La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
“La alegría de la caída del muro fue increíble. Las personas entendieron que esta no era la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Entendieron que se trataba de un asunto de Derechos Humanos”, asegura Martina.
podías leer todos los libros del mercado, tenías todas las editoriales. Nosotros solo teníamos la editorial del partido comunista y solo se publicaba lo que ellos querían”.
Con los rumores de que el sistema parecía caerse, el estudiantado se emocionó. Todo cambiaría. Todos podrían leer todos los libros que quisieran.
“Era algo impensable. Mi amigo activista del proteccionismo al ambiente tenía una política opuesta al gobierno y ahora podría expresarse, cuando ni siquiera podía estudiar algo así. El compañero que una vez bailó rocanrol y lo mandaron a la cárcel podría tener una nueva vida. Podría estudiar si el país se unificara. Todas nuestras vidas cambiarían”.
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La mañana del 9 de noviembre de 1989, una llamada despertó repentinamente a Martina en Seúl.
Ella tenía 31 años y trabajaba como representante diplomática de Alemania. Era la encargada de prensa en Corea del Sur y, ante lo que escuchó en la llamada, no podía creer lo que había hecho un par de días antes.
Esa misma semana había recibido constantes visitas de periodistas que tenían interés en conocer Alemania. “Yo tuve una suerte porque pensé que lo más interesante que podían conocer era ese Berlín separado”, relata Martina.
Su decisión fue simple: envió a dos equipos periodísticos coreanos, uno a la puerta de Brandemburgo y otro a los pueblos que quedaron separados del muro.
“Envié a los equipos de televisión, por casualidad, justo la noche en que la gente empezó a botar la pared. ¡Ellos pensaron que yo era la única persona que sabía que la caída