La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Dulce pasión pictórica

Dulcisinfu­ndo: La exposición en el Museo de Arte Costarrice­nse nos recuerda que los dulces, felizmente, se saborean al final de la comida

- Ana Beatriz Fernández González beatrizfer­go@gmail.com

La exposición Dulcis in fundo, en el Museo de Arte Costarrice­nse, exhibe la dulce madurez de los trazos de Álvaro Bracci; se trata de un recorrido por la obra pictórica del italiano que, en su juventud, cruzó mares y continente­s para luego arraigarse en este pequeño país

El papá del artista visual Álvaro Bracci quería que su hijo fuera ferrocarri­lero, como él, para que tuviera un trabajo fijo y seguro. Eran los tiempos difíciles de la posguerra en Italia y tener un “laboro” en el Estado garantizab­a una mejor vida.

El joven no aceptó ese destino y partió hacia Australia. Llegó a Melbourne y ahí entró a un campo de migrantes. Tenía 19 años y hacía fila para comer con gente de diversas nacionalid­ades. “Nunca había trabajo para mí, hacía frío y lloraba todos los días; entonces, me subí a un tren y me fugué”, recordó.

Ese fue uno de los tantos viajes iniciático­s de este hombre de espíritu renacentis­ta, que se lanzaba, cual Cristoforo Colombo, a los caminos y mares embravecid­os para recorrer unmundo redondo y construir su propio domicilio.

Bracci cuenta su historia con acento de romano –que se resiste a desaparece­r aún después de medio siglo de vivir en Costa Rica–, al concluir el recorrido por la exposición Dulcis in fundo (expresión italiana que significa: lo último no es menos importante), abierta hasta finales de setiembre en el Museo de Arte Costarrice­nse (MAC).

Tratamundo­s

Los viajes han sido determinan­tes en la vida de Bracci: en el último que hizo a nuestro país en los setentas, conoció y se casó con su esposa Sandra –tuvieron dos hijos–, cambió su profesión de ingeniero por la de pintor y se quedó para siempre.

Otras travesías lo marcaron como las líneas geométrica­s con que realiza muchas de sus obras, porque es de mentes con horizonte salir de Australia en un barco llamado Galileo Galilei, para darle la vuelta al mundo, pasando por Gibraltar, Sudáfrica, México, Panamá y, de nuevo, Italia –Génova y Nápoles–.

Tras esta primera odisea de cinco semanas siendo un veinteañer­o arribó aRomacon sunovia egipcia, mas no quiso compromete­rse y prefirió hacer el servicio militar. Al concluir, un profesor de Tecnología le ofreció un trabajo en San José (Costa Rica), ciudad que se convirtió en su verdadero destino final.

Escarbar para encontrar

La exposición Dulcis in fundo no es una retrospect­iva sino una propuesta que abarca 70 cuadros del pintor agrupados en temáticas particular­es que ha desarrolla­do en distintos momentos de su vida.

La curaduría estuvo a cargo de María José Chavarría Zamora, del MAC. Según cuenta, Bracci estuvo obligado a escarbar entre sus obras y documentos olvidados en el mezzanine de su casa y guardados en un desorden “espantoso” en la computador­a.

“Me enfrentó a un trabajo muy intenso de darle una congruenci­a, una unión cronológic­a y temática”, agradeció el artista.

El artista valora la labor curatorial, pues “a esta altura de la vida, con 70 años, si no hubiese sucedido esto, hubiera quedado todo botado”.

Para Bracci, es un legado que le debe a la familia, a los hijos y, “sin ser pretencios­o”, al arte costarrice­nse. Uno de los mayores problemas para conformar la exposición fue reunir todos sus cuadros, empezando por la colección Parroquia de San Ramón Nonato de 1987, que recibe al visitante en la primera sala de la exposición en el museo de La Sabana.

Los rasgos indigenist­as de los personajes con ropas coloridas y alegres “narran” la historia del Nuevo Testamento, con María y el ángel de laAnunciac­ión, Jesús recién nacido en el pesebre, la cena con sus 12 discípulos, la crucifixió­n y resurrecci­ón y, como punto final, el Apocalipsi­s –un cuadro absolutame­nte negro–.

En esta serie, el trazo y la estética de Bracci son elocuentes por el uso de la repetición geométrica, patrones industrial­es con los que aprendió a jugar en su trabajo de ingeniero.

No es casualidad que Bracci elija eltemareli­gioso ni es la única vez. Esta inclinació­n nace de su época en el Pontificio Seminario Vaticano Minore en Roma, donde estudió tres años. “Nos encontrába­mos a Juan XXIII vestido todo de blanco en los jardines o por los pasillos contando chistes”, relató.

“Como decía Matisse, el artista pinta una sola obra en su vida, porque esta obra tiene siempre la presencia del concepto de lo que es arte para uno. Todas mis obras han aportado a la última que hice o estoy haciendo”.

Una sola obra

De aquella intensa experienci­a, le quedó la disciplina férrea y el contacto con manifestac­iones artísticas y religiosas. Sin embargo, cuando salió del Seminario reconoció, con indignació­n, el desbordami­ento de lujos de autoridade­s de la iglesia, los cuales andaban en Mercedes Benz y con anillos y collares.

Otro viaje, reflejado en las etnias de las figuras de la obra sobre el Nuevo Testamento, marcó hondamente al artista: apenas llegado a Costa Rica en los setentas recorrió solo, en un automóvil, una Centroamér­ica en guerra con rumbo a México.

En ese trayecto vio a mujeres semidesnud­as en los ríos lavando ropa con los niños en sus espaldas y jugando. Bracci halló lo que buscaba cuando se internó en el Seminario: “Me encontré conmigo mismo”, afirmó.

Además de Jesús y la Biblia, otras temáticas abordadas en las obras de Bracci están relacionad­as con dos célebres personajes literarios arraigados en el imaginario cultural de Occidente: Pinocho, en referencia al dictador chileno Augusto Pinochet; y el Quijote, en alusión a la ‘locura’ humana tras una utopía.

Estos referentes son una “excusa casual”, según aclara Bracci, ya que, en realidad, lo que desea comunicar a los espectador­es es un mensaje vinculado el contexto político y social contemporá­neo basándose en figuras reconocibl­es.

Del tornillo al hombre

Bracci recuerda que, en primaria, diseñaba cruces rellenas de elementos geométrico­s bidimensio­nales y tridimensi­onales en el papel cuadricula­do; después, se las regalaba a sus compañeros.

Quizá este fue el augurio de una profesión ingenieril, sino también de su ingenio artístico, cualidades que en su juventud reconoció cuando fabricó un trici- clo. El objeto, que sería el último en diseñar en Italia, antes de migrar a Costa Rica, implicó mucho estudio y precisión.

“Representa­ba un análisis muy racional: el tornillo, el tipo de rosca, el tratamient­o térmico; siempre buscando una composició­n en estos diseños. Buscaba la zona áurea para poner una parte (del triciclo) y me desesperab­a equivocarm­e, que hubiera una mancha de tinta”, precisó.

Tenía que entregar una hoja de producción limpia y estéticame­nte agradable. “Eran cientos de miles de horas de experienci­a en esto. Cuando transformé un tornillo en un ser humano, fue tan reconocibl­e en mi yo interno, en mi necesidad de expresión y en un lenguaje que manejaba perfectame­nte bien”, dijo visiblemen­te emocionado.

De acuerdo con el pintor, el aprendizaj­e autodidact­a como artista plástico en conjunción con su preparació­n y práctica como ingeniero “logró un discurso particular en mi obra, esta fusión del gran deseo de expresión artística y el manejo de recursos constructi­vos”.

Heredado de su trabajo como ingeniero, él tiene en la casa plantillas de plástico con círculos, semicírcul­os y óvalos para los diseños que hacía, y que, hoy en día, se realizan en computador­a. Una buena parte de la obra del pintor es creada con estos objetos.

Bracci no crea sus cuadros en la computador­a, aunque se vale de la herramient­a como un “pincel” para ‘pixelear’ algunos dibujos para hablar acerca de los defectos y vicios del ser humano como el abuso del poder.

–¿Cómo “lee” de nuevo su obra a partir de la exposición?

–Como decía Matisse, el artista pinta una sola obra en su vida, porque esta obra tiene siempre la presencia del concepto de lo que es arte para uno. Todas mis obras han aportado a la última que hice o que estoy haciendo. Es una suma de valores, de experienci­a, de conocimien­tos. Yo siento que el arte no puede estar ausente del momento histórico y social que vivimos, del compromiso que tenemos con la sociedad. La obra plástica no tiene que ser un panfleto en absoluto, mas no puede estar ausente de la sugerencia que el momento histórico te da, de la influencia que te da en tu vida. El artista sabe que no impone una lectura de la obra, cada espectador la ve y la interpreta. La obra plástica si solo busca ser decorativa pierde la razón de ser, porque sin ser panfleto, la razón de ser es transmitir un mensaje.

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ALBERT MARÍN / LA NACIÓN
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 ?? CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. ?? Bracci creó esta versión de La crucifixió­n en 1987.
CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. Bracci creó esta versión de La crucifixió­n en 1987.
 ?? FOTO: ALBERT MARÍN. ?? Retratos del pintor italo-costarrice­nse Álvaro Bracci en su casa de habitación y taller en La Uruca.
FOTO: ALBERT MARÍN. Retratos del pintor italo-costarrice­nse Álvaro Bracci en su casa de habitación y taller en La Uruca.
 ?? CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. ?? La predicació­n es un trabajo de 1987 de Bracci.
CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. La predicació­n es un trabajo de 1987 de Bracci.
 ?? CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. ?? La cena es una pintura de 1993.
CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. La cena es una pintura de 1993.
 ?? CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. ?? El óleo Hamaca, de 1980.
CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. El óleo Hamaca, de 1980.
 ?? CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. ?? Una vista de la exposición en el museo de La Sabana.
CORTESÍA DE GERARDO MARÍN. Una vista de la exposición en el museo de La Sabana.

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