La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

Aterrizaje­s en pleno ‘boom’

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o hubo violines, trombones ni barítonos. Aquellas habrán sido de las presentaci­ones más silenciosa­s que se recuerden en el Teatro Nacio-

nal. Dos tipos sentados, dirigiéndo­se a un auditorio repleto que solo acudió a eso: a escucharlo­s hablar. Las visitas de Juan Rulfo y Julio Cortázar en la década del años 70 son uno de los sucesos más recordados por la escena literaria del país. Que un escritor llene varias veces el Teatro Nacional se torna hoy casi impensable, pero en aquellos años del boom latinoamer­icano, las llegadas del mexicano y el argentino causaron un revuelo que se extendió más allá de la capa intelectua­l del país.

Ambas visitas se enmarcaron dentro de los esfuerzos del Ministerio de Cultura, dirigido entonces por Carmen Naranjo, por traer a intelectua­les de primera línea para compartir su pensamient­o.

Así lo rememora Carlos Francisco Echeverría, quien entonces tenía 24 años y trabajaba en la división de Artes y Letras del Ministerio. “Recuerdo incluso que Marta Traba, destacada crítica de arte argentina, vino y llenó el Teatro Nacional con sus charlas. Nunca se me olvida un par de muchachas confundién­dola con una cantante, hablando de lo lindo que cantaba Marta Traba, porque veían el teatro lleno”.

*** El domingo 23 de febrero de 1975 aterrizó Juan Rulfo. “En medio de una multitud, irreconoci­do, como él prefiere, Juan Rulfo descendió del jet de Lacsa como cualquier ciudadano común”, describe un pie de foto de La Nación del día siguiente.

La fotografía –un Rulfo serio, de traje entero y con sus inconfundi­bles gafas gruesas– acompaña una entrevista que le realizó el periodista Carlos Morales, quien lo recogió en el aeropuerto y lo acompañó por el resto del día.

Ya habían pasado dos décadas desde la publicació­n de El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), obras que le bastaron a Rulfo para situarse en el canon de la literatura latinoamer­icana. Nadie se guardaba elogios para el escritor de Sayula, Jalisco, quien desde entonces no publicó nada más y quien siempre debió dar explicacio­nes sobre ese mutismo.

“¿Está tranquilo con dos libros?”, le preguntó Morales. “Uno nunca está tranquilo con nada. La vida es una inconformi­dad eterna, lo que pasa es que no pienso mucho en eso”. “¿Es que se ha negado a escribir más?”, insistió el periodista. “No, no. Es más bien falta de tiempo y el problema de tener que trabajar en otras cosas para vivir. También un poco de flojera”.

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