EN GUARDIA
Surgen varias reflexiones sobre el brexit. Una es que la democracia se las trae. Aunque se equivoque, siempre tiene la razón (para bien o para mal). Winston Churchill, con su agudeza, la describió así: la democracia es el peor de los sistemas, excepto todos los demás…
Decía Carlos Marx que la lucha de clases divide a la sociedad. Pero también la hace rectificar. El brexit la separó en grupos por edad, geografía y clase: pobres, provincianos y viejos contra la Unión Europea (UE); jóvenes, afluentes y citadinos por el statu quo. ¿Quiénes tenían la razón? Sería fácil argumentar que erraron pobres y viejos, pero una reflexión más serena sugiere que fallaron los dos.
Los pobres viejos subestimaron el desplome instantáneo de las bolsas de valores, la caída de la libra esterlina y la huida hacia activos más seguros (oro, bonos de gobiernos), pero los imberbes y acaudalados pecaron de ceguera, mutismo y sordidez. Como los tres monos (no tan) sabios, vieron, oyeron y callaron ante el clamor por el bajo crecimiento, pobres salarios, desempleo, desigualdad y resentimiento social. Algo tendrán que hacer unos para hacerles ver a los otros.
Mucho contribuyó la arrogancia y prepotencia de los bien pagados funcionarios de Bruselas y su excesiva regulación. Los
probrexit, hastiados, hicieron causa común con grupos políticamente disímiles. Calaron por igual entre las derechas de tories y laboristas frente a la permisiva posición de la burocracia ante la masiva inmigración que causó malestar por los escasos empleos y el costo de financiarles la seguridad social.
El brexit refleja un fenómeno universal y contagioso: izquierdistas de Grecia ( grexit), derechistas de Marie Le Pen en Francia, separatistas vascos en España y Donald Trump en EE. UU. Lo irónico es que golpeará más a los secesionistas.
La devaluación de la libra esterlina aumentará la desigualdad al enriquecer a exportadores y rebajar los salarios reales de los trabajadores; el divorcio del mercado europeo, adonde va el 50% de los bienes y servicios transables de los ingleses, contraerá la producción y aumentará el desempleo; y el Gobierno percibirá menos ingresos por la recesión y mermará su capacidad para atender necesidades sociales.
A largo plazo, habrá un reacomodo. La UE tendrá que variar sus políticas y, quizás, su modelo económico. Pero, por ahora, el aislamiento podría convertir a la Gran Bretaña en una Pequeña Bretaña, según
The Economist. Pequeña, sí, alegan los del brexit, pero más justa. Esa es la disyuntiva. Veremos cómo responderá la propia democracia.