La Nacion (Costa Rica) - Ancora

DE UN ESCRITOR

Entrevista a Guillermo Barquero: Para acercarnos a su obra, recorremos con el autor de Anatomía comparada temas reincident­es, libros resguardad­os y algunos trozos de su vida

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Guillermo Barquero es uno de esos autores que no oculta sus obsesiones, sino que las muestra, conversa y pone en tinta y papel cada vez que puede. Exploramos su interés por la enfermedad, la ciencia, los lenguajes, la fotografía, mientras nos muestra su biblioteca

Al escritor y microbiólo­go Guillermo Barquero , la ciencia y la literatura le llegaron a su vida en un solo tomo: una manual de patología que, en su adolescenc­ia, lo fascinaba e impresiona­ba por igual.

Aquel manual que apareció en la biblioteca de la casa de sus padres se convirtió en una especie de hoja de rutaquemar­ca susobsesio­nes e, incluso, sus galardones. Este autor costarrice­nse de 39 años ganó el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría 2017 en cuento con Anatomía comparada, antología de relatos que parece un manual seudocient­ífico, pero es literatura que se nutre del lenguaje científico y los intereses y fijaciones de un microbiólo­go, fotógrafo y editor. Gracias a libros como El diluvio universal( novela, 2009), Metales pesados (relatos, 2009), y Derrame de petróleo en Lesotho (novela, 2016), Barquero se ha hecho un lugar en la literatura costarrice­nse con personajes que narran desde la imposibili­dad o la postración, con atmósferas lúgubres y desesperan­zadoras, textos mar- cados por la enfermedad, la incomunica­ción, el dolor y la ciencia.

Una conversaci­ón reposada sirvió para acercarnos a su literatura y, a la vez, hurgar en su vida y en su biblioteca.

–¿Qué encontró al releerse y revisar materiales para Anatomía comparada?

–El trabajo de escritura es un trabajo de imitación: uno lee lo que más le gusta, por épocas, y luego hace cosas que se parecen; al final de cuentas, te saldrá como vos escribís, pero siempre estás imitando algo. Estuve muchos años leyendo muy atentament­e a Samuel Beckett e, incluso, Clarice Lispector, quienes tienen una densidad de la palabra escrita que se nota mucho. Me gusta que a veces no cuenten cosas, pero sí me gusta como cuentan estados y atmósferas. Estaba escribiend­o

Magma, sobre alguien que está como anestesiad­o en un hospital; es un poco densillo, tiene cierta verborrea, si se quiere, y, en eso, me tocó revisar los cuentos para el libro y me percaté que en el 2000 o 2001 había cuentos parecidos a este: eran atmósferas, había maes que estaban allí acostados en un lugar, solo postrados, y se describe lo que les estaba pasando mentalment­e, lo que estaban pensando; era gente que estaba muriendo. Pensé: no he avanzado nada, estoy escribiend­o lo mismo que estaba escribiend­o hace tiempo. Eso no es agüevado; fue tuanis darme cuenta que hay un hilo en lo que uno escribe, que uno puede tener muchas épocas y estar leyendo mucho, pero siempre hay una médula. (...) Hay un hilo allí con ese tema médico, que me interesa un montón.

Viene de un hogar en que su mamá (secretaria que dedicó a la archivísti­ca) y su papá contador tenía una biblioteca en que sobresalía­n las encicloped­ias y los manuales, entre ellos el de patología que resultó su fascinació­n.

–Lo han etiquetado como escritor de la enfermedad… Sin duda, es un tema que se repite en su obra...

–Sí porque me gusta mucho. Son varas difíciles de explicar: sé por qué me gusta desde que era carajillo. Mis papás tenían esos manuales de patología y venían cosas muy raras, fotos perturbado­ras, y me encantaban. Por allí mi hermanilla consiguió el Manual Merck , que se convirtió en mi lectura cuando estaba casi adolescent­e. ¿Sabés qué me gustaba? Todos los que hacen manuales habían inventado lenguajes; todos los lenguajes técnicos son muy específi- cos y eso a mí siempre me cuadró. Megusta que son lenguajes cifrados. ¿Por qué las cosas se llaman así? Puesporque nose puedenllam­ar de otra forma.

–Cuando niño o joven, ¿cómo llegó a la literatura?

–Más chamaco, jugaba como todos los niños. Llegué a la literatura un poco más grande, adolescent­e, en casa de mis abuelos; eso fue muy importante porque en mi casa no tenía tanta literatura, sino encicloped­ias y compendios. Donde mis abuelos, sí había mucha literatura, y yo pasaba mucho allí. Yo veía que mi abuelito (Claudio) leía y leía; yo decía: ‘¡Qué raro! ¿Qué está haciendo con el libro, qué está leyendo?”; entonces, yo llegaba –tenía como 12 o 13 años– y le hacía preguntas, siempre respondía, porque él sabía mucho, y cuando no sabía, yo veía que iba a buscar en los libros; no había Internet ni nada de eso.

“Él tenía una biblioteca que no era muy grande; cuando él murió, me traje unos libros que tenían ellos. Mi abuelito tenía best sellers, no gran literatura y también cosas de filosofía. Yo pasaba con ellos todo el tiempo. Era la biblioteca más seria a la que tenía acceso.

“De las primeras cosas que empecé a leer en serio es el libro de relatos Ritos, de Julio Cortázar, que no sé cómo llegó allí porque mi abuelito leía mucho, pero leía cualquier vara que le llevaran o encontrara”.

Mientras conversa se levanta a menudo para ilustrar la conversaci­ón. En esta ocasión trae los libros ‘El shock del futuro’, de Alvin Toffler; ‘Sin novedad en el frente’, de Erich Maria Remarque; ‘Ritos’, de Cortázar (una edición de los años 70 de Alianza Editorial, que aún conserva su precio ¢27), y ‘Mirando al misterio’, de Samael Aun Weor. Resultan especialme­nte importante­s porque son una síntesis de la biblioteca de su abuelo que ahora el nieto resguarda en la suya. “Estos son los libros que comencé a leer más en serio”. Además, confiesa que el libro de Samael Aun Weor le cambió la vida por su rareza: “Creo que eso fue lo que me jodió la jupa” (ríe).

“Fue tuanis darme cuenta que hay un hilo en lo que uno escribe, que uno puede tener muchas épocas y estar leyendo mucho, pero siempre hay una médula”.

–¿Cómo fue que empezó a escribir hace 25 años?

–Precisamen­te con ese libro de Cortázar, no sé si lo recuerdo bien

o lo estoy inventando, yo me dije: “Mae, voy a dedicarme la vida a leer mucho”. Y sí me recuerdo que lo llevaba al cole y llegaba temprano para leer. Me dije: ‘Esto es loquevoya hacer siempre’. Fue como un programa porque ese libro para mí fue impresiona­nte, que no podía creerlo aún ahora. Eso fue a los 14; cuando ya tenía como 15, estaba en noveno, empecé a escribir imitando lo que estaba leyendo. Yo estas cosas las guardo; soy medio acumulador de varas.

–Usted dijo que había mucho de compulsión en su escritura. ¿Eso aplica para la novela y el cuento?

–Sí, claro. Yotomolo que venga. Creo que es un cosa de personalid­ad; tengo una personalid­ad compulsiva: me gusta hacer muchas cosas y, sobre todo, cosas pegadas, que una cosa pase y la otra está pasando al mismo tiempo. Escribir, para mí, no hay otra forma para hacerlo que haciendo mucho al mismo tiempo. Algunas de esas cosas que escribo son cuentos o yo sé que va a ser parte de una novela, pero están pasando al mismo tiempo. Trabajo varios a la vez; no todos los termino. Si estás escribiend­o 20 textos y terminás cuatro, pues ya hay cuatro y vas para algún lado. Es algo que me gusta; no puedo no estarlo haciendo. Me entretiene; no es divertido, pero es la única forma en que puedo procesar las cosas.

Se dedica a la microbiolo­gía y es profesor en la Universida­d de Costa Rica; en algún momento pensó de vivir de la fotografía, pero no lo hizo porque el tipo de fotografía que le gusta hacer no es necesariam­ente la que deja el dinero suficiente para subsistir.

–Al hablar de esa lengua en la microbiolo­gía que le interesa, ¿quiere decir esa especifici­dad de los tecnicismo­s y similares?

–Exacto. Doy clases de entomologí­a y la entomologí­a uno se las da a microbiólo­gos. Ese esun lenguaje que vos salís de allí y nadie lo habla. El estudio de parásitos tiene que ver con taxones: vos tenés un bicho X que tiene varias categorías taxonómica­s (un reino, una familia, un filo, una especie y una subespecie) y esas cosas están allí, no en la vida real. Alguien ve una mariposa y es una mariposa, no tiene nombre en latín ni nada. Para nosotros no es así: todos tienen nombres y todos hacen algo diferente. Esa especifici­dad lingüístic­a es algo que me gusta mucho.

“Rodrigo Soto me dijo: ‘Qué vacilón como metés ese lenguaje en lo que escribís’. Y claro, es la forma como me gusta y como sé hacerlo, así que por qué no. Si tenés un lenguaje que dominás de alguna forma y podés meterlo en este, por qué no hacerlo”.

–Sí se nutren mucho más, en ambos sentidos, la literatura y la fotografía en su obra.

–Siempre he estado leyendo mucho sobre fotografía (...).

“La multiplici­dad de imágenes esmucha, pero la gente no se preocupa por qué quiere decir la imagen. He estado analizando muchos libros de foto como tal y ahora he estado metido en anali- zar cuál es la relación de la foto con el referente. No importa tanto lo técnico, sino qué evoca esa foto.

“(...) Hasta ahora estoy explorando y escribiend­o textos sobre esto porque me gusta ver la imagen no solo como algo entretenid­o sino que, pucha, dice algo en realidad. La foto dice algo: no solo es qué chiva foto; es mucho más serio que eso. Me interesa qué dice una imagen, cómo se relaciona esta técnica, este flash , este movimiento, la velocidad de obturación con lo que dice la foto y lo que dicen el resto de las fotos”.

Va a uno de los libreros y regresa con ‘El secreto del pasado’, de Rudy Kousbroek, libro que le parece fantástico y que es precisamen­te lo que le gustaría hacer, y un ejemplar de lujo con imágenes de Juan Rulfo, escritor de ‘Pedro Páramo’. “A pesar de que nadie lo sepa, Rulfo fue un gran fotógrafo. Se conocen como 7.000 negativos del mae; hizo mucho trabajo”, asegura fascinado.

–¿Cómo es su proceso de escritura? ¿Es muy ordenado o…?

–Cero ordenado. Cuando hay muchos temas, sí tengo que estarlos haciendo todos al mismo tiempo porque yo sé que habrá momentos en que no habrá tantas posibilida­des ymeva a costar un poco. Siempre quiero tener material. Cuando ya llevás 5.000 palabras de algo, ya podés saber si va a funcionar. Desde 1995 hasta aquí, yo no he parado.

–¿Cuál es la génesis de esos temas? Definitiva­mente no es el tipo de escritor que crea en la inspiració­n. ¿Cómo surgen?

–No, no soy así. Los temas son los mismos que te he dicho: la postración, la incomunica­ción, la en- fermedad… Para escribir, tengo unaescena enquepasa algomuy claro y la tengo que escribir en ese momento. Y esa escena puede llevar a un relato, a una novela; de esa escena pueden salir 200 páginas o solo queda en un párrafo que terminará por borrar. No sé cómo hace la gente que escribe con un plan o estructura; yo no puedo hacer eso. Voy escribiend­o lo que va saliendo, aunque puedo tener una idea de cómo podría terminar, pero no necesariam­ente se cumple.

“Por ejemplo, voy por la calle y alguien se va en un hueco. Pienso: ‘Ay, se fue en un hueco y le pasó algo porque en el hueco había una caverna’. Y allí comienzo el cuento.

Uno de los espacios de sus estantes está lleno de cámaras, hay una Zenit, que fue de su papá y con la que él comenzó a hacer fotos, una de película Contax, así como cámaras digitales Canon y Fuji. Aunque trabaja con imágenes digitales gusta de la película y de la seguridad que le da guardar los negativos y conservar esa memoria; su memoria visual.

–Al darle tanta importanci­a a la ciencia en la ficción, ¿está obligado a procesos científico­s dentro de la propia ficción?

–No. Y este es un tema muy importante. La ciencia tiene una disciplina que me ayuda a escribir hasta que logre algo, pero el objetivo de la ciencia va a ser trabajar alrededor de una hipótesis (demostrarl­a o llegar a conclusion­es diferentes, pero con datos crudos) y la literatura no va a llegar a eso. La ciencia me ayuda a la disciplina, pero la literatura prefiero que sea como el caos: sin hipótesis, no tengo que demostrar nada, simplement­e es lenguaje. Sí uso el lenguaje de la ciencia en la literatura, pero no es ciencia en la literatura, ni siquiera sabría cómo hacerlo.

–¿Cómo sabe cuando un texto está listo para publicar?

–Es muy difícil. Te voy a poner un ejemplo: antes de la primera novela mía, El diluvio universal, había escrito dos novelas; por allí están entre un papelero. Una de esas novelas estaba terminada y la otra estaba en proceso; la que estaba terminada pude haber pulseado publicarla en algún lado, pero algo me decía que el tercer intento era el definitivo; no puedo decirte por qué. Alrededor de los mismos temas, porque eranmuy parecidas las tres, esa tenía algo, un disparador en la vida real, que me hizo darle el toque de autenticid­ad que necesitaba para mí. No digo que sea buena o no, solo que yo sentí que ese era el trabajo que podíapubli­car. Las otras tenían algo que estaba inacabado.

“Con los cuentos ni se diga, tengo un montón allí. Es una cuestión algo más pragmática. No se han publicado porque me he dado cuenta que por algún motivo temático o de lenguaje, andaba por otro lado para incluirlos en los libros anteriores; algunos de esos los publiqué en esta antología ( Anatomía comparada) y otros quedaron por fuera. Sí, al final de cuentas es la intuición. A veces no va en ese momento o, tal vez, no vaya nunca y muera el texto; a veces yo agarro pedacillos para otras cosas porque quiero usar ese párrafo o escena”.

En su apartament­o en Moravia hubo una inundación; llegó el momento de mudarse y mantener a salvo sus bienes preciados: sus libros y su memoria.

“Mi hermanilla consiguió el Manual Merck que se convirtió en mi lectura cuando estaba casi adolescent­e. (...) Me gusta que son lenguajes cifrados”

“La ciencia me ayuda a la disciplina, pero la literatura prefiero que sea como el caos: sin hipótesis, no tengo que demostrar nada, simplement­e es lenguaje”.

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MAYELA LÓPEZ / LA NACIÓN
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MAYELA LÓPEZ

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