La Nacion (Costa Rica)

Así se desgranó la mazorca

- José David Guevara jguevara@elfinancie­rocr.com

De repente uno de los amigos cambió de domicilio. Su familia decidió, debido al nuevo trabajo del padre, trasladars­e a otra provincia. Volvimos a verlomuy pocas veces, pues para que él llegara al barrio tenía que tomar tres buses de ida y tres de regreso. De cuando en cuando le hablábamos por teléfono, perono era lo mismo. Simple y sencillame­nte perdimos a un defensa.

Luego otro empezó a trabajar. Se convirtió en vendedor en una librería, después de que sus padres lo obligaron a buscar empleo cuando se negó a regresar al colegio. Horario de lunes a sábado, por lo que los domingos se dedicaba a descansar y perecear. Nos cansamos de rogarle que retornara a las canchas, por lo que nos quedamos si uno de los mediocampi­stas; por cierto, era un buen jugador pero lo costaba soltar la bola.

“Les cuento que tengo novia”, anunció un día el guapo de la barra. “¿Y cuáles días vas a marcar?”, le preguntamo­s. “Tengo permiso de los suegros para ir a su casa los jueves, sábados y domingos”, respondió. “¡Diay, mae, ¿y las mejengas?”, preguntó uno de los más fiebres. “Voy a negociar con ella”, contestó. Nunca supi- mos si de veras negoció o si lo hizo y recibió un contundent­e “no” por respuesta. El caso es que hubo que improvisar un portero.

Nos dolió quedarnos sin el delantero más letal, hombre gol nato, con olfato envidiable para las oportunida­des dentro del área. Remataba con ambos pies, cabeceaba con fuerza y precisión, y tenía una gambeta que pocas veces se ve en las plazas. ¡Ni modo! En la iglesia lo convencier­on de que jugar fútbol era pecado y peor si se hacía los domingos, “día del Señor”.

Cupido flechó al más corpulento con una gringa. Amor aprimera vista y de los bravos porquepron­to comenzaron a jalar, pronto hubo boda, pronto nació el primer hijo y pronto se fueron a vivir a los Estados Unidos. Una bajamásen aquel enorme y unido grupo que esperaba con ansias las mejengas de los domingos por la tarde.

Finalmente, otros iniciaron estudios universita­rios, unos recibieron becas para estudiar fuera del país, muchos más se casaron, algunos murieron jóvenes, apareciero­n las lesiones irreversib­les y las enfermedad­es crónicas…

Y así, poco a poco, se desgranó la mazorca de amigos y dejamos de mejenguear. Lástima.

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