El jugador educa a su afición
¿Pueden los futbolistas educar a sus barras? Sí, pero hace falta para ello el talento, el carisma y la fineza psicológica de Sócrates. ¡Ah, qué personaje este inmenso ser humano, mezcla de crack deportivo, hombre de ciencia, artista, bohemio, trovador, pensador y activista político!
Después de una derrota inopinada de su equipo –el Corinthians–, la torcida amenazante se posicionó frente a la salida de los jugadores y estos tuvieron que permanecer dos horas en estado de sitio. Por fin evacuaron el estadio escoltados por la policía.
En los siguientes partidos, Sócrates se abocó a marcar goles como un poseso. Y lo más desconcertante de todo: se negaba a festejarlos. Permanecía impasible, limitándose a alzar el puño (el signo de la “democracia corinthiana”). La afición, que estallaba extática con sus anotaciones, no comprendía tal actitud. La circunspección, la severidad y auto-control de Sócrates constituían un enigma para todos: ¡eran goles dramáticos, anotados en instancias decisivas, y además espectacularmente ejecutados! ¿Cómo era posible que el astro no los celebrara con su torcida?
Por fin, Sócrates rompió su silencio: “Hace un mes nos querían linchar porque perdimos un partido, ¡y ahora esperan que yo celebre con ustedes mis goles!… Las cosas no son así. La afición tiene que aprender a ser paciente y tolerante. ¿Ustedes creen que yo me voy a conformar con un amor que depende exclusivamente de cuántos goles marque, y que esté condicionado por mi rendimiento en el terreno? ¡Eso no seríaamor, yno lo acepto!” La torcida corinthiana entendió el mensaje. En lo sucesivo fue más comprensiva con las intermitencias del equipo, y Sócrates volvió a festejar con la afición sus goles.
Sócrates reivindicó su derecho al amor incondicional por parte de la torcida. La modeló, la esculpió, le dio forma, la pulió hasta que se sintió satisfecho con ella. Un genio de su calibre puede “soñar” y “crear” a su afición. Tornearla como si de arcilla se tratase. Educarla, en suma. Sócrates habló y fue escuchado. Transformó la Hidra de las mil cabezas en una compañera equipotencial, solidaria y cooperativa. Un inmensurable triunfo humano. ¿Quién podría hacer otro tanto, hoy en día? Oigo nombres.