La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

Cantinflas

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amina por la avenida central un tipo con los pantalones arriba, bien fajados, con una boina estilo marinero y fuertes lentes de culo de botella; no tiene un pelo en la cara, salvo las cejas y, aún así, es un tipo muy parecido a Cantinflas, pero no tiene esas comillas simples alrededor de esa boca de sonrisa burlona.

Es 1985. San José es la misma ciudad de hoy, pero más simple, tal vez. El tipo, como otros hoy, camina por las calles y compra en las tiendas, habla mexicano, pero nadie lo reconoce. Es como un personaje de película, tiene el aire pero camina como cualquiera, sin menear la cadera, sin volver a ver a cada mujer que pasa. Tal vez.

Así vino al país Mario Moreno, el legendario Cantinflas, y pidió cuarto en el Gran Hotel Costa Rica. Caminó como el humano que era, con sus 74 años a cuestas, tentando a la suerte por la calle y a los que lo pudieran reconocer, que fueron pocos, al principio, y luego fueron muchos, por la obviedad de lo obvio.

Atrapado en la jugada de incógnito, el tipo parecido a Cantinflas le responde a La Nación, que lo entrevistó aquel 27 de diciembre de 1985 que le gusta la “privacía” y que no era la primera vez que jugaba al desconocid­o, pero que también le gusta bastante la fama y, por supuesto, el dinero.

El detalle está en que venía de pasadita y, como personaje de sus películas, hablaba con ministros, como

Danilo Jiménez, el de la Presidenci­a, y con presidente­s, como Luis Alberto Monge, el huésped de la Casa Presidenci­al de turno, que brindó unas cuantas veces con Mario Moreno. Hasta carro oficial del Gobierno le pusieron a la mano. “No me molesta la gente, me divierte pasar inadvertid­o, nada más porque la fama le quita a uno mucha privacía, pero sinceramen­te es muy satisfacto­rio tener fama y dinero”, decía Mario Moreno a la prensa, descubiert­o por el cajero del hotel, uno de esos que él en alguna ocasión imitó en la pantalla grande.

Aunque sus personajes eran siempre del tipo sencillo, de la clase baja trabajador­a, Moreno no dudaba ni un minuto en llamar personalme­nte al presidente Monge, para echarle flores y hasta para acordarse de visitas pa- sadas, al mejor estilo del diplomátic­o que fingió ser en Su excelencia, donde repartía críticas parejo a los rojos y los verdes en lo que simulaba ser una asamblea de naciones como Salchichon­ia y Dolaronia.

“Señor presidente, desde que lo vimos en Puerto Rico no volvimos a saber nada de usted, reciba hoy mi afecto, mi cariño y mis respetos; lo mejor del mundo para usted, señor Presidente”, le decía Moreno a Monge sin mucho rodeo, sin el típico cantinfleo de sus diálogos peliculesc­os.

A tanto llegaba la broma del incógnito, que Moreno aseguraba que ni en el barco que abordó en California sabían que él, uno de los actores mexicanos más famosos del siglo XX, iba ahí.

Pero Cantinflas también vino como su personaje, en visita oficial benéfica, a Costa Rica, no más empezando el gobierno de Luis Alberto Monge, en 1982, cuando cumplió con visitas, cenas, brin- dis con el presidente y hasta el estreno de la película del momento, la de El Barrendero, que puso las entradas al cine cinco veces más caras.

Para esa vez no le salió la broma del tipo desconocid­o que camina por San José y se tuvo que deshacer en besos, abrazos, agradecimi­entos ante muchedumbr­es y participar en actividade­s benéficas, pero también pasó por la Casa Presidenci­al de Zapote, para una visita más personal a Monge, y por El Pueblo, en barrio Tournón.

Los paseos del tipo parecido a Cantinflas, sin el bigotito, se repitieron hasta en cinco ocasiones, quién sabe cuántas burlando a los medios; es más, en la visita del 82 recordó la de 1974, cuando él dio el banderazo de salida a las obras para construir el Parque de Diversione­s. Lo cierto es que, como decía Cantinflas, cuando él estaba en Costa Rica era porque no estaba en otro lado.

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