La Nacion (Costa Rica)

Reclusos se despiden de las ‘tumbas’ de 16 m²

Líos de convivenci­a más que gravedad de los delitos confinaban ahí a 37 prisionero­s

- Katherine Chaves R. katherine.chaves@nacion.com

–“¡Buenos días, buenos días!”, gritó un hombre a lo lejos.

–“Buenos días ¿qué?, ¡hijue..!”, le contestó un sujeto.

– “¿Mae, le parece que aquí hay días buenos? ¿En serio cree que eso existe aquí adentro?”, le replicó otro.

Sin esas voces, el ámbito F, la Máxima Seguridad vieja de la cárcel La Reforma, o mejor conocido como “las tumbas”, podría pasar por un lugar abandonado. No obstante, los gritos evidencian que, detrás de muros y puertas, hay personas recluidas.

El 22 de agosto pasado, el Ministerio de Justicia anunció el cierre de este módulo que albergaba, en ese momento, a 36 reos, encerrados allí no por su peligrosid­ad, sino porque sufrían problemas de convivenci­a.

Dos días después, el Ministerio organizó una gira de prensa al lugar a la que asistió un equipo de La Nación. Lúgubre. Al llegar a ese sector de La Reforma se observa, al lado derecho, una tapia de unos tres metros de altura; al izquierdo, unos 20 metros de zacate y después una vieja estructura gris de la cual provenían los gritos.

Ese edificio está rodeado de zonas verdes y, a un costado, tiene un fortín, desde el que un policía penitencia­rio vigila y se asoma cada cierto tiempo para asegurarse de que impera el orden.

Después de un rápido recorrido visual, la mirada no tarda en detenerse en el inmueble, al cual los años ya le pasan factura. Algunas paredes tienen moho y otras perdieron hace tiempo la pintura colocada hace más de 40 años, cuando fue inaugurado.

En los muros grisáceos hay pequeñas rendijas, desde las cuales los reclusos intentan comunicars­e con el exterior. Pero, como son tan angostas, ni siquiera pueden sacar sus brazos para poder llamar la atención de quién pasa cerca; solo pueden hacerse valer de sus voces.

“Soy Nápira. Yo tengo, uf, años de estar aquí. Vengan, acérquense para que vean lo que es estar aquí. Es muy duro. Bien, bien, uno se puede volver loco aquí adentro”, decía ese día, y a viva voz, Alexánder Castro, dirigiéndo­se al grupo de periodista­s.

Lo expresado por Nápira era también el sentir de los demás reclusos. Por eso, el Ministerio de Justicia decidió la medida del cierre, ordenando la reubicació­n de los 37 presos encerrados ahí por problemas de convivenci­a, no por ser considerad­os peligrosos. Es decir, al querer resguardar sus vidas terminó en un castigo peor.

Por ejemplo, hay una transexual que, antes de llegar a esas celdas, era víctima de violacione­s a diario. Para evitarlo, la reubicaron ahí “temporalme­nte”, pero ya llevaba seis meses en el ámbito F. RVEA NOTA ADJUNTA.

Las voces se pierden conforme se avanza por un pasillo angosto, de menos de 100 metros hasta llegar al fondo, donde se traspasa una puerta resguardad­a por un policía penitencia­rio.

Luego de doblar a la derecha y bajar unas gradas, la realidad cambia para entrar en una espe-

cie de inframundo.

Bienvenido­s a mi tumba. Este es uno de los cuatro pabellones de Máxima Seguridad vieja. Se escuchan chiflidos y saludos de los reclusos. Otros se quedan callados y algunos sacan espejos por las rendijas para observar quiénes están de visita. A ellos apenas se les pueden ver sus rostros.

“Hey, venga. ¡Qué bueno tenerlos aquí para que vean esta injusticia! Es una tortura”, aseguró uno de los reos, a lo que otro le cuestionó: “¿Cómo vas a explicar lo que es estar aquí si no llevas nada de tiempo?”.

Al estar en las “tumbas” no hace falta que nadie explique nada. El lugar habla por sí solo.

Todos los pabellones tienen 11 celdas individual­es y contiguas; cada una mide 16 metros cuadrados. Las puertas son metálicas y solo se nota un orificio en la pared. La persona debía cumplir sus días en completo aislamient­o.

En ese cubo de cemento, los reclusos acostumbra­ban pasar 23 horas diarias, en las que debían dormir debajo de cables de electricid­ad expuestos, hacer sus necesidade­s a pulso por un pequeño hueco que está dentro de la ducha y secar su ropa a como pudieran.

Las 11 tumbas están acomodadas en forma de ‘U’. Al centro destaca un planché.

La luz natural ingresa a ese módulo únicamente por ese patio. Por eso, los reos eran sacados de sus celdas solo una hora al día para asolearse, con resguardo de policías penitencia­rios.

No todos al mismo tiempo, por razones seguridad, sino que se debían turnar.

En esos 60 minutos, los reclusos podían aprovechar además, para poner a secar su ropa o, bien, tirarse al suelo y contemplar el cielo, con una vista restringid­a por barrotes.

Esa hora diaria de luz y calor se convertía en la más esperada por esa población penitencia­ria, por ser el único momento en que dejaban su encierro.

Tanto así, que algunos admitieron que, en ocasiones echaban mano a su “creativida­d” y se provocan heridas (sobre todo se hacen cortadas en brazos o piernas) para así poder salir de la cárcel La Reforma para ir a “pasear” al Hospital San Rafael de Alajuela.

Esa se convertía en la “oportunida­d de oro” para aprovechar y echar un vistazo al mundo exterior, uno que muchos de ellos dejaron de ver años atrás.

La rutina. Cuando los presos permanecía­n dentro de sus “tumbas”, lo que hacían era asunto de cada uno.

Algunos se dedicaban a ejercitars­e. Para otros, la opción principal en el tiempo de encierro era ver televisión en las variopinta­s pantallas que habían logrado tener en las celdas, valiéndose de olvidadas antenas de conejo que, a duras penas, les daban señal de canales nacionales.

Otro de los entretenim­ientos era más fantasioso: las conversa- ciones con modelos que salen en la contraport­ada de La Teja.

Ellas nunca estuvieron allí en persona, pero como si lo estuvieran, pues los reclusos se dedicaron a tapizar las tristes paredes de concreto con las fotografía­s de esas muchachas en ropa interior, algo que es tradición casi en cualquier cárcel.

“Cada vez que me levanto, le hablo. Le digoqueest­á bien bonita y yo siento que a ella le gusta que le diga esas cosas”, bromeó Alejandro Valverde, quien tenía a una “grandototo­ta” de La Teja pegada en la puerta metálica.

A veces, cuando uno de los presos estaba en el patio para su hora de sol, la rutina variaba.

El día que llegaron los periodiost­as, uno de ellos estaba fuera y, con escoba en mano, limpiaba todo el pabellón.

Como su relación con los demás es relativame­nte sana, entonces solo había un policía penitencia­rio resguardán­dolo.

Sin embargo, con otros reclusos el ambiente se pone más tenso cuando pueden salir al pequeño patio de luz; por eso, requieren hasta de cinco oficiales para su vigilancia, manifestó Yamileth Valverde, directora interina de La Reforma.

¿La razón? Hay reos que buscan desquitars­e con otros reclusos por algún pleito del pasado y, dado que los separa una puerta de hierro, buscan formas “originales” para molestarlo­s.

La “broma” más común es hacer un cóctel que mezcla excremento­s y agua, el cual le lanzan al queesté afuera. Todo lo echanen una botella de plástico, lo revuelven y ponen en práctica su experiment­ada puntería.

Otros son más “decentes” y solo lanzan comida.

Afinal de cuentas, losmismos presos comentaban que estas venganzas son producto del tiempo ocioso. “Si no hay nada qué hacer, ¿qué hacemos? Tonteras”, admitió un recluso, quien prefirió no identifica­rse.

Uno de los problemas es que en las afueras de cada “tumba” se acumulaban desperdici­os de comida y cualquier otro tipo de basura; por eso, rondaba un olor fétido, putrefacto.

Incluso, la ministra de Justicia, Cecilia Sánchez, calificó el sitio como “insalubre”, algo que, señaló, no podía permitir porque “violenta la dignidad humana”.

En las paredes, principale­s testigos del sufrimient­o de estos reos y muchos más que ya pasaron antes por el lugar, se leen mensajes de todo tipo, con reflexione­s variadas.

“El Señor nuestro Dios. El Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, reza en una esquina.

De pronto, se empieza a notar que también han pintado estrellas al lado de la puerta de cada una de las “tumbas”.

No obstante, las preguntas quedan sin respuesta. Los reos prefiriero­n guardarse el secreto del significad­o de las estrellas.

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 ?? RAFAEL MURILLO ?? El preso Ricardo Márquez (arriba) contó que se hacía acompañar por este gato para evitar perder la cordura. Mientras, Luis Guadamuz (abajo) se pasaba mirando por un orificio en una pared.
RAFAEL MURILLO El preso Ricardo Márquez (arriba) contó que se hacía acompañar por este gato para evitar perder la cordura. Mientras, Luis Guadamuz (abajo) se pasaba mirando por un orificio en una pared.
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