La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical
La cata a ciegas que cambió todo
El excursionista Roman Dial sufrió lo indecible cuando su hijo Cody, también aventurero, ingresó a la selva de Osa en julio del 2014... y simplemente, desapareció. Tras dos años de su frenética investigación, los restos aparecieron y se determinó muerte a
Conocido como el Juicio de París,
en 1976 se llevó a cabo una inusitada cata a ciegas en la que los vinos de Francia, reconocidos mundialmente por su calidad se enfrentarían en un duelo inédito a los producidos en California.
El 24 de mayo de ese año,
en la terraza del hotel Intercontinental de París, será recordado como el día que sacudió el mundo vinícola y lo cambió para siempre.
La actividad fue organizada por Steven Spurrier,
un influyente dueño de la tienda de vinos Les Caves de la Madeleine, en París, quien se sorprendía de la buena calidad de botellas que recibía procedentes, en especial, del Valle de Napa, en California.
“Se establecen ciertas reglas dictadas
por los galos para que ellos quisieran participar: los jueces tenían que ser franceses, la cata tenía que ser a ciegas y tenía que desarrollarse en París porque existe un tema de que cuando los vinos viajan, especialmente por mar, pierden algo de su calidad, así que los que tenían que viajar eran los de California”, relata Christian Chaves, gerente de Portafolio de Vinum.
Para sorpresa de todos los presentes,
las mejores calificaciones fueron las obtenidas por los vinos californianos. Incluso uno de los jueces se dejo decir: “este vino es la magnificencia de Francia” y al revelarlo era uno californiano. Un golpe que Francia resiente hasta nuestros días.
Como resultado de este juicio
es que se abre la puerta para los vinos de orígenes no tradicionales y el mundo empieza a fijarse en los productos provenientes de lo que se conoce en vinos como el Nuevo Mundo y que incluye a países como Estados Unidos, Canadá, Uruguay, Israel, China, Nueva Zelanda y Australia, entre otros. Argentina y Chile aunque han tenido por años más cercanía con el consumidor costarricense, también forman parte de esta clasificación.
La historia, efectivamente, da para escribir un libro y hasta guionizar una película. Hasta es posible imaginarse una voz en off en el arranque que, a la luz de lo ocurrido, se agiganta por increíble y premonitoria, al leer las últimas palabras que Cody Dial, hijo de 27 años de Roman, escribió a sus padres en un email, poco antes de internarse en Parque
Nacional Corcovado, en Osa, Puntarenas, a mediados de julio del 2014. “No estoy seguro de cuánto tiempo me llevará, pero planeo hacer cuatro días en la selva y un día para salir. Estaré limitado por un sendero hacia el oeste y la costa del otro lado del camino, por lo que debería ser difícil perderse para siempre”.
“Debería ser difícil perderse para siempre”. La frase le resonaría cientos de veces a su padre, el hoy escritor de 58 años, como lo afirmó en una entrevista con la cadena ABC, ya cuando la desaparición de Cody iba sumando meses y su padre decidió emprender una lucha, más allá de todo esfuerzo razonable, por saber qué había sido de su hijo. Antes de explicar por qué la investigación del padre implicó varios “daños colaterales” que perjudicaron a algunos “indiciados” por supuesta mano criminal en el hecho y al prestigio turístico de la propia comunidad, se impone una reseña de los hechos.
Hasta mediados de julio del 2014, Roman Dial era un nombre prácticamente desconocido en Costa Rica. En cambio, el explorador de National Geographic y oriundo de Alaska, Estados Unidos, era alguien familiar en el gremio de aventureros extremos por su afición al montañismo, rafting y travesías de resistencia, prácticas de las que se enamoró desde muy joven y que luego endosaría a su
El Hijo del Aventurero (The Adventurer’s Son) y que a solo horas de su lanzamiento, el 18 de febrero, alcanzó la categoría de best seller, explica la dinámica de la particular familia desde que los chicos nacieron.
“La infancia siempre es una aventura, pero para los hijos de Dial, Cody y Jazz, esa aventura fue un asunto serio. La familia vivió durante un tiempo en una choza en Borneo, rodeada de plantas de jarra, flores del tamaño de sillas de puf, serpientes voladoras y elefantes del bosque pigmeo. Cuando Cody tenía seis años, Dial lo llevó en su primera expedición: una caminata de 60 millas por la isla de Umnak en las Aleutianas de Alaska, un viaje que desafiaría incluso a mochileros adultos expertos. ‘Quería que este viaje iniciara una vida de aventuras en el desierto compartidas’, recuerda el padre, y así, ante los vientos huracanados y los cruces de agua difíciles, se centró en hacer el viaje lo más amigable posible para los niños”, explica el diario, que agrega cómo Roman incluso les creaba escenarios fantasiosos para evitar que los infantes desarrollaran temor ante la naturaleza extrema.
Los años pasaron y Cody se convirtió, como era previsible, en el compañero de aventuras de su intrépido padre, quien en su libro realiza una descarnada introspección en la que desguasa sus sentimientos desde el momento en que se da la voz de alarma en el país por la desaparición del joven, pasando por el sufrimiento, las dudas, los pensamientos obsesivos, las luchas maratónicas por saber lo que le había ocurrido y, eventualmente, la culpa por haber inculcado en su hijo esa “pasión hermosa pero llena de riesgos” como resumió Roman sus prácticas extremas durante una de las varias entrevistas que le hicieron medios costarricenses tras la desaparición de Cody.
Un extracto del best seller publicado por The New York Times arroja luz sobre la pasión extrema del fallecido muchacho en sus arriesgadas aventuras: “Fue esta naturaleza audaz la que lo llevó a comenzar a entrenar para una expedición al Darién Gap, ‘uno de los lugares más peligrosos de la tierra’: la remota selva entre Colombia y Panamá, plagada de
guerrilleros, narcotraficantes y vida salvaje mortal. Al igual que muchos niños, minimizó los peligros para sus padres, consultó con su padre sobre la mejor manera de obtener agua dulce mientras escribía a sus amigos sobre viajar ‘a través del centro de cocaína de América del Norte en la capital mundial del asesinato’. Como práctica para la Brecha del Darién, decidió colarse en el Parque Nacional Corcovado de Costa Rica... donde se perdió para siempre”.
DE CÓMO TODO COMENZÓ
A mediados de julio del 2014 Cody Dial llegó a Costa Rica como parte de un recorrido por selvas de México y Centroamérica, luego de concluir sus estudios de posgrado en Ciencias del Medio Ambiente.
De acuerdo con reseñas de La Nación, Cody habría ingresado al Parque Nacional Corcovado, en Osa, el 22 de julio de ese año. Tal como le había dicho a su padre vía email, antes de internarse en la selva, calculaba transitar durante cuatro días y salir a la civilización, al quinto.
Los días fueron pasando, y Cody no aparecía. La familia empezó a inquietarse pero el padre había criado a su hijo para ser intrépido, para instalarse en los lugares más salvajes de la tierra y tenía la esperanza de que estaba a salvo y usando sus habilidades en una aventura en solitario de la que saldría en cualquier momento.
Eso sí, Roman también sabía, como pocos, el calibre de peligros que se decantan de un internamiento en la selva, máxima una tan agreste como la de Corcovado.
Tras activarse las alertas en los distintos cuerpos de salvamento en estos casos, como la Cruz Roja Costarricense y el Servicio de Vigilancia Aérea del Ministerio de Seguridad Pública y la prensa local ya daba cuenta de un joven extraviado en Corcovado, Roman Dial hizo pública su angustia y preocupación: “Debería haber regresado hace diez días, y siempre nos informa. Pero no hemos escuchado nada y estamos preocupados” dijo el hombre a las autoridades ticas poco antes de realizar el primero de 20 viajes que hizo a nuestro país para tratar de dar con su hijo.
Veinte viajes en un periodo de casi dos años en los que el desesperado papá se obsesionó cada vez más, siguió la pista a diferentes versiones de lugareños que aseguraban haber visto a un joven con las características de Cory en estado calamitoso, deambulante. Otros decían haberlo visto ingresar acompañado de un guía que otros más describían como un supuesto delincuente.
El padre iba y venía, en ocasiones acompañado de un exagente de la DEA (Administración para el Control de Drogas , por sus siglas en inglés), pues al no haber hallado ni una pista del joven durante meses y meses, Roman intentó montar su propia investigación.
“En Costa Rica no hay crimen sin un cuerpo. He pasado año y medio buscando en la Península de Osa. Estoy cansado, agotado (…) No quiero ir allí de nuevo, pero lo haré. Porque sin nuestra presencia, parece que nada sucede. Fui allí primero a encontrarlo vivo, perdido o herido. Más tarde, averiguaré qué pasó. Ahora quiero justicia“, escribió el padre, en su blog The Roaming Dials, el que utilizó para recopilar información sobre los rastros de su hijo.
A la postre, su búsqueda fue reseñada por una serie documental de NatGeo, Missing Dial, que documentaba las líneas de investigación que habían seguido Roman y el exagente con entrevistas y careos entre los lugareños. El especial prácticamente concluía que en la desaparición de Cody había habido mano criminal.
Pero entonces, en una insólita mueca del destino, el 20 de mayo del 2016, solo dos días antes de que se estrenara el documental de NatGeo, unos guardaparques y baqueanos encontraron restos humanos y objetos personales a 75 metros de la quebrada Doctor, en las inmediaciones del cerro Negrito. El sitio queda a unas tres horas a pie de la comunidad de Dos Brazos del Río Tigre, en Puerto Jiménez de Golfito.
También fueron hallados el pasaporte de Cody, así como su salveque, una cocina, una brújula y documentos personales que los papás del joven reconocieron de inmediato. En cosa de semanas, el ADN de los Roman fue cotejado con los restos encontrados y se confirmó, mediante una investigación forense del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), que la muerte del aventurero había sido accidental, pues tras las pesquisas se determinó que un gran árbol había caído sobre su tienda de acampar y el golpe lo mató.
Los Dial, Roman y Peggy, viajaron a Costa Rica en medio de una tremenda vorágine emocional, finalmente aliviados tras poderle dar cierre a la historia de su hijo y agradecieron públicamente a las autoridades y al pueblo de Costa Rica por la ayuda y apoyo a lo largo del proceso. “Perder a un hijo puede ser lo peor que le puede pasar a uno. Preferiría haber muerto yo, antes de perder a mi hijo. Agradezco a todos los costarricenses”, dijo el estadounidense.
Sin embargo, en medio de la frustración y el dolor antes del hallazgo de los restos, hubo momentos en que el padre se declaró “huérfano” de apoyo policial en la búsqueda del paradero de Cody.
Este hecho y la transmisión del documental de NatGeo, que culminaba con la hipótesis de un homicidio, generó gran molestia en redes sociales por parte de espectadores nacionales, quienes se quejaron en su momento de la gran irresponsabilidad de la gigante cadena por los daños ocasionados a la imagen de Costa Rica y a los pobladores de Corcovado.
Tambien hubo quienes comprendieron la desesperación del padre, pero recalcaron que el joven se había metido a la densa selva por su propia cuenta, sin acatar las recomendaciones de seguridad que deben seguir todos los visitantes al parque.
El complicado caso parecía cerrado una vez que los restos de Cody viajaron a su Alaska natal, junto con su familia.
Sin embargo, Roman necesitaba un cierre, como bien lo afirmó desde hace tiempo en diferentes posts en su cuenta de Facebook, donde siempre recibió apoyo de sus amigos y seguidores durante todo el duro trance.
El resultado es el best seller ya mencionado y que se convirtió en un éxito de lecturabilidad desde el 18 de febrero, amén de que recibió la bendición de The New York Times y la NPR (National Public Radio), medios que destacan el relato a corazón abierto por parte del padre, quien transita entre la alegría de los recuerdos felices, el orgullo por el aguerrido espíritu aventurero de Cody y una especie de reflexión/autoexpiación por, quizá, solo quizá, haber dejado que su hijo llegara demasiado lejos en su afán aventurero.
Su libro contiene 50 foto
grafías en blanco y negro y un descarnado –y detallado– relato de lo ocurrido durante los casi dos años de incertidumbre, sin saber qué había ocurrido con “el ser que más he amado”, como se refiere a su primogénito.
Según los extractos publicados por The Ney York Times, en ese viaje Cody acogió como segundo nombre el de su padre y pasó a ser Cody Roman Dial, con la ilusión de lograr expediciones autoguiadas aún más atrevidas que las de su progenitor, máxime que este “se retiró” prematuramente de vértigo de su estilo de vida, tras tener una visión mientras escalaba una montaña.
A los 25 años, Roman decidió dejar las exploraciones de tanto riesgo y dedicarse a la crianza de sus hijos y a la docencia universitaria como profesor de matemáticas y biología, pero en cambio su hijo continuó avanzando por ese rumbo y, a sus 27 años, estaba lejos de dejar aquella fascinación.
Para Román, como padre, fue gratificante ver a su hijo aventurarse por su cuenta. Pensó que volvería con una visión más amplia de la vida. Su español sería excelente y tendría una mejor idea sobre la geopolítica de los Estados Unidos en Centroamérica. Confiaba –según escribió– en que los viajes familiares a Australia, Borneo, el desierto de Alaska y otros lugares le habían dado las herramientas para superar las pruebas.
Pero, de nuevo, la duda... ¿pudo él evitar la pérdida de su hijo?
Entonces, relata una vivencia que se convierte en una reflexión obligatoria para el lector, según reproduce The New York Times:
Hace años, traje a un amigo de la ciudad de excursión. Tuvimos que cruzar un río de deshielo en un día frío y lluvioso, y aunque el agua normalmente permanecía poco profunda, era más profunda y rápida de lo que lo había visto. Crucé primero, probando la profundidad; le mostré a mi amigo cómo enfrentarse río arriba, cómo desabrocharse la mochila y usar un palo como apoyo. Se abrió paso detrás de mí, una estela se levantó a su alrededor, sintiendo con sus botas terreno firme, y tropezó. Por un momento vi que todo se desarrollaba: él se barrió en el agua helada, la hipotermia casi instantánea, cómo lucharía para encender un fuego bajo la lluvia. Y luego se puso de pie y llegó a la orilla.
Todo está bien, me dije esa noche en mi saco de dormir. Está bien. No pasó nada malo.
No pasó nada malo, pero podría haberlo hecho.
Tanto en el desierto está más allá del control. La tormenta llega o no, la serpiente muerde o no, la mamá oso carga o se da la vuelta. Puedes hacer todo bien y morir. Puedes hacerlo todo mal y sobrevivir. Las cuestiones de responsabilidad frente al riesgo, la culpabilidad, el grado en que una persona al aire libre es responsable de las cosas que salieron bien o mal por suerte... todo fluye a través de The Adventurer’s Son.
A todas luces, acá el escritor reconoce los niveles de riesgo de quienes desafían e interactúan con la naturaleza pueden terminar en una muerte solitaria, como ocurrió en el caso de Cody.
El padre entonces reflexiona, se cuestiona y se responde, en una frase que, posiblemente, tendrá presente por el resto de su vida.
“No solo le había presentado a los viajes internacionales y los riesgos de la aventura en el desierto”, reflexionó. “Lo había incluido, una y otra vez, hasta el punto de que una gran parte de nuestra relación se basó en experiencias como su ingreso ilegal a Corcovado”. Finalmente, reconoce: “¿Habría criado a Cody de la misma manera sabiendo que moriría en un camino por el que lo conduje?”. Y él mismo responde: “La respuesta es obvia pero la pregunta injusta”.
Al ingresar a Corcovado, Cody pretendía realizar un entrenamiento para luego hacer una expedición al área del Darién, “uno de los lugares más peligrosos de la tierra”, la remota selva entre Colombia y Panamá, “plagada de guerrilleros, narcotraficantes y vida salvaje mortal”, según les había escrito a sus amigos vía email.
CUANDO TODO EMPEORÓ
Por su parte, en un reportaje realizado por NPR, publicado este semana y que incluye una entrevista web de 37 minutos con Roman Dial, ofrece revelaciones adicionales y estremecedoras.
“Es la búsqueda resultante, de un cuerpo, de respuestas, de absolución, lo que forma el corazón del libro. Pero su alma reside en el amor que Dial siente por su familia y la aventura, el amor que lo llevó a combinarlos”, dice la publicación. .
Y luego narra cómo sus indagaciones en pos de hallar a su hijo, empeoraron su angustia y su dolor. Al aceptar la propuesta de NatGeo en el sentido de que un programa de televisión podría ayudar a dilucidar lo que le habría ocurrido a Cody, Roman destapó una caja de Pandora impensablemente cruel. La cadena incluso contrató dos investigadores que, junto al exagente de la DEA, convirtieron el documental en una especie de reality.
“Había tres camarógrafos y luces brillantes... y me dijeron (el investigador): ‘Mire, esto es realmente difícil de decirle, pero descubrimos que su hijo fue secuestrado por mineros y luego fue asesinado’ (...) ‘Esta es la parte más difícil de decirle: fue desmembrado y alimentaron a los tiburones con sus restos en el océano’”.
El documental, aún disponible en el sitio web de la cadena, atribuye esa conclusión a los decires de uno de los supuestos traficantes locales, quien cambió su versión en incontables ocasiones y, a pesar de ello, fue tomado como fuente para el especial.
“Me sorprendió porque había bajado y me inscribí para este programa de televisión con la esperanza de que pudieran ayudarme, pero en cambio, todo lo que habían hecho es una especie de escenario de este momento realmente dramático ... con las cámaras rodando , hicieron que este investigador experto me dijera que mi hijo había sido asesinado y desmembrado y alimentado con tiburones. Y todo lo que se me ocurre es: “Oh, no. Otra historia de este personaje. Este no es el tipo de programa que quiero”.
Roman dijo que en ese momento se sintió realmente explotado. Un pesado ladrillo más para su torturante situación.
Finalmente, al enterarse de que los restos de Cody habían sido hallados... “Volé a Costa Rica de inmediato. Y efectivamente, ahí estaban todas las cosas de mi hijo. Hice un póster con fotos del equipo encontrado, como recompensa, como homenaje. Ahí estaban sus zapatos verdes, su almohada de dormir, amarilla por un lado y plateada por el otro. También la mochila que había comprado en una tienda de San José. El faro azul que le di en Anchorage (Alaska, donde residen los Dial). Y también la brújula. Ahí estaban sus cosas. Era él”.
En su reflexión final, tras ser consultado por sus entrevistadores, Roman dice: “Lo que todo este proceso ... me ha demostrado es que durante 40 años fui extremadamente egoísta en que salía y hacía cosas arriesgadas porque era una emoción que me hacía sentir bien, y nunca me di cuenta de que cuando morimos estamos muertos y no sentimos nada. Y las personas que dejamos atrás, las personas que más nos aman, esas son las personas que más nos duelen”