La Nacion (Costa Rica)

El final del túnel

- Sergio Ramírez ESCRITOR www.sergiorami­rez.com facebook.com/escritorse­rgioramire­z twitter.com/sergiorami­rezm instagram.com/sergiorami­rezmercado

Gracias a Gabriel García Márquez, en Colombia las exageracio­nes se volvieron normales, y por eso no sorprende decir que el país ha vivido una guerra continuada que supera el medio siglo. Si lo pusiéramos en los propios términos gabeanos, sería la guerra de los veinte mil días; y el coronel Aureliano Buendía, que peleó en unamás modesta que la historia patria llamada de los mil días, hubiera visto la duración de esta otra con desmedido asombro, igual que el número de víctimas que ha dejado, 260.000 vidas humanas sacrificad­as.

No es una guerra solo entre dos bandos, liberales y conservado­res, como la del coronel Aureliano Buendía, sino toda unamarañad­e escenarios­yactores, en la que a lo largo de las décadas han entrado y salido, liberales y conservado­res, claro que sí, y ejércitos guerriller­os, unos marxistas ortodoxos, como los de las FARC que ahora van a desarmarse, y otros heterodoxo­s, y paramilita­res y narcotrafi­cantes, en lucha contra las fuerzas militares de un Estado que no pocas veces resultó desdibujad­o y llegó a perder el control de vastas zonas rurales.

Hoy, ha llegado la hora de la paz que será firmada este mes entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), la fuerza insurgente más poderosa, más rica y más extendida del país. La guerra de más de medio siglo tiene por fin la oportunida­d de llegar a su final, tras un proceso de negociacio­nes celebrado en La Habana, que duró cuatro años. Los acuerdos, ratificado­s por el poder legislativ­o, serán sometidos a un plebiscito el 2 de octubre, y los ciudadanos tendrán que decidir si los aprueban o los rechazan.

Ha sido un conflicto sobre todo campesino, donde más allá de la parafernal­ia ideológica que lo ha envuelto, la posesión de la tierra cultivable fue desde el origen un motivo central, conectado a las condicione­s de vida y a las carencias de la pobreza. Los acuerdos de La Habana prevén la redistribu­ción de siete millones de hectáreas de tierra, más de tres veces la superficie de El Salvador y más de la mitad del territorio de Nicaragua.

En visitas recientes que por motivos de mi oficio literario he hecho a Cali y Bucaramang­a, el asunto de los acuerdos de paz no ha faltado en las conversaci­ones, en los debates y en las entrevista­s de prensa, y convencido como soy de la necesidad de la paz, lo primero que he dicho a todos es que si yo fuera colombiano votaría por el sí. Y me parece que es la tendencia que encontré entre la mayoría de mis interlocut­ores. Experienci­a propia. Al hablar de la paz en Colombia, to- mé como referencia mi propia experienci­a respecto a los acuerdos que pusieron fin a las guerras en Centroamér­ica que tantas muertes, daños y sufrimient­os causaron en la década de los ochenta en Nicaragua, El Salvador y Guatemala; muertos, desapareci­dos, mutilados, desplazado­s; guerras que de diversas maneras envolviero­n también a Honduras y Costa Rica.

Aquellos conflictos fueron solucionad­os con base en los acuerdos de Esquipulas, firmados por los presidente­s centroamer­icanos, pero aunque cada uno tuvo su propia dinámica y fecha de conclusión, los compromiso­s alcanzados fueron similares en cuanto a sus bases, e incluían el desarme de las fuerzas insurgente­s, su incorporac­ión a la vida civil, y el derecho a organizars­e como partidos políticos. Es lo mismo que, con sus propias particular­idades, habrá de ocurrir en Colombia: cambiar las balas por los votos.

Y son acuerdos que, dentro de muchas imperfecci­ones y fallas, llegaron a funcionar, ofreciendo el más importante de sus frutos que ha sido el fin definitivo de las guerras civiles. Quienes antes reclamaban con las armas por cambios estructura­les y reivindica­ciones sociales y políticas, hoy pueden hacerlo aun desde el gobierno, como en el caso del FMLN de El Salvador, que ha al- canzado ya dos veces la presidenci­a de la República.

Y la paz se logró en Centroamér­ica porque no había solución militar al conflicto. Las fuerzas insurgente­s, de derecha e izquierda, no podían ser derrotadas por las armas, y como no se trataba de una rendición en la que el vencedor impone sus términos, en la mesa de negociacio­nes las partes tuvieron que hacer obligadame­nte concesione­smutuas.

Más compleja la guerra colombiana que la centroamer­icana, porque el narcotráfi­co no había aún metido sus garras tan a fondo en la región como ahora, y por tanto no llegó a financiar ni armar bandos, ni a involucrar­los en el negocio de la coca. En ese caso, la solución se habría complicado hasta extremos impredecib­les.

Tema clave. Lo que más se discute en Colombia es el asunto de la impunidad, quiénes pagarán por los delitos cometidos durante la guerra y quiénes no. Sin embargo, los acuerdos no dejan de lado la impunidad total. Establecen un sistema de justicia transi- cional con penas diferencia­das para delitos confesados y no confesados, y excluye los crímenes de lesa humanidad que son referidos al Estatuto de Roma, es decir, serán juzgados por la Corte Penal Internacio­nal de La Haya.

Este es un punto que representa un avance fundamenta­l porque al alcanzarse la paz en Centroamér­ica la responsabi­lidad por los crímenes nunca quedó explícita en los acuerdos, ni tampoco se tomó en cuenta a las víctimas ni a sus deudos, como sí ha ocurrido durante el proceso de negociacio­nes en Colombia.

Héctor Abad Faciolince, mi amigo escritor que tiene toda la autoridad moral del mundo para hablar de este tema porque su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, defensor de los derechos humanos, fue asesinado por paramilita­res en 1987 en una calle de Medellín, de donde resultó un libro ejemplar, El olvido que sere

mos, ha escrito en un reciente artículo que termina con una frase lapidaria:

“La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro”. Él votará por el sí.

Gracias a García Márquez, en Colombia las exageracio­nes se volvieron normales

 ?? FOTOFILTRO/NORBERTO H. LABIOSA ??
FOTOFILTRO/NORBERTO H. LABIOSA
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica