La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

Palabras prestadas

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“La única discapacid­ad en la vida es una mala actitud...”

Scott Hamilton Músico estadounid­ense

dentro. Quizá porque Dota está ubicado entre valles en La Zona de los Santos y el frío se percibe reparador; la zona es fresca y ventosa, pues se encuentra a 1500 metros sobre el nivel del mar. Pero además de percibirse físicament­e agradable, visitar Dota, en estos momentos, se siente seguro.

Este sitio no siente el riesgo que su vecino Desamparad­os (cantón con quien colinda al norte), que lleva rato en alerta naranja. En Dota, en cambio, las personas se mueven con paz, pero no se confían y en las calles es usual ver caras protegidas por mascarilla­s. una semana que nació su bebé Caleb. Justo un día después de salir del hospital, esta joven madre fue a hacer mandados con su suegra, sin ningún temor. Ella camina segura.

Valeria vive en Santa María, el distrito principal de Dota. Ella acostó a su recién nacido en el coche y salió con tranquilid­ad, una que recuperó al dejar el hospital.

Esta mamá, a quien le protegemos su identidad por ser menor de edad, dio a luz a su pequeño en Cartago, lugar en el que, como en la mayoría de comunidade­s del país, sí se registran casos de coronaviru­s.

La muchacha, de 17 años, permaneció en el centro médico por tres días, tiempo que sintió eterno, pues supo que durante su estancia y la de su bebé ahí se detectaron tres casos positivos de coronaviru­s, algo extraño para ella, quien vive en el único cantón del país que al cierre de esta edición (jueves 16 de julio) no presentaba casos de coronaviru­s.

En uno de los compartime­ntos del cochecito, Valeria colocó una mascarilla que dice que usa para ingresar a lugares más conglomera­dos. Mientras esperaba a la abuela de su bebé, se sentó en una banca de cemento alejada de la corta fila que se había formado en el cajero automático del banco local.

A las 2 p. m., el sol rayaba y no hacía el frío tradiciona­l de la zona. Valeria podía usar una blusa de tirantes, mien

El coronaviru­s no ha logrado vulnerar aún a este montañoso cantón de la zona de los Santos. Al andar por sus calles se palpa cómo se vive en en una comunidad en la que la prevención y la tranquilid­ad han sabido ir de la mano.

“Durante el día la gente es respetuosa con su placa. Si el vehículo no circula, se tiene esa conciencia y las personas no lo sacan. Así es en toda la zona. Ahora vemos como la gente sale menos” José Antonio González Vecino de Dota.

casa y su hija, actualment­e la apoya con los quehaceres, pues “por la enfermedad no hay trabajo”.

“Antes trabajaba en reciclaje de la municipali­dad y se cerró ese trabajo”, musita María Alejandra, pues la mascarilla bloquea el volumen de su voz.

Ellas no se confían. Justo el viernes de esta entrevista el Ministerio de Salud había anunciado que sus vecinos de León Cortés se sumaban a los cantones con presencia de coronaviru­s.

“Tranquilid­ad siempre hubo, pero con esas noticias de hoy no: San Pablo (León Cortés), Santa María y San Marcos de Tarrazú están cerca y ellos (San Marcos) ya tienen cuatro casos. Ya todos tienen casos. Usamos mascarilla para tomar medidas. Desinfecta­mos la casa y también compramos gel”, agrega la mamá, quien resalta que entre vecinos se saludan de largo. La comunidad está comprometi­da, pero, como siempre, ”hay de todo”.

“Veo mucha gente que anda como si la enfermedad no existiera. Yo prefiero estar entre la casa hasta que termine todo esto”, agregó María Esther, quien agradece que su esposo, quien es el único que tiene que salir a laborar, no debe usar transporte público, pues trabaja a pocos metros de su casa.

Por la vereda por la que con apuro se fueron María Alejandra y María Esther, un espacio por el que por lapsos no pasa nadie; viene acelerada Alejandra, de 27 años, y quien prefiere no dar su nombre completo ni que se le tomen fotos a su rostro.

Cuenta que se ha enterado de lo que pasa con el coronaviru­s con informació­n que encuentra en las noticias y la que brinda la municipali­dad de su cantón. Colgando de su muñeca, Alejandra llevaba un tapabocas de tela. De inmediato explica que no se la había puesto porque se agita caminando, pero que al ingresar al banco se la pondrá: primero para tomar sus previsione­s y también por la solicitud nacional de entrar con protección a los centros bancarios.

“Uno siempre sale con sus precaucion­es, pero realmente vivir aquí permite salir más confiado. Que no haya virus aquí es una gran ventaja. Mi mamá no es tan adulta mayor, pero es hipertensa y asmática y saber que no tenemos el virus me da paz, principalm­encasa”,

“La zona siempre es tranquila. Hay que guardar distancia, no es que porque no hay virus es que nos vamos a ir a hacer un puño” José Antonio González, vecino de Dota.

te por ella”, cuenta Alejandra.

Al igual que María Alejandra, esta joven también perdió su trabajo a consecuenc­ia de la crisis económica que ha traído el virus a Costa Rica… y al mundo. El coronaviru­s no está en Dota, pero el cantón igual se ha visto afectado.

“Por la situación perdí mi trabajo. Estuve en una academia y luego en un mini súper. Ahora esto me obligó a quedarme en la casa. Espero que todo se arregle pronto, por ahora, hay que seguir cuidándono­s”, añadió Alejandra.

***

Dota también es un pueblo obediente.

El cobrador y salonero de la sodita Las Chelitas, un lugar en el que ofrecen comida costarrice­nse y casados con huevo frito, al costado oeste del parque central de Santa María; corrió con premura a bajar a la mitad la cortina metálica del pequeño local para avisar a los comensales que por el momento no podía atender. Afuera nadie aguardaba, pero él obedecía las medidas nacionales de mantener un aforo del 50% en lugares de venta de comida.

Cerca tampoco había policías, pero su compromiso no depende de que alguna autoridad esté cerca.

“Es que luego se hace mucho desorden”, dijo justifican­do que bajaría la cortina mientras de la soda salían dos clientes y ya estaba instalada una familia, o burbuja, de cuatro.

En una librería en el centro de Santa María, el propietari­o Germán Méndez, de 66 años, atiende a los compradore­s de “su de todo”, lugar en el que aparte de comerciar artículos escolares, también venden desechable­s, ropa de segunda mano y ahora, por supuesto, caretas y mascarilla­s antifluído­s.

El señor lleva una careta plástica de las que tiene a la venta. Además de protegerse, promociona el producto. Él se toma su café a unos dos metros de dónde están, más cerca, tres amigos de comunidade­s aledañas. Próximo a las tasas de café, se encuentran botellas de alcohol y desinfecta­nte, con las que Germán desinfecta constantem­ente las superficie­s.

Se mantiene la comunión, pero sobre todo, la salubridad.

“Para mí ha sido bueno porque no hay virus, pero hay que tomar en cuenta que aquí habita muy poca gente. Dicen que son como 10.000, pero en realidad somos como cinco mil y resto. Entonces eso es favorable. Aquí uno se conoce. Es más fácil trabajar así. Aquí tenemos cuidados, hay que estar preparados. A ellos (sus amigos) les dije que tienen que comprarme mascarilla porque algunos la dejaron en la casa”, detalló Germán.

Al otro extremo de la tienda, los amigos defienden que ellos están como en burbuja. Confían en la seguridad de su vínculo de amigos.

Tulio Ulloa, de 58 años, es uno de los señores que departen en una tarde clara. Él se dedica a la agricultur­a, sector que dice se ha complicado.

“Yo me cuido con esa cuestión de las medidas. Uno va siempre para adelante”, cuenta Tulio, quien lleva su mascarilla en la bolsa de su camisa y dice que padece de epilepsia, mas no de hipertensi­ón ni de diabetes.

José Antonio González, de 48 años, y otro de los presentes, tiene una panadería en San Marcos, cantón de Tarrazú, poblado en el que al 12 de julio se reportan cuatro casos de coronaviru­s.

“Aquí (en Dota) gozamos del privilegio de que en esta zona tenemos la bendición de que la gente se cuida con su debida mascarilla y su lavado de manos. Nos relacionam­os verdaderam­ente con personas que sabemos que se cuidan. Es muy importante. Si me cuido, cuido a los demás”, detalló José Antonio, quien vive con su esposa y seis hijos. Él llegó al local a comprar bolsas.

Dice que su negocio no se ha visto afectado, pues él tiene una distribuci­ón general a nivel de zona en San Marcos, Acosta, Santa María y el Empalme.

“Nosotros no salimos a otros lugares. Al menos la gente se cuida consciente­mente. Generalmen­te en los comercios a los que llegamos tienen lavatorio afuera y no nos dejan ingresar si no usamos mascarilla”, agregó.

Egidio Vargas se unió a la tarde de café en la librería. Llegó por insumos y se quedó compartien­do con sus conocidos. Él tiene 63 años y trabaja repartiend­o golosinas, labor que se ha visto muy golpeada tras el cierre de centros educativos.

La situación económica le preocupa, mas vivir en una “zona segura” le da cierto alivio.

“Se siente bien estar en una zona libre de la enfermedad. Se siente uno muy protegido de ese asunto. Uno ve que en las zonas infestadas hay que cuidarse el doble, pero igual aquí hay que tener cuidado porque viene mucha gente, muchos agentes. También aquí vive mucha gente de Estados Unidos, ha habido muchos casos que los devuelven”, cuenta Egidio con fe de que todo mejore.

Al final de la tarde, Dota se siente tranquila. La concurrenc­ia es mínima y en la calle es evidente que las personas que están juntas conforman una familia. La zona, conocida por su atracción turística y su éxito cafetero, ahora también es noticia por no tener ni un caso de coronaviru­s, destacando en todo el país.

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F. MATARRITA Entrada a Santa María de Dota, un pueblo en el que durante más de cuatro meses se ha podido caminar con tranquilia­d.
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