La Nacion (Costa Rica) - Ancora
El arte fecunda al fútbol
En homenaje al deporte que tiene al mundo con la mirada concentrada en Rusia, este artículo explora la estética del fútbol con sus poemas, ritmos, magia y bello espectáculo
“Caligrafía” del fútbol
Arte y fútbol: dos lenguajes que pueden acercarse el uno al otro asintóticamente hasta casi coincidir. La noción de “estilo” –una categoría artística– es crucial en el fútbol. Basta con verun par de minutos del juego de Pelé, Beckenbauer, Garrincha, Rivelino o Messi, para reconocer un estilo distintivo, una “caligrafía”, una “escritura” personal. Lo mismosucede con la música o la literatura: en dos compases reconocemos a Chopin o Debussy. En un párrafo sabemos si es Proust o Márquez.
La noción de estilo no debe ser confundida conla de calidad. Hay inmensos futbolistas cuyo estilo consistía, precisamente, en la falta de estilo. Juego soberbio, pero menos identificable. No existe un “estilo Dunga”, como sí cabe hablar de un “estilo Sócrates”, así no fuese más que por su jugada fetiche: el pase de talón. ¿Beckenbauer? ¡Era la definición misma de estilo! Nadie corría o pasaba el balón como él, nadie se apoderaba, con un solo vistazo –la cabeza siempre en alto, la espalda enhiesta– de la totalidad del terreno, para luego proyectar el pase certerísimo.
El imaginario artístico
La exégesis del fútbol acude constantemente a metáforas artísticas. “Una pincelada de genio”, El “trazo”, el “diseño”, la “filig rana”, el “bordado”, el “caracoleo”, el “ritmo” (y más significativamente, el cambio súbito de ritmo a tres cuartos de la cancha, para sorprender a la defensa), el “tempo” (en Argentina, el “tiempista” es el mediocampista que marca los tempi del partido: allegro con fuoco, presto, adagio: la metáfora es musical); el pase lanzado “con tiralíneas” (alusión a la arquitectura). “El vértigo en el fútbol no es bueno. El fútbol es como la música. Tiene pausas y tiempos. Hay veces que hay que acelerar y otras, caminar. Hay una sola cosa que no se puede dejar de hacer en fútbol: pensar. Si primero corremos y después pensamos, mal. No se trata de llegar primero, sino de resolver antes. Si yo llego primero a un incendio sin el agua no sé a qué voy”, observa César Luis Menotti. La expresión “el partido fue un poema al fútbol” es un lugar común lingüístico. Maradona describe los cambios de frente ejecutados con zurda por Rivelino como “poemas”, y al mediocampista peruano Cueto lo llamaban “el poeta de la zurda”.
Ycuando se trata de una valoración negativa, el lenguaje es también de naturaleza estética: fútbol “feo”, “desaliñado”, “desprolijo”, “inelegante”, “tosco”, “desdibujado” y, sobre todo, “desordenado”, con lo cual la apreciación se adhiere al dictum de San Agustín: “la belleza es el esplendor del orden”.
Si tal es el caso, la ausencia de orden –el caos– equivaldría a fealdad. ¿Puede el fútbol ser desordenado y bello? Difícilmente. Pero de ello no es lícito inferir que el orden baste para hacerlo bello. Un equipo puede jugar de manera admirablemente ordenada, pero carente de imaginación, de facultad de improvisación. El orden es condición necesaria, pero no condición suficiente para el fútbol bello.
Un equipo puede jugar de manera ordenada, pero carente de imaginación, de facultad de improvisación. El orden es condición necesaria, pero no condición suficiente para el fútbol bello.
El futbolista es, en esencia, un performer. El jugador que sale al terreno ante 100.000 espectadores, el artista que presenta su trabajo.
Fútbol y música
Es a la música y la danza a la que el fútbol recurre con mayor frecuencia para proponerse como espectáculo estético. Y en tanto que danza y música, el ritmo –y su subproducto, el movimiento– hará las veces de principal parámetro. “Aritmo de samba, Brasil goleó al equipo inglés”. O bien, “El tango se impuso a la samba” (para aludir a una victoria de Argentina sobre Brasil). A menos de que prefiramos, “La sevillana ganó la partida a la pompa y circunstancia inglesa”. Son topoide la crónica periodística.
Por lo demás, corresponden cada vez menos a la realidad: Brasil no juega en estos días “a ritmo de samba”, ni Alemania practica el fútbol motorisch , mecánico, que podría asociarla a la siniestra marcha del episodio de la invasión nazi en la Sinfonía de Leningrado, de Shostakóvich. Alemania no juega siempre a ritmo inflexible de marcha militar, yBrasil ha desarrollado un estilo mucho más calculador, especulativo y “profiláctico” que el que cultivara durante sus años dorados: ahora se sirve a menudo del contragolpe, la marcación asfixiante y se administra astutamente en lugar de ofrecer espectáculo.
Los estilos se han hibridado, creando una manera de jugar al fútbol que bien podría describir- se como homogénea o, si así lo prefieren, “universal”.
El mercado futbolístico europeo se nutre de las inagotables canteras suramericanas y africanas, constituyéndose en una especie de escaparate donde convergen todos los estilos imaginables. El fútbol europeo se latiniza, el latino se europeíza. La Alemania de Löw practica un fútbol sazonado por jugadas de fantasía. Y el Brasil de Tite es capaz de un pragmatismo y una frialdad que poco tienen que ver con el fútbol acompasado, de toque profuso, fluido y esencialmente hedonista del equipo de Zagallo en 1970.
Claro, sigue existiendo eso que llamamos “latinidad”: incluso dentro del esquema más conservador y cauteloso, existen Ronaldinhos, Messis o Neymars que, en un momento de iluminación, son capaces de sacar una paloma de un sombrero, de esa “pincelada” de genio que tan elocuentemente asocia el fútbol con el régimen imaginario del arte.
De magos y funcionarios
Refiriéndose a Rivelino, Beckenbauer dijo: “no era un futbolista: era un artista, un mago del balón”. Sí, de los magos –aun en los esquemas más mecanicistas– siempre cabrá esperar prodigios. Porque el arte es, entre muchas otras cosas, prestidigitación, taumaturgia. Como la magia es, a su vez, un arte.
Hacer brotar cosas “de la nada”, asumir los atributos de Dios –o siquiera de un avezadísimo demiurgo–, ¿no es el acto creativo y artístico por excelencia? Sobre un lienzo, un pentagrama o la página vacía que tanto angustiaba a Mallarmé, surge de pronto algo inédito. Una forma, una sonoridad, unos cuantos fonemas o vocablos, acaso una rima.
A partir del momento en que el director técnico deviene la principal figura de un equipo, el juego se hace más calculador y “profiláctico”. El verdadero jugador es el técnico: los futbolistas no pareciesen tener más volición y autonomía que los trebejos en una cuadrícula de ajedrez.
Quien los manipula es el ajedrecista. El fútbol deviene en un juego cerebral. El técnico gana o pierde los partidos en su pizarra. Los jugadores se limitan a ejecutar sus instrucciones. El coeficiente de creatividad, la facultad improvisatoria del jugador, cuentan menos. Mejor un futbolista “cumplidor” que repita las líneas para él pautada, que un imprevisible, mercuriano taumaturgo capaz de insólitas maniobras. Un dócil y bien entrenado halcón por encima de un colibrí o un ruiseñor, todo fugacidad, canto, vibración. ¡Cuántasveces he visto creadores de juego excepcionales, sacrificados por jugadores “burocráticos”, “funcionarios” que jamás ejecutarán una jugada fulgurante, pero que sostienen el esquema propuesto por el técnico! El futbolista es, en esencia, un performer. El jugador que sale al terreno ante 100.000 espectadores, el artista que presenta su trabajo: los isomorfismos son sorprendentes. El fútbol tiene componentes del show business, de las artes escénicas (música, teatro, danza). El individuo se propone ante un público que se ha congregado para verlo jugar. Resulta inmensamente significativo que en francés, inglés y alemán, se hable de jouer, to play o spielen –es decir “jugar”– para lo que en español llamamos, chatamente, “tocar” un instrumento musical. En el caso de las artes dramáticas, un actor joue, playsospielt el papel de Hamlet, por ejemplo. La dimensión lúdica del arte queda con ello bien establecida: el piano es algo que “se juega”, como se juega un deporte.
Analogías profundas
Se esperan del músico, como del futbolista, varias facultades comunes. Una: crear un diálogo íntimo, directo con su público. Dos: seducir. Tres: mostrar solvencia en una serie de destrezas específicas. Cuatro: virtuosismo. Quinto: darlo todo en la faena, no administrar avaramente sus recursos. Sexto: la valoración positiva de la crítica. Sétimo: inspiración, creatividad, capacidad de improvisación: en la mitología lorquiana, “musa”, “ángel” o “duende”. Octavo: la capacidad para resolver in situ y sobre la marcha una serie de imprevistos e inexactitudes, de condiciones adversas. Noveno: no derrumbarse tras un error, no permitir que un gazapo lance al músico-futbolista en una espiral de pánico. Décimo: cumplir, cualquiera que sea la circunstancia vital que atraviese. La gente paga un tiquete para ir a disfrutar con la música o vibrar con un partido de fútbol: si al pianista o futbolista se le murió la mamá el día anterior, es cosa que al público le tendrá sin cuidado: the show must go on. Contra el futbolista conspirará el equipo rival: cada adversario hará todo lo posible para deshacer lo que el jugador proponga en el terreno. Es lo propio de toda actividad competitiva. El futbolista no solo debe vencer sus propios nervios, los demonios del autoboicot, su propia sombra (un enemigo endógeno, un fantasmaquenos habita a todos), sino sus rivales objetivos, exógenos, que están ahí para obstruir su trabajo de construcción. El músico debe también autovencerse, disciplinar los endriagos que, desde el fondo de su ser, pueden inducirlo a derrotarse a sí mismo. Conozco muchos músicos talentosos que jamás lograron vencer su propia sombra. Alguna vez Sócrates dijo: “jugamos al fútbol para que no nos olviden”. Es más la reflexión de un artista preocupado por su legado, que de un deportista. Nadie que vio jugar a Sócrates lo olvida. Como no olvidamos a esos grandes futbolistas que hicieron entrar el deporte en el dominio de la belleza pura.