La Nacion (Costa Rica) - Ancora
EL COLOR DE LA GRANADA: POESÍA EN PANTALLA
Serguéi Paradjánov Elcolordelagranada es un poema y una serie de retablos en movimiento; biografía y ritual para un poeta del Cáucaso, es un filme excepcional
“Tenía 39 años cuando un triste conjunto de circunstancias me obligó a venir a Ereván. Ahora tengo 42... Hace calor. Los melocotones están a dos rublos por kilo. Me sofoco en los multifamiliares y en habitaciones de hotel mal ventiladas, en compañía de cucarachas. Insto encarecidamente a que se prohíba Sayat-Novay que me envíen de regreso a Kiev. Estoy dispuesto a abandonar el cine”, escribía Serguéi Paradjánov desde Armenia, tierra de origen de su familia.
El artista le escribía al comité fílmico soviético; le imploraba librarlo de una filmación desastrosa, una que desembocaría en uno de los largometrajes más desconcertantes, seductores y simplemente hermosos de la historia del cine.
No hay más que un puñado de películas previas a El color de la granada (1969) que se adelanten a su estilo radical; no hay demasiadas posteriores que se acerquen a su rigor formal. Sin embargo, con escasísimo dinero y la vigilancia constante de las autoridades culturales soviéticas, su proceso de creación fue caótico.
“Soy el hombre cuya vida y alma son tormento”, dice el protagonista de la película, Sayat-Nova (el Rey de las Canciones), también el título original del proyecto.
Se supone que el filme narra su vida, la vida real del armeniogeorgiano Harutyun Sayatyan (1712-1795), el gran ashik del Cáucaso, su poeta cantor. En la visión caleidoscópica de Paradjánov, sus circunstancias son una excusa para el embeleso en el color, la textura, la forma y el ritmo de la tradición de su tierra, la Armenia milenaria.
Cine y poesía
¿Cómo describir El color de la granada? Es una serie de retablos vivientes, inspirados en la tradición de los iconos persas y rusos, que aplana la perspectiva y resalta los colores. Casi no hay diálogo, solo narración, y lamúsica tradicional induce a un trance cercano al espiritual. La película es un rompecabezas cuya imagen final desconocemos.
Una a una, sus piezas se van fundiendo una en otra: el niño aprende de los libros; el niño se convierte en poeta, conoce el amor y la violencia (y a Dios, ambas en una); el hombre viaja por su tierra y susurra al oído de los amantes; el hombre es perseguido y sufre.
La vida del protagonista no se enmarca demasiado ni se explica. Más bien, se cuenta por medio de puestas en escena de las imágenes recurrentes en sus versos, indescifrables pero no por ello menos magnéticas.
Un espectador común, ignorante de la tradición poética de Armenia o de Georgia, se pierde de losmatices de la palabra, pero se puede entregar al deleite en estos retablos, de belleza incuestionable y sugerente.
No por nada fue un filme maldito: no era solo que no cabía en el riguroso molde del realismo socialista, sino que recuperaba la lengua y la herencia de países subyugados por el control soviético. La gran aplanadora totalitarista se ensañó con el folclor de los pueblos de Ucrania a Siberia, pero no pocos resistieron en la transmisión oral y en los corazones de las aldeas.
A estas voces, Paradjánov les había dado un altavoz ya en 1964, con Caballos salvajes de fuego, su primer éxito internacional: es Romeo y Julieta en los Cárpatos, una suerte de etnografía psicodélica.
Paradjánov había renunciado a sus filmes previos tras ver La infancia de Iván (1962), de Andréi Tarkovsky –quien llamó al georgiano uno de los pocos “genios” del cine–. Su nuevo cine sería radical, entregado a la belleza, con humor ypoesía como él, un hombre-canción, como lo describen algunos colegas de la época.