La Nacion (Costa Rica) - Ancora
Cinco ventanas a la nueva novela
Estos son fragmentos del texto que Daniel Gallegos Troyo dejó listo antes de morir y que se presentará esta semana
“La vida de Conrad continuaba seduciéndome. No sabía si ese era el propósito de mi amigo o si era un deseo de redención de parte suya, pero lo mismo podía pensar de Consuelo. Yo era receptor de la vida de ambos y continuaba fascinado con sus relatos. Creo que los dos sabían escoger el momento y el sitio apropiados para hacerme partícipe de sus vidas.
–Cuando uno llega a una edad como la mía y el deterioro es evidente –me dijo Conrad en un tono dulzón–, repasar la vida es uno de los medios de entretenerse ante lo inevitable. Tengo que confesarte que he tenido una gran suerte de tenerte como amigo, quiero decir un amigo cercano, sobre todo porque has tenido la generosidad y la paciencia de escucharme.
–Lo hago con gusto –le respondí pensativo– y te envidio porque tu vida ha sido vivida plenamente, tienes que admitirlo, pese a cualquier circunstancia que te haya hecho sufrir. No te podría decir lo mismo de la mía. Nada extraordinario ni especial tendría para contar.
–No lo creo, querido amigo. Estoy seguro de que hay algo muy importante en tu vida. Quizás algo que has querido olvidar.
–Sí, es cierto, Conrad–. Después de una pausa, agregué–: El miedo a ser feliz. La puerta que no abrí.
Conrad me miró fijamente y sonrió.
–Es algo que compartimos.” (página 95)
“Mi asociación con Julian también significó la desaparición definitiva de Consuelito Durán en el pasado. Ahora yo era Madame Consuelo Alberne y lo disfrutaba inmensamente. Mi nueva posición en la galería de la Place de Vosges fortalecía esa nueva personalidad. El ambiente en que me desenvolvía fue otro gran aprendizaje, mientras aprendía a dominar, como dicen los franceses, mi “métier”, y me hacía conocida en el gran mundo del arte.
El grupo de amigos de Julian, que también me había adoptado, fue otra gran escuela. Conocí a gente no solo de las artes plásticas sino también relacionada con el cine y el teatro, ya quemuchos de ellos trabajaban como escenógrafos en esos campos. La música clásica fue otro de mis grandes descubrimientos. Tenía una compañera de la galería que amaba la música y con ella también fuimuchas veces a escuchar conciertos a la Salle Pleyel, donde una noche vi por primera vez al afamado director Viktor von Bulow, que dirigía la Filarmónica deParís. Dirigía el concierto para piano n ° 5, en mi bemolmayor, op. 73: El Emperador.” (página 113)
“–Hay un contraste muy grande entre tu vida actual y tus años en Hollywood– le dije pensando en la imagen que me había hecho de él y de su vida en California.
–No hubiera llegado al punto en que me encuentro de no haber vivido esa etapa. –¿Y cómo definís ese punto? –La paz que he logrado conquistar de saber quién soy y a quién pertenezco. Hollywood me dio todo lo que mi ego reclamaba de mi persona: éxito, adulación, indiferencia a todoaquello que no fuera en mi propio beneficio. El lugar lo propiciaba. Hollywood y su cine son una industria importante que tiene sus particularidades. Una de ellas es la creación de imágenes de seres humanos y situaciones ficticias que se venden como entretenimiento y te alejan de la realidad. Es una fábrica de sueños, como suele decirse, pero la verdad es que tampoco está muy distante de cualquier otro medio en que el ser humano es seducido por el sueño del poder, el dine- ro, la fama y la adulación: en otras palabras el triunfo del ego. Es lo que la religión hindú llama maya, el velo de la ilusión, que no le permite al ser humano ver la verdad de lo que realmente es.
Sin embargo, Hollywood también cambió mi vida en direcciones opuestas y rompió el velo delmaya, con el encuentro de toda esa gente maravillosa de la que te he hablado. Como dice Consuelo, en el camino se van uniendo los hilos, solo hay que buscar las pautas.” (páginas 239-240)
“Dejé el monasterio apenas se puso el sol, acompañado de un monje que debía guiarme hasta la parte menos peligrosa del descenso al valle; de ahí en adelante continué solo. En una parte del camino me dispuse a descansar por un momento debajo de un arbusto solitario, desde donde podía admirar el imponente paisaje desértico de la mística montaña. Estaba exhausto por la larga caminata y al poco rato caí en un sopor que me llevó a un estado de duermevela. En una especie de trance, comenzaron a desfilar imágenes de rostros muy queridos que me daban la mano y sonreían. Eran momentos de mucho amor. Pude identificar a algunos, pero no eran los rostros solamente, sino momentos, porque esos rostros también parecían fundirse en uno solo. Oí claramente una voz que me decía: He aquí a tu gurú.
Sí, era mi gurú el que me tendía la mano. Entonces comprendí que todas aquellas personas que en la vida me habían tendido la mano, que me brindaron su ayuda con amor y compasión, habían sido mi gurú. Y yo, a la vez, tendría que ser el de todas aquellas personas a quienes pudiera ayudar. Todo esto pasaba por mi mente mientras contemplaba aquel espectacular panorama de prístina majestuosidad donde comprendí que en la naturaleza también está el espíritu de Dios. La pertenencia se extendía a la familia humana y a la naturaleza como milagro de la creación.” (páginas 242-243)
“Esa parte de mi vida que yo llamo mi proceso de sanación tuvo resultados sorprendentes. Si bien mi aspecto físico había cambiado, mi espíritu gozaba de una paz de la que yo nunca antes había disfrutado. Te puedo decir que vivía una alegría interior. Sabía dónde estaba mi pertenencia. En todos mis viajes, especialmente en los sitios sagrados que visité, en India, Jerusalén, diversos centros religiosos, bien entendido, el mensaje es el mismo: Dios en el judaísmo, Dios en el cristianismo, en el budismo, en el sufismo. En todo lugar, porque esta tierra en que vivimos es el templo de Dios. Ese gozo que ha transformado mi vida es difícil de expresar en palabras. Es un sentimiento muy íntimo y personal, simplemente el resultado del amor que recibes y eres capaz de dar.” (páginas 244-245)
“Dios no es ya persona ni intervalo, sino la grandiosidad del cosmos entero. Y en esa actitud de encuentro con un orden universal, Conrad Farrell descubre las claves de la pertenencia”.