La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
Reconstruir con las manos lo que arrancó el agua
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l atardecer, la luz baña las cicatrices de los cerros que rodean a Bijagua de Upala. Entre el verde exuberante de la cordillera de Guanacaste, se asoman grandes surcos cafés que bajan desde sus cumbres hasta sus faldas. La tierra deslavada que falta arriba todavía está abajo.
Los vecinos acumularon el barro en montículos, entre paredes desmoronadas y los esqueletos de los carros que quedaron inservibles. Seca, convertida en polvo, la tierra ha vuelto a ser inofensiva. “¿Sacar el barro? Todavía ayer estábamos sacándolo”, dice Otilio Pichardo, dueño y cocinero de Tilapias Ángel, uno de los negocios más cercanos a la quebrada que arrastró en su cauce a la cabeza de agua del pasado 24 de noviembre. Las secuelas del huracán Otto no llegaron por aire, como la mayoría esperaba. En su lugar, Upala sintió al agua arrancar las viviendas desde el suelo, la vio entrar “como Pedro por su casa” a sus habita- ciones y contaminar todo lo que estuvo al alcance de su fango sucio y maloliente.
Tres meses después, Pichardo y su hijo mayor —Ángel Alexis, de 17 años— caminan por los antiguos jardines de su negocio, con las frentes sudadas por el calor y las uñas sucias. Alrededor suyo están los tres estanques que reiniciarán el negocio.
Antes de la catástrofe, el hijo de seis años, describe Otilio, era el baquiano. Su trabajo era enseñarle a los turistas los 11 estanques de pescado que fueron construyendo a lo largo de 17 años.