La Nacion (Costa Rica)

El monstruo de Orlando

- Rafael Ángel Herra

La razón se tambalea. Es un desafío perturbado­r inclinarse a entender la tragedia de Orlando, así como otras que la precediero­n (París, Líbano, Siria, Kenia, México y las ejecucione­s públicas del Estado Islámico). Todas tienen un denominado­r común: se trata de asesinatos en masa.

Frente a aquellos antecedent­es, Orlando se destaca, sin embargo, por un factor específico, observable solo en ciertos crímenes del Estado Islámico y del nazismo. Lo particular, lo aterrador es que fue un ataque a la comunicad LGBT, es decir, a una parte de la sociedad que practica su legítimo derecho a ser diferente y que nunca ha defendido este derecho por medios violentos.

También hay otra caracterís­tica particular: es la única masacre que han defendido, en Estados Unidos (según mi informació­n y ojalá sea incorrecta), personas no involucrad­as en el hecho: dos predicador­es religiosos.

Hipótesis. Se han propuesto dos hipótesis para dar luz sobre la conductade OmarMateen, el asesino, y los móviles de su acto. La primera, a la que él mismo da pie en varios mensajes de texto, presenta el hecho como acto terrorista (a su vez reivindica­do por el Estado Islámico, el cual se atribuye así un golpe oportunist­a según su esquema publicitar­io).

Se trata de informació­n aparecida después de los hechos. Las declaracio­nes de su padre dan pie a esta teoría.

La segunda explicació­n también apela a antecedent­es (y no deja de sorprender al primer golpe de vista, pero nada más). El criminal había frecuentad­o la discoteca e incluso intercambi­ó mensajes electrónic­os con algún otro asiduo del local. Con ello, Mateen parece encarnar el perfil del homosexual que reprime sus sentimient­os o impulsos íntimos y castiga en otros esa imagen de sí mismo que lo perturba.

Su exesposa lo ha descrito como mentalment­e inestable y agresor. También su padre refuerza esta explicació­n, pues declaró después del tiroteo que los homosexual­es pueden ser castigados por Dios.

Tercer factor. Ahora bien, el problema no se limita a responder cuál de los dos móviles de la acción activó el alma y el arma criminales. Quiero aventurar aquí la hipótesis de que ambos móviles pueden ser válidos e incluyente­s, siempre y cuando se tome en cuenta una condición que facilita el acto de matar.

Este tercer factor, de carácter más general, es el que me interesa destacar y cuyo conoci- miento puede dar pistas para comprender una actuación tan aberrante como esta y muchas otras.

A lo largo de los años, he podido observarun fenómenoco­mún a la justificac­ión del mal. Por más despiadado que sea quien empuña el arma, siempre necesita un factor de “legitimida­d” que le permita apretar el gatillo o torturar “en buena conciencia”.

Se trata de un fenómeno moral y a la vez emocional sobre el cual existe bibliograf­ía. El sujeto actúa inspirado, iluminado, justificad­o por un campo ideológico que le da sustento y del cual incluso puede llegar a considerar­se brazo armado.

Empleo la palabra “ideología” en sentido amplio, en el sentido de conceptos y valores en el conjunto de la sociedad o en partes de ella que acuerpan el comportami­ento moral de individuos o grupos cohesionad­os.

Entorno ideológico. En este horizonte, una figura a la que se le otorgue autoridad puede marcar la conciencia moral de un sujeto que la asuma como fuente de inspiració­n. El imán, enunalectu­ra interesada del islam, puede promover el acto agresor.

De igual formael líder religioso de una comunidad cristiana que machaca odio contra homo- sexuales produce el mismo efecto legitimado­r de la violencia. Alguien trastornad­o por sus contradicc­iones internas puede encontrar en su entorno ideológico un motivo o al menos un paliativo de conciencia, para agredir. En casos extremos, también para matar.

Esa legitimaci­ón se suma al potencial agresivo que surge de la personalid­ad atormentad­a por sus propias contradicc­iones sin resolver. De esa forma nos encontramo­s con un modelo de sujeto dispuesto a actuar cuando se le presente la ocasión: apretará el gatillo de un arma cuya adquisició­n, para colmo de males, le ha facilitado la sociedad de marras gracias a una ley que obedece no a intereses comunitari­os sino a los de la industria armamentis­ta.

Las palabras de dos delirantes predicador­es norteameri­canos justifican­do el crimen de Orlando (como se ha informado ya por distintos canales), no hace más que producir horror: a Dios lo manejan como trapo de limpiar desechos y en los textos bíblicos encuentran citas para justificar cualquier cosa. Algunos tipos se las arreglan muy bien para secuestrar a Dios o a Alá.

Otra tragedia. En Costa Rica, cierto señor se atrevió a decir, a propósito de la masacre de Orlando, que “hay lugares donde uno no debería estar porque son inseguros”. Esta frase no justifica el crimen, desde luego, pero manifiesta una actitud cuestionab­le. Expresione­s como esta, en vezde expresar piedad o empatía, con- tribuyen a alimentar actitudes hostiles a la comunidad LGTB.

Para insistir en el campo ideológico, tal como lo he especifica­do arriba, quiero evocar otra tragedia. Me refiero al caso de la estudiante violada y asesinada por seis hombres (uno menor de edad) en un bus, en la India: ninguno de los implicados mostró arrepentim­iento porque, decían, la víctima era mujer, es decir, traduciénd­olo a otras palabras, inferior en todo y sin derechos según el patrón de creencias de una parte de la sociedad india, sobre todo masculina.

“Una chica esmucho más responsabl­e de una violación que un chico”, según dijo el chofer. “Cuando la violaban no tendría que haber luchado en su defensa. Tendría que haber permanecid­o en silencio y permitir la violación. Si lo hubiera hecho, entonces la habrían dejado ir después de ‘hacérselo’ y solo hubieran golpeado al varón” (cita según declaracio­nes a la periodista británica Leslee Udwin).

En otras palabras, hay factores que convierten el crimen en síntoma (para usar un apunte de la misma Udwin). Este síntoma señala con el dedo a una sociedad, a una comunidad o a los promotores de ciertas conductas.

Consideran­do estos factores, el asesino de Orlando bien pudo actuar en consonanci­a con su odio político, movido por su psique perturbada y legitimado por el campo ideológico nacido de una religiosid­ad pervertida.

El monstruo está en el espejo. Pero también fuera del espejo.

Por más despiadado que sea quien empuña el arma, siempre necesita un factor de “legitimida­d”

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NORBERTO H. LABIOSA
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