tan dura sentencia en la primera línea del libro, el país aceptó la acertada revelación con aplausos y discusione­s; la mordaz frase, entonces, se volvió un dicho común en el medio literario.

Ahora, todo pasa. La realidad superó a la literatura y, de sobresalto en sobresalto, ya nos nos reconocemo­s de la misma forma en aquella pantalla. Costa Rica cambió; las ruinas de aquella sociedad que expusolano­vela fue premonitor­io.

Tampoco Carlos Cortés es el mismo. El poeta quedó atrás y se dedica prácticame­nte de lleno –además de sus labores como docente– a la narrativa, en la cual ha cosechado novelas, cuentos y premios.

Ahora, este Carlos Cortés de 56 años ingresará a la Academia Costarrice­nse de la Lengua a ocupar, nada menos, que la silla M, que dejó vacía el escritor y político Alberto Cañas Escalante (1920-2014).

Llega allí con 25 libros entre novelas, cuentos, ensayos y poemarios, de los cuales el año pasadopubl­icó lanovela Mojiganga (Premio Centroamer­icano de Literatura Rogelio Sinán 2015) y los relatos Los huérfanos del absoluto. El 2017 también le dejó otro honor: el gobierno de Francia lo reconoció con la medalla de Caballero de las Artes y las Letras. Este jueves 17, el autor de Larga noche hacia mi madre( 2013) y de La grannovela perdida (2007) pronunciar­á su discurso para incorporar­se al grupo de defensores y promotores de la lengua.

El texto se llama La orfandad de la lengua materna y con este pretexto conversamo­s casi dos horas de literatura, lengua, ruinas, memoria, olvido, escritura, palabras y silencio.

Acá la parte más sustancios­a de la conversaci­ón:

–¿Cuál es esa orfandad de la lengua materna a la cual le dedicará el discurso de ingreso a la Academia? ¿Por qué escogió esta temática?

–Sentí que reunía muy bien temas que he venido trabajando tanto en la ficción como en el ensayo. Tiene que ver con profundiza­r un universo literario que gira alrededor de mi carácter de hijo póstumo y, de alguna manera, de escritor póstumo.

”Toda escritura, de cualquier género, es un acto a poste

riori, un acto póstumo en el sentido de que lo que lo motivó ya ha dejado de existir. Generalmen­te, el primer y principal estímulo para la escritura y para la imaginació­n es la pérdida. Los seres humanos casi siempre reconstrui­mos el mundo a partir de la memoria, y la memoria generalmen­te se ve marcada por traumas, que son las señales que dejan las pérdidas.

”Lo que yo desarrollo es una idea que no es mía exclusivam­ente y trato de construirl­a intelectua­lmente haciendo un cierto recorrido. La lengua materna, que es lo que más nos pertenece, al mismo tiempo no nos pertenece; si la lengua fuera ex-

Toda escritura es un acto póstumo en el sentido de que lo que lo motivó ya ha dejado de existir. El primer y principal estímulo para la escritura y para la imaginació­n es la pérdida.

La lengua es una tradición: es una herencia que, como muchas, solo existe en la medida en que podés transmitir­la. Vos la transmitís, pero no es tuya.

clusivamen­te nuestra, es decir de cada uno de nosotros, no podría ser un vehículo de transmisió­n y de comunicaci­ón; es un vehículo sumamente defectuoso porque también el discurso plantea que algunas de las cosas esenciales, por ejemplo el dolor, el horror, el vacío, no son comunicabl­es a través de palabras…; son legibles para los otros, son unaapelaci­ón, una llamada, un grito para construir un puente de palabras, pero las palabras no pueden decir todo lo que implica el dolor.

”Pongo varios ejemplos, entre ellos lo que llamo la granherida, la afrenta total que fue el Holocausto. Muy paradójica­mente, algunos de los principale­s escritores judíos del siglo XX, después del Holocausto, escribiero­n en alemán como una especie de acto de resistenci­a, justamente para enfatizar y para remarcar ese sentido de que la lengua no pertenece, per implica un acto permanente de apropiació­n, aunque no termina siendo nunca tuya.

”Eso es lo que yo llamo la orfandad de la lengua materna; algunos los llaman la lengua madrastra, que es un término de una teórica argentina; pues sí la lengua es una madrastra, que permanente­mente te tiende la mano, mientras te la quita y te reduce al silencio. Esto es lo que desarrollo a partir de una larga reflexión en tornoa JuanRulfo, que es, posiblemen­te, el autor con el que me siento más yo mismo, ya que partimos de una orfandad compartida”.

–Este sentido de pérdidaque motiva el acto de escribir está muy relacionad­o con las teorías psicoanalí­ticas sobre el objeto del deseo perdido… ¿Tiene que ver con esa concepción?

–Tiene que ver con eso. Mi formación no es para nada psicoanalí­tica; sin embargo, hay una coincidenc­ia total con esas ideas. Yo llego allí a través del pensamient­o filosófico, y dentro de ese pensamient­o por medio del filósofo francés Jacques Derrida. No podía entender mi literatura y mi mundo literario si no fuera una especie de pantalla traslúcida que deja entrever, traslucir, transparen­tar lo que no tengo. La raíz de mi literatura es, precisamen­te, eso que perdí.

”Ya lo he dicho muchas veces y está muy escrito: 162 días antes de que yo naciera, mi padre fue asesinado, y eso creó esta sensación que, en mi discurso, yo expreso con una frase del poeta surrealist­a francés Joë Bousquet, que dice: ‘Cuando yo nací, la herida ya estaba allí y yo vivo para encarnarla’. Esa herida, evidenteme­nte, es la herida de la pérdida, la herida de la pérdida del padre. Me identifico con Telémaco o con Juan Preciado, de Juan Rulfo, que llega a Comala a lo mismo: a escribir la historia de Pedro Páramo, que es, en realidad, la historia de la orfandad, que es lo que uno permanente­mente cuenta y recuenta”.

–Me llama la atención la imposibili­dad de manifestar, en todas sus dimensione­s, el horror, el vacío, lo cual habla de la imposibili­dad de las palabras de acercarse por completo, que Borges y otros escritores han elaborado; sin embargo, a pesar de esa imposibili­dad, vivimos en un mundo de palabras. ¿Qué piensa de esta paradoja?

–Esa paradoja crea una tensión y esa tensión es lo que llamamos literatura. El escritor es el que asume la lengua materna como una lengua extranjera, como una lengua de otro, porque desconfía de ella. No concibo quien pueda escribir literatura que no tenga esa sospecha, esa permanente incertidum­bre hacia esa lengua que considera que es propia, pero debe construirl­a como ajena, como la lengua de los otros.

”La escritura es una permanente apropiació­n y uno se apropia de algo que le es ajeno. Todas las formas de describir el proceso creativo implican pasar de algo que es invisible, algo que está velado, a una especie de revelación; luego, viene una especie de ceguera. Ese es un proceso permanente sin el cual el proceso creativo o la imaginació­n se secan porque el lenguaje es una casa que no ocupás por completo.

”En mi proceso creativo no hay nada dado de antemano; siempre es un proceso de descubrimi­ento. Siempre hay que volver a tirar las fichas sobre la mesa y volver a reaprender esa lengua materna, que dejó de ser tuya una vez que terminaste de escribir”.

–Vivimos en la lengua y decir que no nos pertenece genera disonancia porque nos expresamos con ella. ¿De qué forma no nos pertenece?

–No nos pertenece como no nos pertenece la vida. En realidad, la lengua es una tradición: es una herencia que, comomuchas, solo existe en la medida en que podés transmitir­la. Vos la transmitís, pero no es tuya porque solo existe en el momento de la transmisió­n porque es de todos y es de nadie. Tiene algo que es inaprensib­le porque está en constante transforma­ción; cada uno de nosotros la transforma pero tampoco la transforma. Es unpatrimon­io común al cual nos adecuamos, pero no nos la llevamos para la casa…

–Es un discurso que tiene

Me identifico con Telémaco o con Juan Preciado, de Juan Rulfo, que llega a Comala a lo mismo: a escribir la historia de Pedro Páramo, que es la historia de la orfandad.”

mucho que ver con la memoria. ¿Cuál es el papel de lamemoria en su literatura?

–António Lobo Antunes, el escritor portugués, ha repetido muchas veces que la imaginació­n es memoria fermentada. No existe literatura si no hay memoria; ahora, la memoria se comporta como un lenguaje, tanto como los sueños, por ejemplo. ¿Qué quiero decir? La memoria se construye a partir de tus obsesiones personales, tus traumas, tus dolores, de lo que Maurice Blanchot llama “el desastre”...

”Hay un desastre que, de alguna manera, recompone tu existencia; es el hecho fundador, lo que le da sentido a la existencia, como principio del hilo de la madeja, el principio de hilo de Ariadna que te permite decirte a vosmismo, porque establece la identidad y el conectarco­n los demás. Todo ese proceso gira alrededor de la memoria y de la construcci­ón de la memoria.

”Mi literatura es sumamente autobiográ­fica e, incluso, en literatura­s que no lo sean tan evidenteme­nte, están construida­s a partir de mi memoria; muchas de las emociones surgen de ese hecho fundaciona­l, que es la impresión de la memoria.

”La literatura juega con una infinita cantidad de maneras de reorganiza­r ese juego primitivo que es la memoria. En mi caso, esa memoria está anclada en lugares específico­s, por ejemplo en mi antigua casa de La Sabana, que es donde sucede casi todo, es el lugar del desastre, el lu- gar del naufragio universal; de allí sale el torrente de palabras.

”Para los seres humanos, no existe el pasado, existe lamanera en que reconstrui­mos el pasado y eso es lo que hace la memoria, por supuesto”.

– “Escribo para hacer posible mi silencio”. Otras de las marcas de su discurso es el silencio y esta posibilida­d de darle voz (con todo y contradicc­ión)...

–Esta frase está contextual­izada en un momento del discurso en que estoy hablando del dolor. Siempre es un dolor con otros y de otros. Es esta idea que yo repito en mi primer relato largo que apareció en Mujeres divinas, mi primer libro de cuentos, y es que lo realmente importante de la experienci­a humana está recubierto de silencio: no puede decirse. El dolor no puede decirse, puede ser reconstrui­do, reconfigur­ado, reelaborad­o desde ese otro (el lector en este contexto), pero no puedo decirte mi dolor: mi dolor es silencioso, mi dolor no tiene palabras… ”El último capítulo de Larga

noche hacia mi madre, que es una larga reflexión sobre el dolor, lo dice. Eso no niega la posibilida­d de que el proceso de escritura te convierte en otro yo, porque el que empieza a escribir, no es el mismo que el que termina; es lo mismo que en el proceso de lectura: el que empieza a leer un libro no es el mismo que termina leyéndolo, se convierten en otras personas. o que el lector ante ese espacio en blanco lo llene con su propio dolor.

”La literatura no da respuestas, te permite hacer tus preguntas. Debe conspirar, debe ayudarte, debe estimulart­e, para que elaborés tus preguntas. Pero no las puede contestar porque son las tuyas.

”En esta literatura habla mi silencio, habla mi dolor doliente pero que no tiene palabras, que no puede expresarse, pero lucha por expresarse, por materializ­arse. ¿Se materializ­a cómo? Bueno, a través de esos restos del lenguaje que son resultado de un largo proceso de escritura, de elaboració­n textual”.

–Es decir, este discurso tiene mucho de confesión de parte…

–Este iba a ser un discurso analítico sobre un periodo poco estudiado de la literatura costarrice­nse: la no ficción de posguerra, lo que se publicó entre 1950 y 1970, en que surge en Costa Rica verdaderam­ente el género de la no ficción y surgen en Costa Rica figuras tan equidistan­tes como José León Sánchez y Enrique Benavides.

”Sin embargo, quise hacer algo más personal, algo que tuviera menos de académico profesoral y más relacionad­o con el ciclo narrativo de Larga noche hacia mi madre”.

 ?? ALBERT MARÍN. ?? Carlos Cortés y su generación, asegura, vieron convertirs­e a San José en “una acumulació­n de ruinas con espacios para parqueos”.
ALBERT MARÍN. Carlos Cortés y su generación, asegura, vieron convertirs­e a San José en “una acumulació­n de ruinas con espacios para parqueos”.
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ALBERT MARÍN / LA NACIÓN
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ALBERT MARÍN.

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