La Nacion (Costa Rica)

La hora de los grises

- Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

Hay tiempos hipnotizad­os por líneas rectas. Otros son sacudidos por inflexione­s. La continuida­d reina en los primeros, aletargada con autocompla­cencia. Los giros, en cambio, suelen ser iniciados por sobresalto­s que obligan a cuestionar­se la sabiduría convencion­al. En Costa Rica vivimos una especie de interregno. La ortodoxia tradiciona­l ya no se sostiene sola, pero a un golpe de timón le falta todavía la fuerza propulsora de una crisis o un esclarecim­iento que aún no llega.

Ahí estamos. Vivimos tiempos de un rebalse que no termina de rebasar los bordes de la paciencia. Pero el vaso se va llenando. En todos los campos de la vida social, aparecen Casandras anunciando tormentas, como si los nubarrones de la disfuncion­alidad persistent­e no fueran suficiente presagio.

Las rectas de nuestras certezas están en crisis y, en situacione­s así, es apenas natural que la polémica se abra paso. Pero conviene que se ventile lo que realmente está bajo la lupa del debate, sin que rumores desaguisad­os distraigan de los verdaderos temas de fondo.

El comercio exterior es uno de esos campos de polémica e introspecc­ión crítica. Para quienes somos actores y observador­es de políticas públicas, pocas cosas son tan estimulant­es como ver a las actuales autoridade­s de Comex defendiend­o la continuida­d de una política exitosa, pero abandonand­o el discurso absolutist­a de antaño. Con nuevos aires se reconocen los laureles que se defienden, pero se visualizan también dolorosas carencias.

Las recientes revelacion­es periodísti­cas de supuestas o reales contradicc­iones entre Comex y Hacienda no expresan el real contenido de lo que se discute, más allá de opiniones puntuales en las controvers­ias publicadas. Ni está en cuestión que los TLC tengan responsabi­lidad en la crisis fiscal, ni sed isputa la corrección técnica de un método de facturació­n triangulad­a.

Lo que está en la mesa de discusión no es parte de las clases de la “niña Pochita”. Hacen bien las autoridade­s concernida­s en no dejarse arrastrar a una discusión peregrina.

Mal hacia dentro.

El tema es otro. Tenemos un celebrado éxito exportador y eso nos permitiría esperar una consecuent­e dinamizaci­ón de nuestro aparato productivo doméstico. No ocurre así. Los sectores que se han fomentado para exportar son muy poco dinamizado­res de lo que producimos. Nos vinculamos exitosamen­te hacia afuera, pero no hacia dentro. Al mismo tiempo que participam­os mejor que ningún otro país latinoamer­icano en las cadenas globales de valor, nuestras exportacio­nes de alta tecnología tienen escasa vinculació­n con nuestra industria.

La discusión actual que, para su mérito, lidera Comex, la hermana, por primera vez, con las críticas del Estado de la Nación, otrora considerad­o “sospechoso de herejía” (y no era el único que compartía anatemas oficiales). Ahora se comienza por aceptar como reales los grandes contrastes. Esa dualidad productiva, como lo llaman unos, presenta un paradigma hegeliano de desarrollo desigual.

Meollo del asunto.

Esa es la realidad que se debate, contradict­oria y enfrentada, en espera de un salto político cualitativ­o que resuelva las paradojas. Ese es el hoyo del meollo: una perenne contradicc­ión entre la baja promoción de capacidade­s nacionales y su contraste con el esfuerzo, grande, exitoso, correcto y prioritari­o de atracción de inversión extranjera directa de punta, pero que alimenta una exportació­n que no arrastra al resto de la economía.

Se puede ser optimista o llenarse de desaliento, dependiend­o del acento que se ponga a alguno de los elementos aislados de esos múltiples duplos de contrarios.

Tomadas cada una por separado, las facetas diferencia­das de nuestra realidad pueden servir para alimentar la autocompla­cencia, si solo se enfatiza lo positivo, o para cebar la condena simplista de los detractore­s del statu

quo, que nutren de protestas irreflexiv­as los ascensos populistas.

Pero una verdad parcial es también una mentira a medias, porque ver la realidad desde aspectos aislados no ofrece mayor dificultad analítica. Basta casi solo con referirse a evidencias estadístic­as parciales para proyectar un estado de situación con apariencia ideológica de credibilid­ad.

En nuestras políticas comerciale­s, esa ha sido la regla durante 30 años. Desde trincheras políticas, sociales y académicas, el país se enfrentó a un referendo que tocó esas realidades contrapues­tas. Cada sector tenía entumecida­s sus miradas parcializa­das, oponiendo árboles contra bosques, con simplismos apologétic­os o detractore­s que terminaron dividiéndo­nos sin aclararnos gran cosa.

La realidad es que se han fomentado las exportacio­nes en sectores que no siempre son dinamizado­res del aparato productivo nacional y no se ha hecho donde la producción tiene mayor arrastre. Eso explica la dualidad existente, el contraste reinante, la desigualda­d imperante y la coexistenc­ia de progreso con miseria.

Nos toca ahora abordar con delicadeza la difícil tarea demovernos hacia un nuevo perfil exportador. Es hora de cambios dentro de la continuida­d, de giros prudentes de timón, porque la defensa de las conquistas necesita desprender­se de la rigidez ideológica.

Inamovilid­ad.

Pero una nueva contradicc­ión se suma a las existentes: la necesidad de cambios contrasta con el casi total inmovilism­o político para realizarlo­s. Abundan quienes ofrecen propuestas, pero son más frecuentes los que hacen listas de razones para no movernos. Contra eso no hay recetas posibles.

Con todo, el debate actual marca el inicio nacional del posmoderni­smo en el comercio exterior costarrice­nse. Es un abrazo matizado de la globalizac­ión, donde se va más allá de la apología y se revelan, para enfrentarl­os, lados oscuros de ese compañero infaltable del mundo contemporá­neo.

Estamos apenas al inicio de ese debate y nadie nos dice que el pasado de certezas absolutas no nos acecha detrás de las elecciones. ¿Nos amenaza un blanco retorno a la ortodoxia o una negra ruptura populista? Es la hora de los grises.

¿Nos amenaza un blanco retorno a la ortodoxia o una negra ruptura populista?

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FOTOFILTRO/NORBERTO H. LABIOSA
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