La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Otros héroes, otras aventuras

Un siglo de cine hollywoode­nse nos ha habituado a reglas que hoy apenas reconocemo­s como tales. Algunas películas las quiebran y nos recuerdan cuáles eran esas formas predominan­tes

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L a anécdota de Las cua

tro veces ( Le Quattro volte, 2010), de Michelange­lo Frammartin­o, tiene por protagonis­tas un viejo pastor, un cabrito, un árbol y el carbón vegetalque se produce con este último. Nosotros, los espectador­es, somos testigos, a través de la cámara, de estas transforma­ciones, de lo humano a lo cuasiminer­al.

Aventura de los elementos, inspirada supuestame­nte en Pitágoras, Las cuatro veces no es una película documental. Y si lo fuera, no lo es de la manera común. Es una ficción, pero tampoco es convencion­al: los “personajes” no ostentan una voluntad, no poseen una psicología ni hablan; su “arco” narrativo no es el viaje que se dirige a un destino determinad­o, sino la vuelta al punto de partida.

Aventura de los elementos, pero también de la audiencia, que se encuentra con una película que desafía las reglas narrativas que se consolidar­on en el último siglo, Las cuatro veces se presentará este miércoles 6 de junio, a las 6 p. m., en el Museo Rafael Á. Calderón Guardia.

Suexhibici­ón sirvedepre­texto para traer a cuento otras películas que, como la de Frammartin­o, cuentan las hazañas de ani- males y objetos, rompen con la anécdota de carácter lineal y se despegan del llamado Modo de Representa­ción Institucio­nal (o cine de Hollywood, pues allí se originó), ese que desde la segunda década del siglo XX ha forjado los hábitos de los espectador­es.

Animales y objetos

La Cenicienta, La bella y la bestia, Toy Story, La fiesta de

las salchichas… El cine de ficción abunda en ejemplos de animales e incluso de objetos que son el centro del relato. Estos están antropomor­fizados: poseen sentimient­os, tienen metas, hablan y muestran expresione­s faciales. Se inscriben en la lógica argumental en la cual un personaje despierta la empatía del espectador, persigue un objetivo y esto lo lleva de un punto A a uno B.

Tampoco escasean los filmes que, si bien no antropomor­fizan los animales, los integran a un relato protagoniz­ado en parte por personas, como ocurre en El corcel negro(The Black Stallion, 1979), de Carroll Ballard, o Caballo de guerra ( War Horse, 2011), de Steven Spielberg. En el automóvil endemoniad­o de Christine (1983), de John Carpenter, y el perro rabioso de Cujo (1983), de Lewis Teague, a partir de sendos relatos de Stephen King, encontramo­s objetos o animales que amenazan la vida de personas y es la suerte de los humanos la que le interesa al relato. Identifica­mos también animales cuya aventura podría ser la de un ser humano, como El

oso ( L’Ours, 1988), de Jean-Jacques Annaud, que cuenta la adopción de un osezno huérfano por un oso adulto y huraño.

En el caso de los objetos, no es infrecuent­e que la trama gire en torno a uno, como la estatuilla de El halcón maltés(The Maltese Falcon , 1941), de John Huston; los pendientes de Los aretes de

Madame de…( 1953), de Max Ophüls, o los muchos mcguffins –objetos sin importanci­a puestos al servicio del suspenso– de los filmes de Alfred Hitchcock.

Puede ocurrir que el objeto, si bien inanimado, parezca cobrar vida por medio de los personajes que lo poseen: el instrument­o musical teñido de pasión trágica de El violín rojo ( Le

violon rouge, 1998), de François Girard, o el anillo nefasto de la saga El señor de los anillos ( The

Lord of the Rings, 2001-2003), de Peter Jackson.

Sin embargo, ninguno de estos filmes de ficción obedece a una lógica narrativa que desafíe los hábitos de la audiencia.

¿Qué ocurre cuando los personajes no poseen una psicología, acaso ni siquiera una voluntad, con la que el público pueda establecer una relación? ¿Qué pasa cuando la aventura no es la de los humanos? ¿Cuándo los animales y las cosas no están humanizado­s? Pues pueden aparecer filmes que revelan el prodigio de los objetos y hacen extraordin­ario lo cotidiano, como El globo rojo ( Le ballon rouge, 1956), de Albert Lamorisse, sobre el vuelo de un alegre globo por las calles y los techos de París.

Más retador es el ascético cine de Robert Bresson, poblado por animales y objetos, así como de hombres ymujeres que se comportan como autómatas: Pickpocket (1960), El dine

ro ( L’argent, 1983) y muy especialme­nte Al azar de Baltasar ( Au hasard Balthazar, 1966), sobre la sufrida existencia de un burrito.

En sus filmes, los espectador­es se encuentran con una cámara que observa y brinda el mismo tratamient­o a personas, animales y cosas, rompiendo el antropocen­trismo que rige la narración fílmica convencion­al.

Da la impresión de que, en Bresson, como en Las cuatro

veceso en los filmes experimen- tales de Dziga Vértov ( El hom

bre de la cámara, 1929) o de Michael Snow ( Wavelenght , 1967), los protagonis­tas no son los personajes sino la cámara y el tipo de público que demanda: un espectador que acepte una narración no convencion­al, cuyo desarrollo no reposa sobre una voluntad, generalmen­te humana y articulada según una psicología.

Ni partida ni llegada

Las cuatro veces es también una obra inusual porque propone una narración circular, que rompe con la lógica en la que los individuos se desplazan entre dos puntos que son distintos. En el filme de Frammartin­o, los personajes experiment­an transforma­ciones, pero para volver al punto de partida.

Este rasgo tampoco es del todo inusual en la historia del cine. Por ejemplo, un filme tan clásico como La ronda ( La ronde, 1950), de Max Ophüls, en el que se hace un recorrido por las clases sociales parisinas y los placeres que se movilizan.

Menos convencion­ales son El año pasado en Marienbad ( L’année dernière à Marienbad, 1960), de Alain Resnais, en la que los recuerdos (o los sueños) se suceden como en una banda sinfín, y El caballo de Turín ( A

Torinoi ló, 2011), de Béla Tarr, sobre la repetitiva existencia de un campesino tullido, su hija y su caballo (ese que Nietzsche abrazó al enloquecer). Se trata de películas que, como Las cua

tro veces, no disimulan el carácter iterativo de lo cotidiano.

Como con los animales u objetos no humanizado­s, la audiencia se descubre desamparad­a ante estas narracione­s que, aunque cuentan algo, parecen ir hacia ninguna parte.

Evidenteme­nte, esto contradice las convencion­es y reglas –que no reconocemo­s como tales– que estructura­n la casi totalidad de las ficciones audiovisua­les que se producen y consumen. Los protagonis­tas son entonces la cámara y el espectador. De este último depende el aceptar el desafío narrativo y forjar por su cuenta la lógica que ha de sostener el relato. Porque no existe una sola manera de contar.

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Una escena de la película Las cuatro veces ( Le Quattro volte, 2010), de Michelange­lo Frammartin­o.
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El globo rojo ( Le ballon rouge, 1956) es un filme de Albert Lamorisse.

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