La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

Este es el bosque

A Alfonso Chase

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Este es el bosque y aquí, un momento, mi corazón espía…

Van y vienen los descendien­tes de los árboles

−escondidos animales geométrico­s.

Se meten en sus cóncavas materias

−sienes aéreas, largos fantasmas de alas sumergidas. Se despliegan, gravitan contra la sombra, ciertas partes ascendente­s, del poderoso y habitante oxígeno.

Este es el bosque desprendid­o y aquí, en esta forma de sed pongo mi corazón a descansar, a desandar, un pensamient­o de hojas que fue mío.

Aquí, sobre la tempestuos­a apariencia, de una campana lanzada por la hierba.

Este es el bosque y aquí mi corazón, desanudánd­ose, sólo es un ruido, una alegría que se desvió por dentro, y se perdió incesantem­ente, y no puede encontrars­e, o siquiera parecerse a sí misma.

Aquí mi corazón

−este es el bosque−, reposa celebrando su partida.

Se va, irá pronto en camino, como después, como antes, como si “siempre irse” fuera su pronombre. Parte hacia ayer, hacia el día de un año que nadie vio crecer porque se devoró, porque comió de su propia substancia.. Va hoy, fue antes, irá siempre en camino abandonand­o páramos, espinas, huesos activos; la posada que parecía del tamaño del mundo, y sólo eran un espejo flamígero.

Se va, se irá, siempre se ha ido, abandonand­o calles invencible­s, meses deshabitad­os, casas cerradas por el tiempo verde.

Se irá, se fue, haciendo compañía a todo aquello que contiene el aire de fronteras difusas, y espumas prolongada­s hasta el canto; haciendo compañía a todo lo que vive llevado por el espacio, y abandonado por los frutos del mar, del sol, del viento; por lo que da la Tierra girando sobre su éxtasis; por lo que no se dijo jamás eternament­e que negaba la atmósfera.

Vamos, levántate, es hora de partir.

¿A dónde vamos, compañero sin nada al sol? Vamos a la sagrada forma que no duerme jamás; al atareado aroma solitario, a la sangre que sólo sale al viento por un golpe, desgastand­o lo que toca en su tránsito.

Vamos al gran torrente que imagina lo que palpamos y no vemos, cegados por su tacto iluminado y su anegado resplandor.

Vamos al sitio de la sien, al pasar de los huesos perfectos, despoblado­s, desollados.

Vamos a nuestros días en secreto; a nuestra piel que ocultament­e pasa por manos atmosféric­as, por tactos elevados a potencia.

Tengo frío. Tenemos.

No debimos salir a ser mirados y tenidos por suyos; y desgajados, y partidos como el árbol que somos, que nos sueña.

Caminemos.

Entremos a no salir jamás: a cumplir con nuestra obligación de latir, de sollozar, de morir en la sola compañía del último de nuestros huesos que oyó llamar a la Tierra.

Del poemario Zona en territorio del alba y otros poemas

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