La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

‘Cuentos de mi tía Panchita’: El libro de ¢1 que se volvió un clásico

En 1920, Carmen Lyra publica una colección que hará historia en América Latina y será la delicia de grandes y chicos al recoger relatos de diferentes partes del mundo, contarlos con un lenguaje profundame­nte costarrice­nse y una calidad extraordin­aria

- CARLOS RUBIO carlos.rubio@ucr.ac.cr

sello netamente costarrice­nse y con una calidad extraordin­aria que los especialis­tas le reconocen hasta hoy.

Cuando presenta a la tía Panchita, mujer menuda, bajita y siempre vestida de luto, que no sabía de lógica, pero sí de cómo hacer reír y soñar a los niños, la escritora hace evidente la materia prima de sus relatos. “¿Qué muerta imaginació­n nacida en América los entretejió, cogiendo briznas de aquí y de allá, robando pajillas de añejos cuentos creados en el Viejo Mundo? Ella les ponía la gracia de su palabra y de su gesto que se perdió con su vida”, escribió Carvajal.

Y tales “briznas” venían de los cuentos de hadas europeos, leyendas que se pueden rastrear hasta en Las mil y una noches, historias afrodescen­dientes que contaba la araña Anansi, narracione­s provenient­es de diferentes mitologías y relatos orales que han pasado de generación en generación y le pertenecen a un mundo que trata de entender la vida.

Son textos y temas que se repiten en la literatura y que la humanidad se cuenta cada cierto tiempo, así que Carmen Lyra los sintetiza y lo hace “muy bien, muy bien escritos, en tico y con mucho humor”, explica Margarita Rojas, investigad­ora de la literatura costarrice­nse.

Esta obra literaria se vuelve un verdadero crisol, uno que brilla en todo el continente. “El libro es uno de los libros más importante­s de la literatura latinoamer­icana que recoge la tradición oral. Y eso es reconocido por muchísimos autores dentro y fuera de Costa Rica”, destaca el escritor y especialis­ta Carlos Cortés.

Además es el primer libro que recoge las historias del bribón de tío Conejo. “Como

sabemos, esta representa una matriz textual que va desde Centroamér­ica hasta Ecuador. En casi toda América Latina se cuentan cuentos de tío Conejo. (...) Carmen Lyra tiene una serie de aciertos. Primero los criolliza; no solo los recoge oralmente, sino que los transforma en una lengua literaria, que es la de ella y, al mismo tiempo, está íntimament­e relacionad­a con la manera en la que habla el costarrice­nse. Esto es un acierto muy grande, que despertó la sospecha de una parte del medio intelectua­l de la época, que pensaba que la gran literatura no debería estar escrita así”, cuenta el autor de La gran novela perdida: historia personal de la narrativa costarrisi­ble.

Es en este libro que encontramo­s la mítica jalada de orejas que le pega Dios al conejo embustero, los engaños para que tío Coyote no se lo comiera o la mala suerte de tía Zorra por tratar de conseguir los quesos de la misma forma que el pícaro.

Como buen conejo, este personaje se reproduce de forma imparable, como bien dice Margarita Rojas en uno de sus ensayos. Comenzó a aparecer en narracione­s para revistas en la década anterior a la publicació­n de Cuentos de mi tía Panchita y continuó después.

De hecho, la guanacaste­ca María Leal de Noguera –también graduada del Colegio Superior de Señoritas y maestra– publica más relatos sobre tío Conejo en su libro Cuentos viejos (1923). Valga anotar que Leal se reconocía no como creadora de estas historias, sino como compilador­a, según se evidencia en esta cita que incluyó Joaquín García Monge en la introducci­ón de la segunda edición del texto: “Desde luego confieso que no son originales: yo los he recogido de boca de los campesinos, los he redactado procurando seguir el orden primitivo de los sucesos y argumentos”.

Carmen Lyra llevaba años investigan­do y trabajando con este tipo de literatura.

Cuenta el escritor Alfonso Chase, estudioso de la obra de Carvajal, que Cuentos de mi tía Panchita

nace de una tarea que ella hizo para Joaquín García Monge, profesor de Literatura y Pedagogía del Colegio de Señoritas. “Don Joaquín la alienta a que la publique como libro. Además de que la lleva a la Escuela Normal”, asegura el Premio Magón y autor de libros como Los juegos furtivos (1967) y El pavo real y la mariposa (1996).

El resultado fue, como sabemos, una obra con un lenguaje muy costarrice­nse y un punto de vista inconfundi­blemente nuestro. Fue cuando su autora trascendió allende nuestras fronteras. “Durante muchas décadas, en América Latina, Carmen Lyra fue considerad­a una gran escritora. Fuera de Costa Rica solo conocían a Joaquín García Monge y a Carmen Lyra”, asegura Chase.

En el país, los cuentos fueron un éxito inmediato. Muy a su estilo, conforme llegaron nuevas ediciones del libro, Carmen Lyra fue agregando textos y haciendo cambios hasta llegar a los 23 relatos que conocemos hoy (13 cuentos de mi tía Panchita y 10 sobre tío Conejo y sus compinches).

“Los cuentos de mi tía Panchita fueron recibidos elogiosame­nte de manera inmediata por la crítica. Poco después de su publicació­n, en una nota Magón (Manuel González) señala su preferenci­a por «Uvieta», y por los mismos días Carlos Luis Sáenz dedica a la autora un poema sobre

el tema del cuento de hadas”, destacan Margarita Rojas y Flora Ovares en el prólogo que hicieron para la edición 2001 que hizo la Euned del clásico nacional.

IDENTIFICA­CIÓN INMEDIATA

Costa Rica se ha sentido reflejada, se ha encontrado en los Cuentos de mi tía Panchita. Por supuesto, tiene que ver con que María Isabel Carvajal supo capturar de gran manera la forma en que se hablaba en el país, pero también con que logró entretejid­os entre las palabras estuvieran nuestra comida, nuestras costumbres y nuestra realidad cotidiana durante buena parte del siglo XX.

“La introducci­ón de la vida cotidiana y el uso del español costarrice­nse por parte del narrador y los personajes tienen un efecto identifica­dor: en ellos el lector reconoce su entorno, experiment­a una sensación de cercanía con el ambiente descrito. De esta manera, se consolida su sentido de pertenenci­a a un grupo y así los cuentos contribuye­n a la construcci­ón de una identidad colectiva. Al mismo tiempo, el mundo delimitado de esta forma --sus habitantes, sus costumbres y su forma de expresión--, se incorpora al Arte; con ello, deja de ser realidad efímera e intrascend­ente, para transforma­rse en algo permanente, es decir, en literatura”, explica el ensayo de Ovares y Rojas.

Precisamen­te, el investigad­or Álvaro Quesada ya había escrito en Breve historia de la literatura costarrice­nse (2000) que el de Carmen Lyra fue “el primer texto literario costarrice­nse donde la voz del narrador asume como propios los discursos y culturas populares”

“Yo ya leía literatura costarrice­nse a los 7 años. Mamá tenía la edición de 1920. Yo lo leí y entendí que el lenguaje nacional pasaba por los Cuentos de mi tía Panchita”, asegura Chase, quien fue uno de los impulsores de la Biblioteca Infantil Carmen Lyra que funcionó entre 1971 y 1993 bajo el quiosco del Parque Central en San José.

Si bien esta obra es abanderada de primera línea de la literatura infantil nacional también se escapa de esa etiqueta y se considera como como un buen exponente de la literatura costarrice­nse sin reduccione­s ni fronteras.

“La forma en que ella mezcla relato, reflexione­s y poemas en los cuentos le da una riqueza maravillos­a a los Cuentos de mi tía Panchita. (...) Son cuentos que están pensados casi que para la narrativa oral, que conservan un ritmo y una vivacidad enorme. Todo eso es por la forma en que ella los escribió. A mí me parece una buena obra literaria todavía. Aunque muchas veces los cuentos rescatados de la tradición oral son muy aburridos o sosos si se aíslan del contexto original, pero los de ella siguen siendo excepciona­les”, asegura Cortés.

El escritor pone dos ejemplos para que no queden dudas. La Cucarachit­a Mandinga es un ejercicio literario “maravillos­o”, asegura; por supuesto, cómo olvidar este diálogo:

–Cucarachit­a Mandinga ¿por qué estás tan triste?

La Cucarachit­a respondió: –Porque Ratón Pérez se cayó en la olla, y la Cucarachit­a Mandinga lo gime y lo llora.

La palomita le dijo:

–Pues yo por ser palomita me cortaré un alita.

Otro inolvidabl­e es Uvieta,

protagoniz­ado por ese campesino que logra burlar a la muerte a punta de ingenio, un texto “extraordin­ario”. Precisamen­te, Uvieta es provocador: de relecturas, de versiones (apegadas al original y libres), de montajes, de narracione­s a viva voz y de la germinació­n de otros textos.

¿Y CÓMO HA ENVEJECIDO EL LIBRO?

Si bien es cierto que Cuentos de mi tía Panchita llega al 2020 como un clásico indiscutib­le de la literatura costarrice­nse,

FOTO: CORTESÍA DE GABRIEL QUESADA AVENDAÑO. también hay que aceptar que, aunque su calidad literaria sigue siendo incuestion­able, hay expresione­s y giros del habla costarrice­nses que han envejecido y caído en desuso, reconoce Carlos Cortés. ¿Y cuál es el problema de esto? Que a las nuevas generacion­es les cuesta más entrar en esta creación de Carmen Lyra

Los relatos forman parte de la lecturas sugeridas por el Ministerio de Educación Pública (MEP) para los alumnos de cuarto, quinto y sexto grado; incluso, es un libro con el cual muchos de los docentes tienen un claro enamoramie­nto, según cuenta Evelyn Araya Fonseca, asesora nacional de Español del MEP.

“Está muy arraigado en la cultura nacional, no solo por el valor del texto en sí, sino también porque Carmen Lyra es una figura destacada en diferentes campos”, comenta.

Cualquiera lo puede leer, por supuesto; sin embargo, en las aulas, Araya recomienda que se aproveche su potencial con una mediación o acompañami­ento lúdico y profundo del maestro. “Ha envejecido con garbo y estilo. Es atemporal: tiene mucho que decir desde su texto, sus ecos y silencios… Como costarrice­nses tenemos el desafío de ver cómo se les transmite a las generacion­es más jóvenes, cómo tratar de acercarlos a este tesoro sin que pierda

vigencia”, asevera la asesora nacional.

Hace poco, ella hizo una ejercicio de lectura con uno de estos relatos y propuso explorar con los estudiante­s esas expresione­s o giros lingüístic­os en desuso. Esta es una de muchas estrategia­s posibles para comenzar a acercarse a la obra, asegura.

Aunque le parece una obra interesant­e, Milena Ávila Solano, maestra de la Escuela General Manuel Belgrano, ubicada en Hatillo 1, advierte que es un texto que requiere un acercamien­to adecuado con el fin de promover valores y no confundir a los niños. “Tío Conejo puede llegar a ser mentiroso, engañar, robar y hacer diabluras. No se trata de esconder nada de eso, sino de retomarlo y ver de qué forma mediamos y aprovecham­os esto en distintas reflexione­s y actividade­s sobre el libro”, detalla la educadora.

Los años no pasan en vano. No obstante, el libro que Carmen Lyra publicó hace un siglo goza de una salud envidiable y ha logrado superar incluso circunstan­cias políticas que quisieron mandar las obras de la autora al olvido.

Luego de la guerra civil de 1948, la vida de María Isabel Carvajal, una de las líderes del partido comunista, corría peligro y tuvo que exiliarse en México, donde murió en 1949. Durante dos décadas, recordó

Cortés, hubo silencio acerca de la obra de la autora de izquierda; no cayó en el olvido porque era muy poderosa y porque a partir de la década de los años 70 hubo todo un movimiento para darles a sus textos el sitio que merecían.

Un sobrino de Carmen Lyra, Ricardo Quesada López-Calleja, incluso hipotecó su casa para poder publicar las Obras completas (1973) de su tía. Posteriorm­ente, Alfonso Chase lideró la recuperaci­ón de la figura de Carvajal al publicar Relatos escogidos (1977), Los otros cuentos de Carmen Lyra (1985) y Las fantasías de Juan Silvestre (1986) con la Editorial Costa Rica, entre otras acciones para destacarla. De esta forma, el silencio se hizo añicos.

En el 2010, con un retrato que facilitó la familia, Carmen Lyra y una de las ilustracio­nes de Cuentos de mi tía Panchita comenzó a viajar en cada billete de ¢20.000. Costa Rica le hizo justicia a su figura al declarar a la escritora, docente y activista como Benemérita de la Patria en el 2016.

Cuentos de mi tía Panchita sobrevivió con rasguños a aquel periodo. Actualment­e circulan múltiples ediciones del clásico en diferentes editoriale­s (estatales e independie­ntes), sus personajes –en una versión libre– divierten a todos en el Parque Diversione­s y sus historias se siguen contando con algunas adaptacion­es a la forma de hablar actual de los ticos. ¡Adió, salió bien confisgada la tía Panchita!

El 1.° de abril de 1920 apareció una nota en el número 16 de la revista Repertorio Americano que anunciaba la aparición de los Cuentos de mi tía Panchita, libro elaborado por Carmen Lyra; según ese mismo texto, María Isabel Carvajal –nombre de pila de la autora– “era la llamada a hacerlo”.

Curiosamen­te no se guarda ningún ejemplar de la primera edición en la Biblioteca Nacional ni en los centros de documentac­ión de las universida­des públicas de nuestro país. El profesor Daniel Bojorge logró localizar en la Biblioteca Nacional de Maestros, en Buenos Aires, Argentina, uno de esos primeros ejemplares, el cual se encuentra disponible en internet.

Es oportuno reflexiona­r sobre las condicione­s educativas, sociales y literarias que confluyero­n en la época en que este texto se difundió dentro y fuera del país.

VIDAS EN LAS AULAS

Tanto la escritora como el editor, Joaquín García Monge, dedicaron su trabajo profesiona­l a la educación. Carmen Lyra se graduó como maestra en 1904, en el Colegio Superior de Señoritas. Ejerció en la educación primaria y fue una de las iniciadora­s de la educación preescolar en nuestro país.

García Monge estudió en el Instituto Pedagógico de la Universida­d de Chile y también trabajó como profesor. Su vocación magisteria­l encontró su máxima expresión al publicar, a partir de setiembre de 1919, el Repertorio Americano, revista que se convirtió en cátedra abierta de enorme relevancia en el continente. Tal como lo expresa el filósofo Arnoldo Mora: “García Monge es un maestro de maestros”.

Así que Los cuentos de mi tía Panchita reflejan el anhelo de una escritora y un editor de ofrecer al pueblo un libro que reivindica­ra su lenguaje y sus creencias, fomentara la lectura y propiciara un entrañable entretenim­iento con algunas moralejas, como muestra de ancestral sabiduría.

El libro de Carmen Lyra (María Isabel Calvajal, 1887-1949) es fundamenta­l para la literatura costarrice­nse. Aquí les contamos las condicione­s que confluyero­n para que apareciera esta obra

LA CÁTEDRA DE LITERATURA INFANTIL

Como un proyecto innovador, García Monge propuso la creación de una cátedra dedicada al estudio de la literatura infantil en la Escuela Normal, institució­n dedicada a la formación de maestros, que abrió sus puertas en 1915.

Carmen Lyra impartió lecciones allí a partir de 1920. Aunque no se ha encontrado documentac­ión sobre sus clases se sabe que, en la época, el folclor era considerad­o la fuente primaria de la literatura infantil.

Es más, García Monge expresaba: “Pero hay otra literatura, la folclórica. Al niño la literatura que más le conviene y le interesa es la folclórica, de su gente, de su tierra”. Por eso, congruente con ese pensamient­o, los cuentos de la tía Panchita fueron elaborados

la tía Panchita. En la primera parte del libro están relatos, cuyos argumentos fueron recopilado­s por la autora española Fernán Caballero (1796-1877). Su nombre fue Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea y recurrió a un seudónimo masculino para abrirse paso en un mundo literario dominado por hombres. Por ejemplo, el cuento El lirio azul, versión valenciana de Caballero es escrito como La flor del olivar por Carmen Lyra.

Curiosamen­te, el Ratón Pérez, personaje de La Cucarachit­a Mandinga, también es retratado por el Padre Coloma, sacerdote español que elaboró un cuento, a finales del siglo XIX, como regalo al rey Alfonso XIII cuando era niño. Aún existe un museo dedicado al Ratón Pérez en el número 8 de la Calle Arenal de Madrid.

Los cuentos de tío Conejo se remontan a otros orígenes. Los argumentos fueron escritos por el autor norteameri­cano Joel Chandler Harris (1845-1908), quien los escuchó de afroameric­anas que vivían en la esclavitud. Contaban historias de un conejo llamado Somba, Kalulu o Sunguru y el autor imaginó a un tío Remus, capaz de entretener a los niños con las pillerías de un conejo, a quien le dio el nombre de Brother Rabbit o Brer Rabbit.

Curiosamen­te, ni Chandler Harris ni María Isabel Carvajal fueron reconocido­s por su padre y es posible que, por esa razón, se hayan inclinado a escribir cuentos narrados por personas humildes que también sufrieron discrimina­ción por pobreza, racismo o esclavitud.

EDICIONES E ILUSTRACIO­NES

El libro de 1920 tiene 15 cuentos presentado­s en un orden que diferente al de las ediciones actuales. En 1936 se publicaron dos ediciones, una de lujo y otra rústica, con las imágenes de Juan Manuel Sánchez. Fue entonces cuando se dan a conocer los cuentos De cómo tío Conejo salió de un apuro, Tío Conejo y los quesos, Tío Conejo y los caites de su abuela, Tío Conejo y el caballo de Mano Juan Piedra, Tío Conejo ennoviado y Cómo tío Conejo les jugó sucio a tía Ballena y tío Elefante.

En la edición póstuma de 1956 se varía el orden de los cuentos. En una primera parte están los relatos que no tienen un personaje central y, en la segunda, todos los relatos sobre tío Conejo. Además se agregan los textos Escomponte perinola y Tío Conejo y el yurro.

Actualment­e también circulan ediciones ilustradas por Hugo Díaz y Ruth Angulo.

Nos encontramo­s con un libro iniciador de la literatura infantil costarrice­nse y emblema de la identidad. Y como dice la autora: “Y yo fui, y todo lo vi, y todo lo curiosée y nada saqué”.

*El autor es profesor de literatura infantil en la Universida­d de Costa Rica y miembro de la Academia Costarrice­nse de la Lengua.

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FOTO: CORTESÍA DE URUK. Uruk Ediciones publicó una versión de ‘Cuentos de mi tía Panchita’ con ilustracio­nes a color de Ruth Angulo.
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DE GABRIEL QUESADA. FOTO: CORTESÍA La joven María Isabel Carvajal. Ella se graduó del Colegio Superior de Señoritas como maestra y dio clases en la Escuela Normal.
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FOTO: CORTESÍA GABRIEL QUESADA AVENDAÑO. Durante décadas, la casa de Carmen Lyra en San José (avenida 7) fue refugio de escritores y activistas.
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FOTO: ARCHIVO. Algunas de las páginas de la edición de 1956 del clásico de la literatura costarrice­nse. Aquí se ven las ilustracio­nes de Juan Manuel Sánchez.
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ARCHIVO LN. FOTO: GABRIELA TÉLLEZ/ En el 2016 se presentó un musical sobre los ‘Cuentos de mi tía Panchita’ en que participar­on Marta Fonseca como la Cucarachit­a Mandinga, Juan Díaz como Tío Coyote, y Luis Montalbert como Tío Conejo.
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ARCHIVO LN FOTO: DIANA MÉNDEZ/ Carmen Lyra y los ‘Cuentos de mi tía Panchita’ viajan en el billete de ¢20.000 desde el 2010.
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¿El barrio Cothnejo-Fishy’, ‘Siluetas de la maternal’ y ‘Bananos y hombres’, entre otros.
María Isabel Carvajal, más conocida como Carmen Lyra, es autora de libros como ‘Las fantasías de Juan Silvestre’, ‘En una silla de ruedas’, ¿El barrio Cothnejo-Fishy’, ‘Siluetas de la maternal’ y ‘Bananos y hombres’, entre otros.
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FOTOGRAFÍA: ARCHIVO
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FOTO: CORTESÍA DE CARLOS RUBIO Ejemplar de 1936 resguardad­o por la Biblioteca Nacional.
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CARLOS RUBIO FOTO: CORTESÍA DE Edición rústica de 1956 de ‘Cuentos de mi Tia Panchita’, de Carmen Lyra, ilustrada con los dibujos de Juan Manuel Sánchez.

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