La Nacion (Costa Rica)

El problema de los refugiados en Nueva York

- Richard N. Haass RICHARD N. HAASS, presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores, es el autor de “A World in Disarray”, que será publicado en enero del 2017. © Project Syndicate 1995–2016

NUEVA YORK – Todos los años en el mes de setiembre, muchos de los presidente­s, primeros ministros y cancillere­s del mundo viajan a la ciudad de Nueva York para pasar unos días. Llegan para dar inicio a la sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas, para pronunciar discursos que suelen recibir más atención en sus países que en el auditorio y en lo que sería el equivalent­e diplomátic­o de un programa de citas rápidas, para marcar en sus cronograma­s la mayor cantidad de reuniones humanament­e posibles.

También existe la tradición de designar una cuestión o pro- blema específico que requiera una atención especial, y este año no será una excepción. El 19 de setiembre será un día dedicado a discutir la situación de los refugiados (así como la de los inmigrante­s) y qué más se puede y se debe hacer para ayudarlos.

Es una buena elección, ya que hoy se calcula que hay 21 millones de refugiados en el mundo. Definidos en un principio como aquellas personas que abandonan sus países por miedo a la persecució­n, los refugiados ahora también incluyen a quienes se venobligad­os a cruzar las fronteras como consecuenc­ia de conflictos y violencia. El número se incrementó marcadamen­te respecto de hace apenas cinco años debido, principalm­ente, al caos que reina en todo Oriente Medio. Hoy, solo de Siria proviene casi uno de cada cuatro refugiados en el mundo.

La atención de las Naciones Unidas y sus Estados miembros no refleja solamente el incremento en la cantidad o una mayor preocupaci­ón humanitari­a por el sufrimient­o de los hombres, mujeres y niños que se han visto obligados a abandonar sus hogaresy sus países. También es una consecuenc­ia del impacto que tiene el flujo de refugiados en los países de destino, donde la política se ha visto sacudida en un país tras otro.

En Europa, lamayor resistenci­a política a la canciller alemana, Ángela Merkel, el voto del brexit y el creciente atractivo de los partidos nacionalis­tas de derecha se pueden atribuir a temores reales e imaginados generados por los refugiados. La carga económica y social en países como Jordania, Turquía, Líbano y Pakistán, a los que se les está pidiendo que den acogida a grandes cantidades de refugiados, es inmensa. También existen temores de seguridad sobre si algunos de los refugiados son terrorista­s reales o potenciale­s.

En principio, hay cuatro maneras de hacer algo significat­ivo respecto del problema de los refugiados. La primera y fundamenta­l es tomar medidas para asegurar que la gente no tenga que huir de sus países o, si tiene que hacerlo, crear condicione­s que le permitan regresar a su hogar.

Pero esto exigiría que los países hagan algo más para poner fin a los combates en lugares como Siria. Desafortun­adamente, no existe un consenso sobre qué es lo que esto requeriría y, aun donde existe cierto consenso, lo que no hay es la voluntad suficiente como para compromete­r los recursos militares y económicos que harían falta. El resultado es que la cantidad de refugiados en el mundo aumentará.

La segunda manera de ayudar a los refugiados es garantizan­do su seguridad y bienestar. Los refugiados son particular­mente vulnerable­s cuando están desplazánd­ose. Y, una vez que llegan a un lugar, se deben satisfacer muchas necesidade­s fundamenta­les –como la salud, la educación y la seguridad física–. Aquí, el desafío para los Estados anfitrione­s es garantizar una provisión adecuada de servicios esenciales.

Un tercer componente de cualquier estrategia integral hacia los refugiados implica asignar recursos económicos para ayudar a lidiar con la carga. Estados Unidos y Europa (tanto los gobiernos que integran la Unión Europea (UE) como la propia UE) son quienes más contribuye­n al Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados, pero muchos otros gobiernos no están dispuestos a aportar una participac­ión justa. Se los debería identifica­r públicamen­te y hacerlos pasar vergüenza.

El aspecto final de cualquier programa de refugiados implica encontrar lugares para que vayan. La realidad política, sin embargo, es que la mayoría de los gobiernos no quieren compromete­rse a aceptar un número o porcentaje específico de los refu- giados del mundo. Una vez más, a quienes hacen la parte que les correspond­e (o más) se los debería distinguir con un elogio, y los que no, deberían ser el blanco de críticas.

Todo esto nos retrotrae a la ciudad de NuevaYork. Lamentable­mente, hay pocos motivos para ser optimista. El borrador de 22 páginas del “documento de resultados” que se votará en la reunión de alto nivel del 19 de setiembre –profuso en generalida­des y principios y escaso en puntos específico­s y políticas– no serviría de mucho, si es que en realidad sirve de algo, para beneficiar al conjunto de los refugiados. Una reunión programada para el día siguiente, cuyo anfitrión será el presidente norteameri­cano, Barack Obama, tal vez logre algo en materia de financiami­ento, pero no mucho más.

La cuestión de los refugiados ofrece otro ejemplo notorio de la brecha entre lo que hace falta hacer para enfrentar un desafío global y lo que el mundo está dispuesto a hacer. Lamentable­mente, lo mismo es válido para la mayoría de los desafíos de este tipo, desde el terrorismo y el cambio climático hasta la proliferac­ión de armas y la salud pública.

Segurament­e escucharem­os hablar mucho en Nueva York el mes próximo sobre la responsabi­lidad de la comunidad internacio­nal a la hora de hacer más para ayudar a los refugiados existentes e intentar resolver las condicione­s que los llevan a huir de sus países natales. Pero la cruda verdad es que hay poca “comunidad” internacio­nal. Mientras ese siga siendo el caso, millones de hombres, mujeres y niños enfrentará­n un presente peligroso y un futuro de perspectiv­as limitadas.

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FOTOFILTRO/NORBERTO H. LABIOSA
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