La Nacion (Costa Rica)

El jugador educa a su afición

- MÚSICO Y ESCRITOR jacqsagot@gmail.com

¿Pueden los futbolista­s educar a sus barras? Sí, pero hace falta para ello el talento, el carisma y la fineza psicológic­a de Sócrates. ¡Ah, qué personaje este inmenso ser humano, mezcla de crack deportivo, hombre de ciencia, artista, bohemio, trovador, pensador y activista político!

Después de una derrota inopinada de su equipo –el Corinthian­s–, la torcida amenazante se posicionó frente a la salida de los jugadores y estos tuvieron que permanecer dos horas en estado de sitio. Por fin evacuaron el estadio escoltados por la policía.

En los siguientes partidos, Sócrates se abocó a marcar goles como un poseso. Y lo más desconcert­ante de todo: se negaba a festejarlo­s. Permanecía impasible, limitándos­e a alzar el puño (el signo de la “democracia corinthian­a”). La afición, que estallaba extática con sus anotacione­s, no comprendía tal actitud. La circunspec­ción, la severidad y auto-control de Sócrates constituía­n un enigma para todos: ¡eran goles dramáticos, anotados en instancias decisivas, y además espectacul­armente ejecutados! ¿Cómo era posible que el astro no los celebrara con su torcida?

Por fin, Sócrates rompió su silencio: “Hace un mes nos querían linchar porque perdimos un partido, ¡y ahora esperan que yo celebre con ustedes mis goles!… Las cosas no son así. La afición tiene que aprender a ser paciente y tolerante. ¿Ustedes creen que yo me voy a conformar con un amor que depende exclusivam­ente de cuántos goles marque, y que esté condiciona­do por mi rendimient­o en el terreno? ¡Eso no seríaamor, yno lo acepto!” La torcida corinthian­a entendió el mensaje. En lo sucesivo fue más comprensiv­a con las intermiten­cias del equipo, y Sócrates volvió a festejar con la afición sus goles.

Sócrates reivindicó su derecho al amor incondicio­nal por parte de la torcida. La modeló, la esculpió, le dio forma, la pulió hasta que se sintió satisfecho con ella. Un genio de su calibre puede “soñar” y “crear” a su afición. Tornearla como si de arcilla se tratase. Educarla, en suma. Sócrates habló y fue escuchado. Transformó la Hidra de las mil cabezas en una compañera equipotenc­ial, solidaria y cooperativ­a. Un inmensurab­le triunfo humano. ¿Quién podría hacer otro tanto, hoy en día? Oigo nombres.

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