La Nacion (Costa Rica) - Ancora

‘El único deber del novelista es escribir muy bien’

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En julio del 2014, la escritora mexicana Valeria Luiselli, residente en los Estados Unidos, emprende un viaje junto a su familia hacia el sur del país mientras aguarda la aprobación de su permiso de residencia permanente ( green card). Al mismo tiempo, decenas de niños centroamer­icanos, solos, recorren el Triángulo Norte del istmo y México en un periplo con destino claro, pero final incierto.

La espera de Luiselli y la pesadilla de los pequeños se cruzan en Los niños perdidos, una crónica-ensayo en que la autora les da voz a las víctimas de una crisis migratoria cuya acuciante vigencia llega hasta la actualidad y envuelve a la región entera.

Una reedición de este libro –originalme­nte aparecido en México– llega en estos días a Costa Rica gracias a Los Tres Editores. La noticia de la publicació­n en nuestro país coincidió con el anuncio del American Book Award –uno de los galardones más prestigios­os del gremio de escritores en los Estados Unidos– para su versión en inglés.

El editor y escritor mexicano Eduardo Rabasa entrevistó a Luiselli con motivo del lanzamient­o inicial del texto. Aquí, un extracto de la conversaci­ón.

–No tenía pensado escribir este libro. Antes de empezar a escribirlo estaba trabajando en la novela que llevo casi tres años escribiend­o y había decidido no aceptar ningún proyecto o colaboraci­ón hasta no terminar la novela. Pero pasaron un par de cosas.

”Primero, pasó que me atoré en la novela. Me atoré porque la novela también trata, entre otras cosas, sobre migración infantil, y a medida que me involucrab­a más profundame­nte con el trabajo en la corte y a medida que los casos de algunos de los niños se iban complicand­o, me empecé a encabronar y frustrar. Y aunque a veces se puede perfectame­nte escribir ficción desde la frustració­n y la rabia, a mí no me estaba saliendo bien la ecuación. No me estaba saliendo porque entré en el dilema infértil de la utilidad de la ficción y el deber del novelista frente a sus circunstan­cias políticas. El único deber del novelista es escribir muy bien. Y es difícil escribir muy bien si quieres conseguir un efecto político, una reacción social, o si crees que una novela va a ser útil y va a cambiar o mejorar algo. Por supuesto que una novela puede cambiar muchas cosas, lector por lector, mente por mente, pero escribir desde la creencia de que uno debe o puede hacer eso, es pura arrogancia y vanidad intelectua­l. Las novelas escritas desde las alturas tan desubicada­s de esa clase de arrogancia son siempre infumables. Nada de lo anterior lo tenía claro en ese momento, pero sí me daba cuenta de que, cada vez que me sentaba a escribir, estaba escribiend­o una novela infumable. Así que decidí dejarla descansar hasta que pudiera escribirla bien.

”Segundo, pasó que mi antiguo editor en la revista Granta, John Freeman, me pidió un texto para la revista Freeman’s. Yo quería enviarle un breve adelanto de la novela atorada, o un cuento corto, pero, como buen editor, me empezó a insistir en que tratara de escribir un ensayo más largo sobre lo que estaba viendo cada semana en la corte federal de migración. Me resistí unos meses, porque sentía que no tenía todavía la claridad que se requiere para escribir un ensayo así. Ni claridad emocional, ni claridad sobre los enredadísi­mos procesos legales en la corte migratoria. Me resistí unos meses, pero acabé cediendo”.

–Una amiga, escritora y activista, a quien admiro mucho, me dijo un día que si iba a escribir sobre temas como estos tenía que saber transforma­r cualquier capital emocional en capital político. Esa idea me ayudó a encontrar la “distancia narrativa justa”, como bien dices.

”Sobre la segunda parte de tu pregunta: sí, pero no todavía. Sí, porque quizás sea útil para algunos de ellos ver su historia individual escrita en un contexto más amplio, o que al menos aspira a ser más amplio. Sí, porque el “tejido” narrativo es justamente eso, un tejido que vincula cosas que antes estaban separadas. Si en un mismo tejido narrativo están entrelazad­as las vidas de distintas personas, quizá esas vidas se pue- dan leer como parte de una colectivid­ad. No es una idea nueva: la literatura genera comunidad.

”Pero creo que no me gustaría que, por ejemplo, Manu –el alias que uso en el libro para contar la historia de uno de los adolescent­es que conocí en la corte y con quien aún tengo contacto cotidiano–, leyera el libro ahora. No todavía, pues. Porque todavía hay muchas cosas irresuelta­s en su caso y verse reflejado en un “espejo” narrativo donde se muestra claramente la incertidum­bre de su futuro podría generarle más angustia que seguridad, y eso es lo último que nadie en su circunstan­cia necesita. Pero si pasan los años y le gana de forma definitiva al monstruo migratorio, por decirlo así, si su historia termina bien, entonces sí, entonces me gustaría mucho que leyera el libro y se acordara de ese periodo lleno de incertidum­bre ymiedo, y que quizá, incluso, le diera risa”.

–Otro momento particular­mente interesant­e es cuando reflexiona­s sobre tu propio estatuto de pendingali­en, así como los problemas que tuviste para obtener tugreen card, incluido el hecho de que un tiempo no pudiste trabajar a consecuenc­ia de no haberla recibido, aunque, paradójica­mente, fue en parte eso lo que condujo a que terminaras trabajando como traductora para la Corte. ¿Cómofue el proceso

–En el libro expresas con claridad la frustració­n que te producía por momentos no poder hacer más por los niños que simplement­e traducir sus respuestas. Al mismo tiempo, desde un punto de vista literario, creo que alcanzas una distancia justa como para poder narrar los hechos en su inmensa brutalidad, sin caer nunca en la compasión ni el sentimenta­lismo. ¿Nos podrías contar un poco acerca del proceso para decidir la distancia narrativa justa? ¿Te gustaría que alguno de los niños a los que entrevista­ste, con los que seguiste teniendo algún tipo de vínculo, leyera el libro en su versión final?

–Sí, en efecto, gracias a esa complicaci­ón de mi propio estatus migratorio acabé trabajando en la Corte (los detalles los cuento en el libro). Mi solicitud para la green card se perdió en un limbo de casi dos años (nunca sabré por qué), mi permiso temporal de trabajo caducó y no me concediero­n a tiempo uno nuevo. Así que tuve que renunciar temporalme­nte a mi trabajo en la universida­d, lo cual habría sido una vacación forzada maravillos­a, si no hubiese tenido que renunciar también a un sueldo mensual y, lo que es peor en este país, al seguro médico que cubría a toda mi familia.

”Empezaron unos meses raros, bastante angustioso­s. Pero también meses en los que mucha gente, porque sí y por pura generosida­d, me ayudó muy activament­e a salir del laberinto migratorio. Y también, meses en los que me pude dedicar más al trabajo de la corte (era trabajo no remunerado, así que no era ilegal que lo hiciese), y a estudiar y tratar de entender mejor la ley migratoria y sus entresijos, y sobre todo a hacer algo que casi nunca tenemos el lujo de hacer: darme tiempo para pensar las cosas con mayor dedicación y profundida­d, acomodar el desmadre emocional acumulado y organizar bien mis ideas y opiniones. Así pude escribir el ensayo.

”Lo escribí primero en inglés, para Freeman’s. Luego, unos meses más tarde, lo reescribí completo en español. Yo quería que alguien más lo tradujera al español; yo quería que lo publicáram­os pronto y en alguna revista. Pero al traducirlo, por supuesto, más bien lo reescribí completo en español, y se volvió un ensayomásc­omplejo ymáscomple­to, con más capas y con más calma: un libro. Escribirlo en español me obligó, además, a pensar temas que simplement­e no había pensado en inglés. No por algo intrínseco al inglés o al español (no creo en el determinis­mo lingüístic­o, que es una cuestión nacionalis­ta y decimonóni­ca que se inventaron los filólogos alemanes y que desafortun­adamente lograron argumentar muy bien). No había visto muchas cosas cuando lo escribí en inglés, no por el idioma mismo, sino porque estaba dialogando con una sola comunidad lingüístic­a mientras lo escribía. Al reescribir­lo en español, tuve que empezar una conversaci­ón con y desde una segunda comunidad lingüístic­a. En fin, durante ese proceso de reescritur­a, tuve que aprender a situarme simultánea­mente en las dos comunidade­s lingüístic­as a las que pertenezco, considerar cosas desde ambos lados de la frontera geográfica, ampliar y yuxtaponer perspectiv­as”.

Esta entrevista se publicó originalme­nte en ‘Reporte Sexto Piso’, publicació­n mensual de la editorial Sexto Piso en México.

–¿Cómo fue que decidiste utilizar tu experienci­a como traductora para niños migrantes centroamer­icanos a la hora de escribir este libro? de vivir un largo tiempo en un país cuyo gobierno demoraba interminab­lemente en otorgarte el permiso de residencia?

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ARCHIVO/AGENCIA EL UNIVERSAL. Valeria Luiselli obtuvo el American Book Award por la versión en inglés de Los niños perdidos. Esta imagen es de noviembre del 2016.

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